En el verano de 2005 las alertas epidemiológicas se encendieron en Chicago. De toda la zona metropolitana llegaban reportes de usuarios de heroína muertos por sobredosis fulminante y las cifras rayaban en lo inédito. Tres fallecidos en un día. Cuatro al siguiente. Seis en una semana. Para septiembre, la morgue del condado de Cook, al que pertenece Chicago y uno de los más poblados de Estados Unidos, estaba saturada con 152 cadáveres que llenaban los frigoríficos con una causa de muerte similar: paro cardíaco súbito por abuso de estupefacientes. Parecía que a los fallecidos los hubiera alcanzado un rayo. Tras inyectarse, simplemente caían muertos. ¿La causa de todo esto? Un poderoso químico llamado fentanilo, que mezclado con la heroína potenciaba su efecto y al mismo tiempo elevaba dramáticamente la posibilidad de una sobredosis y la riqueza de los criminales.
Desde entonces, los cadáveres se apilan en todo Estados Unidos.
“El fentanilo tiene márgenes de ganancias enormes, más grandes incluso que el iPhone».
«Creo que el único ejemplo que puedo encontrar es cuando HP inventó los cartuchos de impresora. Le costaban un dólar y los vendía a 40”, así define Scott Stewart, vicepresidente de análisis táctico de la plataforma de inteligencia geopolítica Stratfor, al fentanilo, un producto tan letal que en las calles lo llaman «La Muerte» y que está generando una auténtica revolución en los ingresos de los cárteles. “Estamos ante una de esas situaciones que lo cambian todo”.
Muy de vez en cuando llega un producto como éste. Se trata de algo tan innovador y original que altera el statu quo con la fuerza de un terremoto. Recuerde lo que el sistema operativo Windows significó para el mundo de la informática.
El narcotráfico hoy vive su propia revolución económica gracias al fentanilo, una droga para controlar el dolor descubierta en 1959 que a decir de expertos ha detonado una transformación acelerada al interior de los cárteles mexicanos, en particular, el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Es simple economía. Comparado con otros productos como la mariguana y la cocaína, el fentanilo es más barato de elaborar. No requiere de grandes terrenos, ni mucha mano de obra y solo de insumos fácilmente obtenibles en el mercado internacional, como precursores químicos poco regulados. Además es fácilmente transportable. Un sobre, un solo y simple sobre con un kilo de fentanilo puede drogar a poblaciones enteras y hacer sumamente rico a quien consiga comercializarlo en las calles de Estados Unidos.
“Un kilo de fentanilo equivale a 50 de heroína”, añadió Stewart. Bajo esa lógica de miniaturización podrían trasladarse decenas de millones de dólares en un solo embarque de gran tamaño. Según la DEA, un kilo de fentanilo en polvo se puede transformar en un millón de pastillas de un miligramo, que en el peor escenario pueden venderse en 10 dólares cada una o hasta en 20 dólares, según el mercado. Es decir, ese kilo de fentanilo puede generar ingresos de hasta 20 millones de dólares. En comparación, su costo de producción es ínfimo: la DEA estima que no rebasa los 2 mil dólares.
Otro dato que juega a favor de la economía de los narcotraficantes: las dosis necesarias de fentanilo para potenciar otras drogas, como la heroína, es muy baja y por ello su producto es sumamente rendidor. El lado oscuro de esa característica es que la dosis letal para cualquier persona que no haya desarrollado todavía una resistencia a los opiáceos es de apenas 2 miligramos.
Así, el fentanilo es un auténtico cambio de paradigma y los criminales que entren temprano al juego pueden salir con una enorme ventaja sobre sus competidores.
En resumen, investigadores y analistas coinciden: el narco 2.0 está aquí. Y llega en una época en la que cualquier persona puede tomar su computadora, ingresar a la «deep web» y realizar un pedido de fentanilo, heroína o cualquier otra droga.
“Esto es algo simplemente loco”, dice Ioan Grillo, escritor y especialista en temas de narcotráfico.
“El fentanilo simplemente es una droga que se halla en una magnitud diferente a las demás”, secunda Vanda Felbab-Brown, investigadora del Instituto Brookings.
Una reacción adecuada al tamaño del reto que representa el fentanilo es la que tuvo el presidente Donald Trump no hace mucho: “Esto se está saliendo de control”.
