tarde de ayer, cerca de las 17 horas, el caos se apoderó del centro de Barcelona. Una camioneta de color blanco atropelló a cientos de paseantes en un tramo aproximado de 500 metros, provocando 13 muertes y más de 80 heridos.
Centenares de personas corrieron en instantánea estampida por las calles evitando el pavor, la muerte, el apocalipsis. Esto ocurrió en un evento similar a los recientes atentados en Berlín, Niza y Estocolmo. La masacre ocurrió desde la plaza de Cataluña hasta el teatro del Liceu. La camioneta ingresó en la zona central y peatonal de la Rambla desde una de las zonas más concurridas de Barcelona, que es la plaza de Cataluña. La camioneta accedió fácilmente a la avenida por la no existencia de barras o de topes de seguridad para impedirlo.
En esta época Barcelona registra un elevado número de visitantes que frecuentan La Rambla, que es una avenida grande y ancha que corre desde la Plaza de Cataluña hasta la orilla del mar, lo que era el antiguo puerto barcelonés. Los turistas pasean disfrutando del clima, de los restaurantes, de los escaparates, de los comercios. Al menos hubo tres estampidas de ciudadanos, lo que describe el ambiente de pánico y de incertidumbre en los aledaños de la plaza.
Dos horas después del atropello, la autoridad confirmó que se trató de un atentado. Inmediatamente se activó el dispositivo antiterrorista. Un sospechoso fue detenido, Driss Oukabir, quien llegó de Marruecos el pasado domingo 13 de agosto y rentó una pequeña habitación en una ciudad cercana a Barcelona llamada Santa Perpetua.
La policía catalana halló un segundo vehículo en las cercanías de una hamburguesería, y activaron dos dispositivos de búsqueda para dar con los autores del atentado. Suponen que en este segundo vehículo huirían los asesinos.
Este atentado se une a muchos anteriores, muchos. Automáticamente se produce esa incertidumbre hacia la cual rodamos impulsados por una lógica existencial, y que corre paralela a una lógica religiosa y política, y reconoce que frente al gobierno no existen sino la muchedumbre y la nación, pero no el individuo, quien apenas es un miembro común de la sociedad, afiliado tal vez a un partido político, a un sindicato, a un gremio, a una asociación.
La búsqueda de pistas para desenmascarar a los terroristas es persistente. Cualquier indicio es bueno: nombres, rostros, costumbres, procedencia, religión. Las primeras voces pidiendo venganza y justicia y la reparación de los daños, inmediata y total y cueste lo que cueste, se ha vuelto exigencia nacional en los países afectados.
Y en medio de la justa ira estamos todos, otra vez. Las fronteras selladas, las comunicaciones cortadas, la cancelación de vuelos comerciales, la movilización de tropas, la preparación para afrontar un nuevo tipo de guerra es inminente.
La estrecha correlación que existe en las actividades humanas hace que hoy, cualquier suceso con sabor a terrorismo, repercuta inmediatamente en la esfera política.
¿Dónde está, en este momento, la palabra sabia de los líderes morales de la humanidad, pidiendo cordura, reflexión, el tiempo necesario para no equivocar el camino; la paciencia que deslinda de la incertidumbre, que da seguridad, que proporciona certeza, elementos de alto valor para la aplicación de la justicia?