Este mes cumplimos un año más de ser independientes. Somos más libres. Somos más mexicanos. Este mes nos sentimos más patriotas y echamos el grito al aire para cantarle a México.
No podría, aunque quisiera, expresarme sin sentimiento de esta Patria generosa y brillante. De esta Patria mía tan sufrida y que ha traspasado, tiempo ha, las puertas del destino. Camino largo y tortuoso. Camino de sabor amargo y de horizonte pleno.
El camino lopezvelardiano de la Suave Patria. De esta Suave Patria a la cual le han cantado todos los poetas, al México del desafío y del olor a barro, al México del águila y del nopal. Al México que tiene equis de cruz y de calvario. Al México de nardos, jazmines y heliotropos. Al México de volcanes enhiestos y de cielos curvados.
Hoy los mexicanos no somos más que los de ayer, ni mejores. Somos los mismos. Tenemos igual origen. Nuestro camino es el mismo: esta Patria de azúcar y de almendra, de sangre y de tierra, de verde y de esperanza.
Nos hemos nutrido de los alientos de Nezahualcóyotl y de Huitzilihuitl, de Altamirano y de López Velarde, de Agustín Yáñez y de Juan Rulfo, de José Rubén Romero y de Carlos Fuentes, de Octavio Paz y de Ricardo López Méndez. A nuestro país lo ha cincelado el paso metódico de la historia. La historia que escribieron los aztecas y los mayas, los peninsulares y los criollos, los buenos mexicanos y los otros.
Este bloque escultórico llamado México ha sido trabajado con esmero, con ardor y con pasión.
El primer golpe de cincel fue la marcha de los mexicas hacia Aztlán. Continuó el trabajo escultórico. Hombres barbados venidos del mar, sobre caballos, con perros y armaduras, sojuzgaron y reprimieron, esclavizaron y explotaron, saquearon y mataron. En esta etapa nos acogimos a la protección obsequiada del cristianismo.
Al golpe del cincel surgieron de repente un puñado de patriotas valientes y esforzados: Hidalgo, Morelos, Allende, Jiménez, los Bravo, los Galeana, los Aldama. De pronto todos entendieron el mismo vocablo: ¡México! Y México tuvo que ser. Se concibió y nació. Más nombres: Josefa Ortiz, Juan José de los Reyes, Leona Vicario, Quintana Roo, López Rayón, Guerrero, Guadalupe Victoria, Ignacio Pérez.
En aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810, en el soñoliento poblado de Dolores, los conspiradores se supieron descubiertos y, enterados, empezaron una gran discusión en el despacho del cura Hidalgo. Alguien propuso huir al norte. Hidalgo respondió: “no hay tiempo que perder. Hay que romper y rodar por el suelo el yugo opresor”. Aldama hasta tiró el chocolate que tomaba y exclamó: “señor, ¿qué va usted a hacer? Al llamado de Hidalgo se fueron juntando otros adictos a la causa.
Hidalgo sentenció: “Caballeros, somos perdidos; aquí no hay mas recurso que ir a coger gachupines”. Allende respondió: “Echémosles el lazo, seguros de que ningún ser humano podrá quitárselo” Y así, en aquel pequeño conciliábulo, se inició la revuelta de Independencia de esta grande patria.
Toda una pléyade de buenos mexicanos patriotas dignos y eternos. Ellos forjaron nuestra nacionalidad con su entrega, su arrojo, su valentía y su vida. Su sangre no se perdió, se recogió en el rojo de nuestra Bandera Nacional que hoy ondea por todos los rincones del país. Su sangre es nuestra sangre. Corre por nuestras venas.
Somos el bloque del escultor del tiempo. Bloque de mármol, de oro, de esperanza y de realidades. Somos los mismos mexicanos que los de ayer. Ni menos, ni mejores. Solo estamos al otro extremo del tiempo y del espacio.
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