Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
El pasado fin de semana tuve un sueño basado en hechos reales. Alguien criticaba a José Luis Cuevas y yo le decía mi opinión en contrario: él era un tipo encantador. Que yo lo había entrevistado, y más allá de su trabajo como pintor, había sido un sujeto del que había aprendido mucho. Que por la columna periodística que el escribía, Cuevario me había enterado de las mujeres con capacidad de eyacular, experiencia que, él me contó, había buscado a partir de que lo leyó en los libros de Xaviera Hollander, en los sesentas o setentas del siglo pasado.
El lunes tres de julio como a las 10 de la noche recibí un Whats App de mi amigo Joaquín Berruecos, fundador de Kathedra.org en el que me contaba que había hecho un video respecto de una de las obras de Cuevas, y que lo difundía en su homenaje. Fue en ese momento cuando me enteré de su muerte y recordé el sueño donde, por cierto, todo lo esencial es verdad.
José Luis Cuevas me recibió en su casa estudio de la Avenida Altavista a finales de la década de los noventas. Fue uno de los personajes que elegí y aceptó ser parte de mi serie México en su Memoria que por razones de presupuesto nunca terminé de editar hasta ahora. Fue una de las entrevistas más gratas y completas de mí vida profesional y de las cuales reproduzco aquí de memoria las partes más esenciales advirtiendo que algunas pueden ofender a personalidades sensibles.
Además de sus propios dibujos, me llamó la atención su colección de retratos de desnudos de mujeres tomados a finales del Siglo XIX y principios del XX que luego de la entrevista me permitió grabar en video por todo el tiempo que necesitara y con toda paciencia.
Creo que ahí escuché la anécdota de los “ríos de semen que corrían por las escaleras” como se describía a las fiestas del grupo de Carlos Fuentes y Fernando Benitez, pero en honor a la verdad no recuerdo si Cuevas me dijo si fue o no parte de esa cofradía.
Nací -me dijo- , en el año de 1934, el mismo año en que se inauguró el Palacio de Bellas Artes y Walt Disney dio a conocer al “Ratón Miguelito”.
No voy a entrecomillar los párrafos siguientes porque no tengo la grabación textual, pero toda la información es verídica y tan exacta como la recuerdo.
Mi recuerdo más antiguo y fijación por el erotismo se debe a que siendo muy niño me dejaron al cuidado de una mujer muy hermosa que por accidente me lastimó y yo me puse a llorar inconsolable. No llores, me dijo y empezó a besar todo mi cuerpo.
Mi abuelo tenía una imprenta por la calle de Izazaga a la que llegó Diego Rivera para recoger unos grabados. Me regaló unos crayones y yo desarrollé el impulso por dibujar.
Uno de mis primeros dibujos fue un libro abierto con una vela encendida. Ya adulto un sicólogo lo vio y me explicó que representaba los genitales de un hombre y una mujer. La mujer, esposa de un militar que me cubrió de besos, fue mi primera experiencia erótica.
La Calle del órgano y La Castañeda, lugares en donde se ejercía la prostitución y un hospital para enfermos mentales, fueron los escenarios donde obtuve mis primeros modelos.
Efectivamente a mí se me ocurrió lo de la Zona Rosa porque era el lugar donde eran posibles los encuentros eróticos como en la Zona Roja, pero de una forma más suave, y el rojo desvanecido, sería rosa.
Lo del Mural Efímero en la Zona Rosa empezó como una broma en oposición a la vanidad de muralistas como Orozco que se sentían eternos, pero subió de tono y se convirtió en una ofensa personal. Por esos tiempos ocurrió la guerra de los seis días en Israel y el objetivo de ironía se transformó en un trabajo más sombrío.
Yo no estaba en México cuando ocurrió el terremoto de 1985. Al llegar al Aeropuerto de la Ciudad abordé un taxi colectivo y tuve que pasar por el centro. Cuando el pasajero con el que compartía el taxi llegó a su destino encontró en ruinas el edificio en que vivía. Su cara de espanto se me quedó grabada en la mente toda mi vida.
En efecto, Xaviera Hollander fue la dueña de una casa de citas que escribió varios libros sobre sexualidad y en ellos describía la eyaculación femenina. Así que durante una estancia en Estados Unidos monté mi laboratorio en un hotel y me decidí a comprobar por mí mismo sí era cierto…y sí.
Mi matrimonio con Bertha fue mi vida. Ella comprendía que yo era un artista y mis infidelidades no la hicieron pensar en acabar con nuestra unión pero su muerte me sumió en una enorme depresión de la que sólo pude salir gracias al apoyo de Beatriz del Carmen.
No me voy a atrever más a confiar a la memoria esta entrevista, porque acabo de enterarme que ha aparecido al menos una copia del video grabado en su casa y tengo la confianza en poder presentarlo próximamente. Recuerdo que le dije que tenía la impresión de que era un hombre que había tocado lo mismo las cumbres de la alta cultura y la cultura popular. Que recordaba un capítulo de Los Picapiedra donde se le había parodiado con un nombre como Pepe Huicho Cavernas y ambos nos reímos mucho con el recuerdo. Por lo pronto creo que la oportunidad periodística pueda ser parcialmente satisfecha con estas líneas para quienes fuimos tocados por ese “niño terrible” que es parte esencial de la memoria de México, sobre todo en las transición entre las dos mitades del Siglo XX.