Desde hace un par de años el fentanilo ha ganado terreno como la droga de moda del farmacodependiente en Estados Unidos, en donde se le consume solo (derecho, dicen quienes lo consumen) o con heroína (mixto, en el argot de calle).
“Sabemos que su origen está en Asia”, dijo el diputado federal Waldo Fernández, presidente de la Comisión Bicameral de Seguridad Nacional del Congreso de la Unión, en México. “Pero nuestros cárteles, como cualquier industria, decidieron involucrarse porque están buscando la forma de aumentar su riqueza”.
El fentanilo tiene el potencial de pagar a los cárteles suficiente dinero como para solventar una milicia.
Por ejemplo, en 2015, agentes federales decomisaron 44 kilogramos de fentanilo en Sinaloa y Baja California, territorios del Cártel del Pacífico. En un caso extremo, tomando los precios más bajos del mercado y sin procesar la droga, se habrían vendido en algo así como mil 500 millones de pesos, casi el 50 por ciento del presupuesto total de la Gendarmería para 2017. Es el equivalente al salario anual de 12 mil soldados mexicanos. O de mil 900 coroneles. Podría hasta pagarse la nómina de mil generales de división.
“La matemática del fentanilo es una locura”, asegura Grillo. “Si vemos lo que cuesta producir un kilo de cocaína, unos 2 mil dólares, después venderlo en Estados Unidos te genera 100 mil. Pero tienes que moverlo desde Colombia, pasarlo por Centroamérica, llevarlo por México y meterlo al norte. Pero con el fentanilo, puedes producirlo en un laboratorio cerca de la frontera y hablamos de que el margen de ganancia es 300 a 1. Por cada dólar que inviertes, sacas 300. Es irreal”.
Los cárteles mexicanos se han dado cuenta de ello y junto a los fabricantes chinos han inundado el mercado estadounidense con fentanilo, lo que está generando un daño sin precedentes a esa economía
Goldman Sachs señaló en un reporte reciente que el abuso en el consumo de drogas como heroína y fentanilo, es uno de los factores que han hecho que menos personas en edad y condiciones para trabajar se reintegren al mercado laboral.
La Gran Recesión de 2009 incluso pudo agravar el consumo de opiáceos entre la población que quedó desempleada.
No sólo el banco de inversión ha notado ese fenómeno, sino también la propia Reserva Federal de Estados Unidos (Fed).
«Sí creo que (el consumo de opiáceos) está relacionado con el declive de la participación en el mercado laboral de personas en condiciones de trabajar», dijo Janet Yellen, presidenta de la Fed, en una comparecencia reciente en el Senado de su país. «No sé si es casual o un síntoma de los problemas económicos de largo plazo que han afectado a esas comunidades y particularmente a los trabajadores que han visto una reducción en sus oportunidades laborales».
Vanda Felbab-Brown, quien también es autora del libro ‘Narco-Noir: los carteles de México, Policías y Corrupción’, tiene malas noticias para los estadounidenses, pues el crimen organizado mexicano ya volteó la mirada a la oportunidad que el químico representa y ha establecido contactos en Asia, atraído por una ocasión económica inmejorable, gracias a un producto capaz de cambiar el mercado.
“Diría que ésta es una droga que un cártel como el de Jalisco Nueva Generación querría y podría usar para tratar de desplazar a sus rivales, en especial al Cártel de Sinaloa”, dijo la investigadora.
En efecto, las cifras oficiales dan cuenta de que Norteamérica está inundada con el fentanilo. De 2014 a 2016, el número de decomisos en Estados Unidos pasó de 5 mil 500 a 35 mil, un incremento de 636 por ciento, según cifras de la DEA. Al sur de la frontera la situación es similar. Antes de 2014, la Policía Federal en México no tenía registros de decomisos.
Luego vino 2015 y el mercado quedó de cabeza. Desde entonces y con cifras actualizadas a marzo de este año, se han hallado embarques por todo el país, en sitios como la Ciudad de México, Puebla, Nayarit, así como Sonora y Sinaloa, lo que corrobora la noción de que los cárteles mexicanos ya saltaron al juego.
La irrupción de esta droga ha tomado de tal sorpresa al gobierno mexicano que ni siquiera existen protocolos o métricas precisas para los decomisos. La Policía Federal tiene registros de incautaciones de decenas de pastillas y píldoras, mil 500 litros, 3 mil ampolletas y una cantidad indeterminada de polvo. Eso sólo en 2016.
