Por Carlos Ferreyra
Durante más de 70 años, y eso lo pueden constatar hasta el más recalcitrante pejista que, después de todo, en esos tiempos era parte de gobiernos que a jalones y tropezones, mantenían la paz social, avanzaba en la economía sin impulsar, como ahora, a las bestiales riquezas surgidas al tenor de la alternancia.
Resulta que en forma acrítica condenan las gestiones tricolores, y usan tales juicios para demostrar que el regreso de los priistas al gobierno significa una creciente corrupción, una impunidad total y como conclusión todos los que se llaman oposición, trabajan para impedir al PRI volver a tomar el poder.
Esa actitud miserable, que ha logrado contagiar al país en pleno, se encuentra reflejada en los comentarios y ataques que repletan las páginas del feis y de tuiter, a cargo de sujetos que escudan su cobardía, su incompetencia, su incultura y su desapego por la verdad, en un anonimato desde el que no sólo sueltan insultos y toda clase de ofensas, sino amenazan como si en verdad fueran capaces de enfrentar personalmente al ofendido.
Estos cobardes eluden desvergonzadamente la participación de sus actuales héroes en la formación de esta cultura de la impunidad, de la corrupción de la que fueron no sólo beneficiarios, sino impulsores y creadores.
Bastaría con enlistarlos recordando su brincoteo de un partido a otro, su recorrido por el espectro ideológico nacional, en el supuesto que en este país de cínicos exista algo parecido a una ideología, a un pensamiento puro, a un proyecto en el que se consideren los bienes comunes frente a los beneficios personales.
Hoy, sin mayor análisis, celebramos “el valor civil” del teóricamente responsable del fraude –si es que existió—para entronizar a Carlos Salinas de Gortari. Si no nos encontrásemos en un estado de catatonia moral, diríamos que el señor Bartlett hizo su declaración mientras babeaba, presa de su inconsciencia mental. No supo lo que decía como, al parecer, ahora dice que no supo lo que sucedió.
Festejamos la honradez valiente de López Obrador sin someter a juicio los quince, veinte años que tiene sin trabajar, sin levantar una bolsa de basura del piso para justificar su medio de vida, el de su familia, de sus allegados, sin explicar la procedencia de los fondos con los que acude con sus hijos a una final de beisbol en Estados Unidos, o recorre el país con numerosa comitiva.
Evadimos el recuerdo de Vicente Fox, el que inició el desorden nacional. Liberó los presupuestos para que cada entidad los ejerciera según su buen parecer, liberó a los narcotraficantes, facilitó la huída del Chapo y combatió a los que eran competencia del sinaloense.
Aparte, encubrió cochupos y sinvergüenzadas de sus entenados que, lo hemos dicho otras veces, de vendedores de pomadas contra la sarna de los perros, pasaron a propietarios de avión particular, con residencias en Florida y estreno de pareja cada año. Como decía un célebre compañero de avatares periodísticos: un año cambio de coche y el siguiente de esposa.
No deberíamos obviar el Centro Fox, en San Pancho, uno de los centros de convenciones y hotelería más fastuosos del país que cuenta con lago artificial y oficina presidencial con silla del Águila y todo.
Entretenido con la matazón contra todo lo que se moviese, narcos, uniformados o civiles, Calderón hizo poco o ningún caso de lo que acontecía a su alrededor. El país, un desastre en manos de gente como los Mouriño que se apropiaron de tierras, gasolineras y petróleo, mientras la familia de Margarita se enriquecía con métodos cibernéticos y coleccionaba concesiones para guarderías abiertas en jacalones sin medidas de seguridad y mucho menos de atención a los infantes.
La lucha por el poder en su entorno, significó la muerte de media decena de sus colaboradores en extraños y coincidentes accidentes aéreos, casi todos en las cercanías o en terrenos del Estados de México.
Antes pasó por allí Zedillo a quien debemos el inicio del remate de bienes propiedad del estado, esto es de los mexicanos todos. Bienes cuyo traspaso de propiedad consideraba su inclusión como socio o, al menos, integrante de los consejos de las sociedades anónimas.
Advirtamos, sin embargo, que este “míster amigou” actual ciudadano gringo, no era tricolor. Una foto del 68 lo refleja en plenitud: el flacucho joven politécnico se arrincona contra la fachada de un edificio y se tapa con los libros, mientras enfrenta a una pareja de policías que lo mismo lo estaban saludando que agrediendo.
La foto la publicó “El Universal” y de lo que no hay duda es la extrema cobardía del señor que tiene un hijo según publicación reciente, con costo de 14 millones de dólares. En Estados Unidos, claro está, sitio en el que esperan con los brazos abiertos a (C)Anaya, el pastor mayor del PAN.
¿En qué momento nos convertimos en país de miserables? No lo sé, pero recuerdo cuando José López Portillo, que murió en pobreza y no creo que alguien pueda demostrar lo contrario, advirtió que el país estaba en riesgo de convertirse en un país de cínicos. Fue temor, duda o premonición.
No lo sabremos…