Carlos Ferreyra
¿Cuánto hemos contribuido los periodistas, los medios de difusión, a la degradación moral del ciudadano corriente? No es difícil adivinarlo. En la información diaria hemos privilegiado la urgencia de no perder la nota, especialmente si es sanguinaria, atroz, sobre lo trascendente.
Al escándalo justificado por el asesinato –sí, asesinato—de los dos Juanes padre e hijo, en el socavón de Cuernavaca, enfrentamos ahora el choque de dimes y diretes entre las autoridades federales, que culpan al gobierno de Morelos de la muerte de los trabajadores enterrados en su auto, bajo la premisa de que los cuerpos de auxilio locales no les pasaron una manguera con oxígeno para que no murieran ahogados.
Así, piensan limpiar la conciencia del sujeto que al conocer la tragedia anunció ufano la recuperación del auto y mencionó, de paso, que dentro había dos personas muertas. Y que a sus familiares se les indemnizaría por “el mal rato” sufrido.
Enfrentamos también las declaraciones del presidente de la Fundación Colosio, José Murat, el mismo al que se acusó de haber llevado a la ratonera donde murió el hoy prócer tricolor, reclamando la recuperación del espíritu priista, abandonar el dedazo –del que es beneficiario su niño—y denunciar, acabar con la corrupción. Puso como ejemplo la expulsión partidaria de Javidú, pero no mencionó las nunca justificadas adquisiciones inmobiliarias suyas y de su junior en Estados Unidos, durante el paso de este como director del Infonavit.
Por si fuera poco lo anterior, distraído con asuntos de primera importancia, Mancera olvida los sucesos de Tláhuac y anuncia triunfal, el arribo de los primeros autobuses de dos pisos que afearán y romperán la dignidad del antiguo Paseo de la Emperatriz, hoy Paseo de Las Reforma.
Que hay pendientes resoluciones judiciales que impedirían la obra, no es óbice para que Ternurita haga su santísima voluntad. Así fue en el túnel de Río Mixcoac al cruce con Insurgentes, así es en la destrucción del Zócalo para convertirlo en la sala de conciertos masivos más grande del país y así seguirá siendo en todos y cada uno de los pasos que dará hasta que, decepcionado, acepte que los detritusdefecalenses no lo queremos. Y nunca lo apoyaremos para treparse a la Silla del Águila.
Alguien, alguna voz, debería explicar el papel del actual delegado en esa demarcación, quien junto con sus hermanos ha construido un cacicazgo. Se podría añadir a las explicaciones el papel que jugó cuando, jefe de policía de la zona, no impidió el salvaje sacrificio de policías que investigaban el narcomenudeo creciente en la delegación.
Un helicóptero con cámaras documentó el bestial sacrificio de los agentes, mientras en otro helicóptero el gobernador Ebrard afirmaba que no podía llegar al sitio. Una diputada se quiso colgar del linchamiento pero fue expulsada del lugar por los narcos que mediante la acusación de que los policías civiles intentaban secuestrar niños, lograron la colaboración del pueblo que, declaró López Obrador, aplicaba “usos y costumbres”. No había que castigar a nadie.
Lo importante del hecho es que mientras el hoy delegado huyó del lugar, pero consciente de qué se trataba, con el tiempo se supo que habían sido los narcos quienes habían organizado el linchamiento. La policía federal o citadina, da igual, no se atrevió a incursionar más dejando total libertad a quienes traficaban, hasta ahora que la Marina con sus métodos expeditos, entró, vio, y envió al cielo a los líderes.
La historia no ha terminado. Los traficantes de drogas, a los que se les busca líder nuevo, mostrando una organización que no puede ser voluntad de uno solo, han marcado su territorio y sin declaración por medio, están en zona autónoma en la que ni civiles ni uniformados pueden ingresar. Un cinturón de sujetos armados, algunos con pistola al cinto, visible, y muchos ocultos tras azoteas con armas de mayor calibre, prestos a impedir que se les cancele su modus vivendi.
Documentamos lo inmediato y esperamos con ansiedad de ave carroñera, el siguiente escándalo, que nos permitirá acceder a las primeras planas. Por hoy, Tláhuac, territorio libre del Distrito Federal, hoy CdMx…