Francisco Fonseca
En estos días resulta interesante opinar sobre los temas que están de moda; las reformas estructurales, los socavones, los políticos malandros, la desgraciada delincuencia organizada, las candidaturas a la silla presidencial, lo revuelto del quehacer legislativo, las controversias con el país del norte.
Resulta interesante opinar y además cómodo. Están en la boca y en la mente de todos. Son los tiempos de la política. Y aquí se trata de tiempos sucesorios. Es el momento. Ni antes ni después. Ahora. Es el más importante ejercicio político del sexenio. Se avecina la decisión. Se aguzan las mentes, se calibran las armas, se alertan los sentidos, se esconden las emociones.
Por otra parte, los institutos políticos llevan a cabo juntas y reuniones secretas y abiertas. Estudian sus estrategias y las vierten, pensadamente, en el tablero de la política. Son los momentos de mayor trabajo en los partidos. Son los tiempos de la política.
Sin embargo, en el aire flota una sensación incierta. De pesadez. De ausencia. Es el México que estamos preparando para este tercer milenio. El México de otros mexicanos, no los de la Independencia ni los de la Revolución. Es el de los mexicanos de la modernidad, de la nueva era, del nuevo llamado. Son los mexicanos del millenium.
Recuerdo que hace algunos sexenios se hablaba de reformar el artículo 82 para que hijos de extranjeros accedieran a la Presidencia. ¿Para qué reformarlo? ¿Habrá en esta tierra noble y generosa más millones de hijos de extranjeros que hijos de mexicanos, con capacidad de gobernar? Seguramente son unos cuantos, verdaderamente unos cuantos los primeros. ¿Entonces para qué?
La palabra NACIÓN procede del verbo latino nasci, “nacer”, y se refiere a un grupo de población nacido en el mismo lugar. El nacionalismo ha sido el sentimiento más acendrado en el corazón de todos los pueblos de todas las historias y de todas las corrientes políticas. Esto es tema para escribir varios volúmenes.
De hecho la historia del mundo está fundamentada, más que en otras cosas, en nacionalismos. Sin embargo, es innegable que la palabra modernidad ha sido la que mejor se acopla a cualquier terminología para lograr su final acentuación.
La nación es parte de uno mismo. Y además es una gran parte. Es sueño y es materia. Es fuego y es hoguera. Es algo que impulsa a subir y subir, a escalar montañas. El precioso y largo poema CREDO de Ricardo López Méndez fue escrito en siglo 20 y de ahí no pasará. Quedará como historia. No habrá CREDO en el tercer milenio.
México, creo en ti,
porque nací de ti,
como la flama es compendio
del fuego y de la hoguera;
porque me puse a meditar que existes
en el sueño y materia que me forman,
y en el delirio de escalar montañas.
México por muchas razones no debe volver la mirada a un pasado que mutiló sus potencialidades durante mucho tiempo. Es ancha y profunda la raíz de grandeza y generosidad que nos nutre y que nos une. El solar donde nacimos es algo más que un accidente geográfico; es el alma del pueblo, su razón de vivir y de ser.