Carlos Ferreyra
Con cierta nostalgia encontré en las páginas de Internet fotos y alguna desangelada crónica del aniversario 49 de la Agencia Mexicana de Noticias, Notimex, festejo en el que hubo de todo, menos quienes merecían estar en primera fila: Enrique Herrera Brusquetas y Miguel López Azuara.
Enrique fue el fundador de la agencia en los aciagos años de 1968, buscando darle voz al gobierno en medio el desorden provocado por falta de oficio para el manejo de información ante situaciones de emergencia.
Todos recordamos lo que sucedió ese año y cómo terminó: con una fiesta general, una celebración porque nuestra Olimpíada había sido la mejor de la historia. Los muertos, semanas atrás, ratificaron el dicho español que afirma que el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Herrera, hombre de bien, inteligente y de amplia cultura, paralelamente formuló el surgimiento de un canal de televisión, el Ocho, donde apareció por primera vez ante las pantallas Lolita Ayala.
El esfuerzo se mantuvo por cierto tiempo, pero no demasiado, Enrique era hombre de principios y nunca permitió que le manipularan la información, matizar algunos aspectos de la información era válido pero de ninguna manera intentar cambiar la realidad por las clásicas percepciones gubernamentales. Debió buscar nuevos caminos.
Esa fue la etapa inicial que le imprimió, después del fundador, un cierto carácter a la agencia, convertida con el paso del tiempo en simple lugar de reunión de algunos periodistas de baja calificación, y sitio donde les entregaban sus emolumentos.
La agencia era una sociedad anónima cuando al finalizar el gobierno de José López Portillo fue puesta en manos de Miguel López Azuara, a quien Miguel de la Madrid había propuesto como su jefe de Prensa en Los Pinos.
Pero se atravesó la Casa de los Arcos de Reforma, léase Embajada de Estados Unidos, y por presión o decisión adoptada allí, se nombró a un empleado suyo, Manuel Alonso Muñoz.
López Portillo decidió entonces entregarle Notimex, a donde tuve la fortuna de llegar como director adjunto.
Apenas en la reunión inicial con el director saliente, Pedro Ferriz Santacruz, vimos que la tarea iba a ser de romanos: una corrupción impresionante, ningún subsidio oficial porque era empresa privada, uso de equipos para los trabajos que contrataba, vía Notimex, la agencia publicitaria de Ferriz que, al final, se quedaba con el santo y las limosnas.
Con cuidado para no lastimar prestigios, Miguel dio el encargo de recuperar equipos, vehículos, monitores, cámaras de televisión profesionales y hasta máquinas de escribir.
No recuerdo el nombre de la señora ni tiene importancia. La secretaria de Ferriz acató las órdenes de su jefe: arrea con todo lo arreable y llévatelo a tu casa, en donde en varios viajes nos entregaron monitores de tv a colores.
También hubo de retirarse la tarjeta de crédito a nombre de la esposa del emblemático locutor, usada con mucha frecuencia en viajes especialmente a Los Ángeles, donde fue enviada una fotógrafo que estudiaba olografía, ciencia infusa para los mexicanos, pero que servía como chofera y acompañante de la señor De Con.
De esos viajes quedó una demanda por algo así como cien mil dólares por un choque de la joven fotógrafa que tranquilamente hizo responsable a la institución. Mucho trabajo consular costó evadir el pago que por lo demás nunca se hizo porque la responsable salió pitando a su país.
Sin duda Notimex tuvo dos nacimientos, el inicial con Enrique Herrera y la recuperación total de la institución con Miguel López Azuara, cuando la clientela apenas llegaba a poco más de 30 medios que recibían pero no publicaban.
Otros tantos jefes de Prensa que mantenía apagados los teletipos pero servían como pretexto para un pago mensual. Curioso: al arribo de Miguel, el programa noticioso de quince minutos, cortesía de Televicentro, fue cancelado de inmediato; lo mismo hicieron los jefes de Prensa en un acto que no podía ser casual.
No nos importó. Emprendimos la tarea de captar nuestros propios clientes modificando inclusive los sistemas de trabajo. Con Pedro los reporteros llegaban alrededor de las siete de la tarde para entregar su información. Sí, la misma que ya estaba en las redacciones de todo el país.
Fue laborioso pero en algún momento los trabajadores de la empresa entendieron que su trabajo Estaba siendo reproducido en un centenar de medios, especialmente de provincia. Y eso era gracias a que nos adelantábamos en la difusión de las noticias.
Llegamos a tener 110 y hasta 130 suscriptores que pagaban cifras reducidas pero es que en los razonamientos del mexicanos medio, no hay por qué pagar a un medio del gobierno que debería prestar el servicio gratis.
Sin olvidar que se abrieron oficinas de las corresponsalías, mismas que empezaron a rendir frutos con reportajes y noticias adelantadas y que se establecieron acuerdos con agencias internacionales y agrupaciones como la de agencias árabes y latinoamericanas.
Las historias siguen, pero escribo con la pena de no haber visto mencionados a los dos directores que deberían ser los héroes de esta película. Del sucesor de Miguel, Héctor Ezeta, recuerdo perfectamente que cumplía su diario papel de chofer del secretario de Gobernación, Bartlett, al que recogía en su oficina y llevaba a las Lomas a una enorme residencia situada frente a una espectacular barranca.
Héctor fue el adquiriente del edificio de la agencia, misma que montó en un edificio de departamentos adquirido a una tía suya. Igualmente se apropió de un estacionamiento en la calle de Amores, propiedad de la Notimex, donde surgió un modesto complejo de departamentos.
En el ínterin hubo directores importantes, Jorge Medina Viedas, Raymundo Riva Palacio y más, en total 17. Pero no todos tuvieron la oportunidad de oro de Herrera y López.
Por cierto, tampoco los vi a ellos en el festejo que parece que concitó a simpatizantes del director y no a participantes en el desarrollo y consolidación de la Agencia Mexicana de Noticias, asociada por impulso de López Azuara, con EFE en España y con ANSA en Italia.
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