Benjamín Torres Uballe
“Chango viejo no aprende maroma nueva”, dice el refrán popular. Aunque para aplicarlo al Partido Revolucionario Institucional (PRI), deberíamos incurrir en la necesaria adaptación: “Dinosaurio viejo se extingue por sus mañas”. Y hay elementos suficientes para corroborar la teoría.
El pasado abril, el secretario de Gobierno de Oaxaca, Alejandro Avilés Álvarez, fue “renunciado” por el gobernador Alejandro Murat (ambos priistas), al difundirse en redes sociales el uso de un helicóptero oficial que trasladó a su familia a Puerto Escondido, para un asunto personal. Hasta ahí todo parecía ubicarse en el terreno de la legalidad y del sentido común aplicados para sancionar a un funcionario que infringió la ley y defraudó la confianza de su jefe.
Pero el PRI tiene como una de sus principales “virtudes” cambiar todo para no cambiar nada, es decir, ama fervorosamente el gatopardismo. La supuesta sanción a Avilés Álvarez resultó una tomadura de pelo no sólo para los oaxaqueños, sino a la sociedad en general. A menos de cuatro meses, el infractor fue nombrado delegado de la Sedesol en Oaxaca. Una ignominiosa recompensa.
Cuando el 29 de marzo del 2015 David Korenfeld, a la sazón director de la Conagua, fue captado mientras usaba un helicóptero de la dependencia, junto con su familia, en un día inhábil, tras ser exhibido en las fatídicas —para los políticos— redes sociales, fue echado de la administración peñista. Nada más se ha sabido de él, al menos en la esfera pública. Dos casos de abuso y transgresión a la ley, tratados por el priismo con diferentes criterios: uno, denostado y sujeto al escarnio público, además del olvido presidencial, y el otro —brazo derecho de Murat— reinsertado prácticamente de inmediato a la “gloria” y amplios beneficios del poder público.
Otro ejemplo de que el dinosaurio tricolor está dispuesto a todo, excepto a cambiar de verdad, es que en plena “austeridad” del gobierno federal, el entonces director de la CFE, Enrique Ochoa Reza, se recetó una liquidación millonaria, a pesar de haber renunciado para irse a laborar como empleado del presidente Peña Nieto en la dirigencia del Revolucionario Institucional. El auténtico jefe del priismo permitió el abuso. Pues aquello de mover a México, es para beneficiar a los amigos. Como ha sucedido sexenio tras sexenio, incluyendo el actual.
Recientemente se pudo observar a la poderosa maquinaria gubernamental trabajando a favor del candidato tricolor al Gobierno del Estado de México, el primo Alfredo del Mazo Maza. En esto salieron a relucir los arcaicos vicios del PRI. El uso electorero de los onerosos programas sociales, la inducción y la coacción del voto, así como las dádivas y el acarreo, estuvieron a la orden del día. La misma estrategia perversa e inmoral de siempre. Con disimulo o sin él, en el fondo la verdadera cara del partido del presidente Peña muestra recurrentemente su rechazo a cambiar.
Sumido en el pánico por la alta probabilidad de la derrota en el 2018, aunado al déficit de credibilidad que ahoga al gobierno peñista, el partido oficial acrecentó su dependencia patológica por la simulación, por intentar vender quimeras a los mexicanos. Mientras, la nomenclatura priista vive en otro México artificial, donde no existen carencias, donde se desconoce el significado de la palabra pobreza, y sobre todo, no se vive en medio del terror cotidiano por la violencia que abarca de facto a toda la República. Quizá por eso no cambian, quizá por ello su evidente desinterés.
Hoy no sólo es un amplio segmento de la sociedad que reprueba y detesta al arcaico y mañoso PRI. La militancia e influyentes priistas adoptaron ya una posición de franca rebeldía al “dedazo”, a que desde la cúpula se imponga sin más ni más ignorando a las bases, a los “políticos de café”, como torpemente llamó Arturo Zamora, dirigente de la CNOP, a quienes exigen que se les consulte junto con la ciudadanía para elegir a los candidatos que competirán el próximo año.
Ante ello, la dirigencia del tricolor se vio obligada a recibir hace unos días a varios de los inconformes. Pero nada cambiará a pesar de las protestas. Aparentar que el partido se democratizará es tan sólo eso: una farsa. Hacer creer que cambiará es una utopía que, por supuesto, ni el más inocente de los militantes está dispuesto a comprar.
Hasta ahora, el instituto político más viejo de nuestro país se ha beneficiado y ha beneficiado a legiones de pillos de su alta militancia a través de un conjunto de artimañas que han quedado plasmadas en las páginas negras de la historia nacional. Por eso, nada lo hará cambiar, pues están en riesgo muchos “beneficios” que se obtienen al amparo del poder. ¿Para qué cambiar?
Lo único constante es el cambio, una verdad absoluta. El PRI va en sentido contrario al respecto. “Cambia” lo que considera necesario, con el fin único de seguir siendo beneficiario del poder y del dinero. Mas en esa obcecación se destruye a pasos agigantados, en tanto permanece anclado en la simulación… en el deteriorado uso del cambiar todo y nada a la vez… fallece en el gatopardismo.
@BTU15