Economía

México, 23 años después del TLC

Publicado por
Aletia Molina

México ya no es el mismo país que en enero de 1994, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) que vincularía su devenir económico con el de Estados Unidos. ¿Cambió para mejor o para peor? Para responder a esa pregunta hay que analizar la evolución de diferentes variables: el PIB per cápita —el indicador por excelencia del bienestar material—, los salarios y el desempleo, la tasa de pobreza, la desigualdad y el tipo de cambio.

Renta per cápita. El PIB por persona ha pasado de algo menos de 90.000 pesos (5.000 dólares, a precios constantes de 2008) por persona en 1994 a casi 118.000 pesos (algo más de 6.600 dólares) a cierre del año pasado. Puede parecer mucho, pero una tasa media de crecimiento de ligeramente superior al 1% anual es bastante decepcionante para un país emergente que venía de expandirse a un ritmo del 3,4% por año entre 1960 y 1980 —un periodo que abarca el tramo final del periodo dorado de la economía mexicana—. Y la convierte en una de las economías más rezagadas de América Latina y el Caribe.

«Si el TLC hubiese tenido éxito y hubiese restablecido la tasa de crecimiento de los años anteriores a 1980, cuando las políticas desarrollistas eran la norma, México sería hoy un país de altos ingresos, significativamente por encima de Portugal o Grecia», subrayan los técnicos del think tank estadounidense CEPR en un reciente estudio en el que evalúan los cambios que el tratado llevó aparejados en la segunda mayor economía de América Latina y del que proceden el grueso de estas gráficas.

Salarios y desempleo. «El diferencial salarial [con EE UU y Canadá] tenderá a cerrarse con el tiempo», auguraba en agosto de 1992 el entonces secretario de Comercio mexicano, Jaime Serra Puche. Un cuarto de siglo después, los datos dan la espalda a este pronóstico. El salario medio real —ya descontada la inflación— apenas ha subido un 4% en el periodo y aunque en EE UU y Canadá el sueldo promedio ha crecido a una tasa inferior a la del conjunto de la economía y al retorno del capital, el diferencial con sus vecinos del norte se ha ampliado.

La contención salarial aplicada por los sucesivos Ejecutivos que han gobernado México desde 1994 ha logrado su principal objetivo: atraer a empresas estadounidenses, sobre todo manufactureras, al calor de unos costes laborales notablemente más bajos. Pero, a la vez, ha puesto a México al mismo nivel salarial —e incluso, en algunas industrias, por debajo— de China. Y, aún más importante, ha supuesto un yugo para millones de trabajadores mexicanos, especialmente para aquellos que cobran el salario mínimo (80 pesos al día, 4,5 dólares), uno de los más bajos de Latinoamérica.

La evolución del desempleo en estas poco más de dos décadas arrojan noticias mucho más alentadoras para México: el porcentaje de personas que buscan y no encuentran trabajo ha caído en dos décimas desde la entrada en vigor del tratado. Aunque a simple vista esta cifra podría parecer muy baja, hay que tener en cuenta que México ha sufrido dos grandes crisis financieras —y económicas— en el periodo: la de 1994 y 1995, en la que el desempleo se disparó hasta el 6,2%, y la de 2009, cuando llegó al 5,7%. El subempleo —definido como el porcentaje de personas que trabajan en una profesión que no les corresponde por su nivel de formación o que trabajan menos horas de las que desearían— está hoy en el 7,7%, por debajo de las cifras de principios la década pasada. Sin embargo, es imposible establecer una comparación con 1994: la serie empieza más tarde.

Desigualdad. El libre movimiento de bienes y servicios transformó amplias regiones mexicanas —fundamentalmente el norte, El Bajío y, en menor medida, el centro del país—, que se industrializaron y se transformaron por completo. El sur, por el contrario, permaneció prácticamente estancado en el tiempo, lo que abrió la brecha regional. Pero la desigualdad entre Estados es solo una cara de la moneda. México arrastra, desde mucho antes del TLC, un serio problema de inequidad entre sus ciudadanos que los años de libre comercio con la primera potencia mundial solo han contribuido a mitigar en parte. El coeficiente de Gini, un índice que mide el grado de concentración de la renta y en el que uno es la inequidad absoluta y cero es la igualdad total entre todos los miembros de la sociedad, ha pasado de 0,54 a 0,49. Un avance, pero inferior de lo que cabría esperar para un país como México: el 1% de la población tiene hoy más de un tercio de la riqueza nacional.

Tipo de cambio. La debilidad del peso frente al dólar ha sido la nota predominante en los 23 últimos años. Con tres periodos de depreciación acentuada (la crisis de mediados de los noventa, la Gran Recesión de 2008 y 2009, y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca), la divisa mexicana ha pasado de cambiarse a cuatro unidades por dólar antes de la firma del pacto comercial norteamericano a 18 en la actualidad.

La principal consecuencia de la depreciación ha sido un incremento de la competitividad de los productos mexicanos y del valor de las remesas en el mercado local. Y una pérdida de poder adquisitivo de sus ciudadanos en el exterior. En paralelo, la moneda del mayor exponente del mundo emergente, el yuan chino, se ha mantenido siempre dentro de la banda de fluctuación.

Fuente: El País

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Aletia Molina