Uno siempre tiene a ese conocido que en las reuniones y fiestas, invariablemente de lo que se celebre, termina hablando sobre la política nacional. Ese fantoche indispensable para México, mascota nacional, que cada reunión de más de cinco personas convoca.
¿Ya te acordaste? Casi siempre viene con un trago en la mano, vanidoso, sabiéndose dueño de la atención de la audiencia. Ese conocido que da cátedra sobre la grilla cada vez que puede, a pesar de que nadie lo solicita. Esa persona que sabe de tiempos, silencios y notas en sus historias que lo vuelven el centro de la atención de quien le rodea. Narrador de la infamia. Ahí, en esos encuentros nos presume que conoce a la gente que está “dentro de la política” y en su afán de demostrar su cercanía y conocimiento en la materia nos confiesa que, lamentablemente, “todos son iguales”. Invariablemente siempre nos deja un mensaje fundamental en su cuentito, nos comparte que esas personas dentro del medio son temibles, que no se andan con juegos, finalmente proclama con resignación: “las cosas no pueden cambiar porque si alguien lo intentara, lo matarían”.
¿Te has visto? Queriendo o sin querer vamos religiosamente citándolo por la vida. Proclamando a los cuatro vientos que un golpe de timón nunca llegará. Que nacimos para perder. Que estamos condenados, ni modo, nacimos aquí.
Y cuando prendemos la televisión cada cápsula nos recuerda sus palabras. Gobernadores que le roban hasta a los niños que tienen cáncer. Secretarios que rehuyen a sus responsabilidades en la adversidad, que venden las obras al mejor cómplice electoral y que celebran el rescate de un auto cuando sus ocupantes mueren. ¿Qué se puede esperar? Si el presidente no ve la miseria moral en la que vive su gabinete, su administración entera y su propia casa (blanca y pagada por una televisora).
Así crecemos en México. Escuchando todos los días que la política sólo tiene un camino: la decepción total. La derrota como camino para enfrentar el desastre cotidiano. “El que no tranza no avanza” se convierte en nuestro lema.
No es que yo sea un ingenuo. Sé por cuenta propia que estamos llenos de casos terribles, pero también sé que son muchos los ejemplos de que el cambio es alcanzable. Por un momento olvidemos esas etiquetas que nos hacen pensar que México no va a cambiar y volvamos la mirada a los días en que tocamos con nuestras manos un nuevo horizonte político. El cambio, el desafío a los cánones, y al status quo que nos llama ha llegado. Ya sea en Cherán, ya sea en el año 88, ya sea a través de elecciones o de procesos de la sociedad civil, nuestro país ha demostrado que sí podemos aspirar al cambio anhelado. Que ninguna condena es cierta. Sí podemos cambiar la política.
Yo creo que ese determinismo político del país es una vil mentira, pensada para que todo se quede quieto, leal a quienes les va bien hoy con el estado de las cosas. “Te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme”, versa la canción. No puedes engañarme con ese mito de la política, no puedes decirme que todo se perdió y que no hay nada para cambiarlo. Te pareces tanto a mí que no puedo creer que no hay cambio. Este país tiene futuro, y ya llevamos un buen rato poniéndonos de acuerdo.
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