La Secretaría de Defensa Nacional, que suele compilar estadísticas sumamente detalladas sobre requisas de narcóticos en México, ni siquiera cataloga todavía al fentanilo en sus reportes mensuales. Por eso, para tener una imagen más completa de lo que está ocurriendo –y de cómo el gobierno mexicano no tiene aún una idea clara de qué hacer con esa droga- se requiere acudir a los cálculos del Buró de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés).
Desde 2016 se han encontrado embarques procedentes de México en Tucson, Arizona, con 13 kilos; San Clemente, California, con 23 kilos; Nogales, Arizona, con 10 kilos; y Pine Valley, California, con 2 kilos. En total, se trata de más de 48 kilos, valuados en un rango que va de mil 600 a 9 mil 800 millones de pesos.
Y esos son sólo los casos que se han hecho públicos.
De las cifras de ICE se desprende un punto importante: de todas las ciudades por las que se trató de introducir la droga a Estados Unidos, la mayoría se hallan en zonas de vieja influencia del Cártel de Sinaloa, al lado de puertos fronterizos controlados por la organización liderada ahora por Ismael «El Mayo» Zambada. Pero se trata de ciudades que, ahora, están siendo disputadas por el Cártel de Jalisco Nueva Generación, lo que ha desatado una escalada de enfrentamientos y ejecuciones.
Información de la empresa consultora Stratfor explica que una de las razones por las que la violencia se ha disparado en la frontera obedece al intento del Cártel de Jalisco Nueva Generación de adueñarse de puntos tradicionales de entrada a Estados Unidos como Tijuana, Ciudad Juárez y Mexicali, con las que complementaría el control que ha logrado establecer sobre puertos estratégicos del Pacífico mexicano –por donde ingresan los precursores usados para producir el fentanilo—como Acapulco, Lázaro Cárdenas y Manzanillo.
Con datos como estos, la investigadora Felbab Brown explica que el CJNG estaría retando al de Sinaloa ante el surgimiento de un nuevo mercado que tiene el potencial de eclipsar a todas las otras drogas traficadas.
“El Cártel Jalisco Nueva Generación son los chicos nuevos de la cuadra”, dijo. “Son más agresivos y están buscando quitar el control de territorio al Cártel de Sinaloa, calentando los mercados de Tijuana a Michoacán. Uno de los temas es que Sinaloa ha dominado por años el mayoreo y menudeo en Estados Unidos. Bien, el fentanilo le permitiría al Cártel de Jalisco adueñarse de nuevos mercados en territorio estadounidense”.
Mientras eso ocurre, en el gobierno mexicano no hay un plan para hacer frente a la crisis, que del otro lado de la frontera tiene ocupados a cientos de funcionarios y especialistas en seguridad pública y salud. El problema se ignora o no se aborda. No existe prácticamente mención al fentanilo en información oficial gubernamental: la PGR se ha referido al químico únicamente en 5 ocasiones en el mismo número de años. La presidencia de la República, en una y eso sólo a instancias de la Casa Blanca. Las Secretarías de Gobernación, Defensa Nacional y Marina, ninguna.
Con la situación bullendo al norte y sin respuesta al sur, aun en el entorno de poca confianza que ha traído la era Trump, la embajada de Estados Unidos en México tuvo que entrar a asistir a la administración de Enrique Peña Nieto en mayo pasado, cuando financió la primera Conferencia Nacional de Química Forense de Fentanilo con fondos de la Iniciativa Mérida.
Por espacio de dos días, forenses, químicos, agentes federales, policías estatales y procuradores de justicia de todo el país fueron llevados a la Ciudad México a atender cursos de entrenamiento para lidiar de manera adecuada con el fentanilo, bajo estrictas medidas de seguridad.
“Mi gobierno ha declarado claramente que detener el flujo de opioides y de otros estupefacientes ilegales que entran a Estados Unidos es una de nuestras principales prioridades”, dijo la embajadora Roberta Jacobson al inaugurar los cursos diseñados para que agentes de la DEA explicaran a sus contrapartes mexicanas las características de una droga que muchos ni siquiera han visto. O que no han podido identificar.
Muchos investigadores no sabían siquiera que el contacto con este químico puede resultar letal. Una anécdota, muy circulada ese día, sirvió para dimensionar el peligro –y la ignorancia—en el punto.
En mayo de 2015, agentes chinos de aduanas decomisaron 46 kilogramos de fentanilo en un contenedor que sería enviado a México. Seis oficiales entraron en coma. Tocaron este químico sin equipo de protección.
Lo que la falta de acción refleja es que la crisis y un posible desencuentro entre un Estados Unidos harto y un México poco capacitado para enfrentar una nueva droga, está en cocción. Lenta, pero sin detenerse, la literatura gubernamental estadounidense que vincula al fentanilo con los cárteles mexicanos de la droga y la fallida guerra del narco en el país se ha acumulado a lo largo de los últimos meses. También, los reclamos.
En el Congreso estadounidense al menos tres resoluciones han sido presentadas en lo que va de 2017, exigiendo acciones al gobierno mexicano. Una nueva ley, que ha unido a demócratas y republicanos, se halla bajo estudio en el Senado. Auspiciada, entre otros, por el senador Marco Rubio, no puede ser más clara en su exposición de motivos: “la mayor parte del fentanilo que entra ilegalmente a nuestro país viene de México”.
Y aunque no existe una estrategia nacional de respuesta, el riesgo de que Washington propine un manotazo no ha pasado desapercibido en algunas áreas de seguridad del gobierno mexicano. El diputado Fernández asegura que la Comisión Bicameral de Seguridad Nacional mantiene bajo análisis una iniciativa de ley reservada, que podría presentarse durante el próximo periodo de sesiones para endurecer las sanciones contra quien trafique con fentanilo, incluso de manera más estricta que como se hace con otras drogas.
“Estamos haciendo un análisis para determinar qué se legisla. Pero dada la gravedad de esta droga tenemos que entender que prácticamente quien la vende está cometiendo un homicidio”, dijo.
Aquel verano de 2005, a la par de Chicago, otras ciudades del noreste de la Unión Americana tenían el mismo problema. En Nueva Jersey se emitieron recomendaciones de emergencia para los usuarios de heroína, a quienes se pedía ser cuidadosos con la droga que estaban adquiriendo. En Detroit se pidió a las salas de emergencia estar atentas ante el alud de pacientes en busca de ayuda. En Nueva York, organizaciones no gubernamentales repartieron entre adictos dosis extra de naloxona, un químico que puede contrarrestar, si es aplicado a tiempo, los efectos de una sobredosis de opiáceos como la heroína.
La cultura popular y el lenguaje relacionado con la droga cambiaron. La nueva heroína supercargada y que comandaba precios elevados en el mercado por su potencia, fue rebautizada. «China Blanca». «TNT». «Apache». «Dance Fever». «He-Man». «Rey de Marfil». Los nombres callejeros se sucedían a la par que los cuerpos se apilaban en las salas de forenses, con médicos perplejos ante la escala de lo que veían.
En Chicago, la Policía Estatal sometió a análisis las jeringas recuperadas junto a los cuerpos para tratar de determinar las razones detrás de la oleada de sobredosis. La heroína mostraba indicios de haber sido alterada con fentanilo. La DEA y la PGR descubrieron que el químico hallado en las jeringas de Chicago tenía su origen en el laboratorio Talios SA de CV en Lerma, Estado de México, en donde una banda de narcotraficantes produjo el lote que causó la que entonces era una de las crisis de sobredosis más importantes en Estados Unidos en décadas.
Con inteligencia recabada por la sección antinarcóticos de la embajada estadounidense, agentes federales mexicanos tomaron por asalto la bodega donde se producía el químico en mayo de 2006, un año después de que las estadísticas de muertos habían alertado a los médicos de Cook. En el operativo se detuvo a media docena de personas, entre ellas, químicos. Cuatro años más tarde, los mexicanos responsables -Ricardo Valdez Torres, Óscar Jacobo Rivera Peralta y Alfredo Molina- fueron extraditados por el gobierno de Felipe Calderón a Estados Unidos y convertidos en un ejemplo de cooperación binacional y de cómo Washington estaba dispuesto a castigar a los responsables de más de mil muertes.
En 2016, de acuerdo con registros del Buró de Prisiones de Estados Unidos, todos los detenidos fueron liberados. Cumplieron apenas 8 años de condena y, posteriormente, fueron deportados a México, en donde finalmente se les perdió el rastro.
Hoy, el número de laboratorios de fentanilo en México va al alza y el combate a ese químico, en ambos lados de la frontera, parece destinado al mismo fracaso que la lucha contra otras drogas.
Con una diferencia: esta vez la apuesta es mucho más alta.
Fuente: El Financiero
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