Carlos Ferreyra
Jorge Bergoglio, conocido como el Papa Francisco, tiene dos infalibilidades, la obvia en su calidad de representante del Reino de Dios en la Tierra, y la otra y no menos importante, su nacimiento en Argentina. Es gaucho, pues.
Después de un par de críticas a México, a su gobierno, y de sobrevolar el país para no hacer escala cuando realizaba un periplo continental, quedé convencido de que los Totonacus Vulgaris no somos exactamente entes de su simpatía.
Me afirmé en tal idea cuando el santo varón de un plumazo, de varios bastonazos o en su caso baculazos, mandó al cielo en calidad de santos a dos decenas de cuestionabilísimos combatientes cristeros; sí, ésos que arrasaban con las escuelas, mutilaban los senos de las maestras, y a los profesores los fusilaban.
Son historias familiares inolvidables, tres tíos fusilados al pie del tren en el que viajaban de Tacámbaro a Morelia y de allí pretendían llegar a la ciudad de México. El cuarto se salvó por joven, apapachado por una señora de costumbres mercenarias que lo defendió diciendo que se lo había robado, que era suyo.
Los tíos eran aspirantes a político, no tenían más culpa que la edición de libros y de un periódico que organizaba el abuelo Rafael, cuya máxima satisfacción era la edición del primer libro de poemas de José Rubén Romero. Del que no queda huella.
Pues nada, me dio la impresión de que en agresión gratuita el cura máximo de la Iglesia católica estaba buscando superar el número los santos del cielo republicano y democrático de México, nuestro paraíso revolucionario.
Revisé con curiosidad uno de esos antiguos calendarios de Galván o de alguien por el estilo, donde se amontonaban los nombres y las brevísimas historias de quienes arribaron por mérito propio o ayudados por musulmanes y romanos a la diestra de Dios Padre.
Me di a la tarea casi imposible de contar los que en nuestro santoral laico están anotados en las paredes de los recintos congresionales, de las augustas (lo eran, de verdad) salas de impartición de Justicia. De escuelas primarias, secundarias, estudios superiores. Seguí con sindicatos y hasta allí.
Leyendo algunos textos de historia sumé muchos nombres más, pero ni así me acerqué al número con que contaba a su disposición el padre Francisco… que finalmente y por inspiración del Chapulín Colorado, “no contaba con mi astucia”.
Recurrí a los tiempos modernos y encontré, en primer sitio a Luis Donaldo Colosio, elevado a los altares después de leer un discurso cuya autoría no se precisa y del que dicen los que saben aunque no se admita, que fue supervisado y avalado por el presidente Carlos Salinas.
Como legislador pasó sin gloria por las cámaras; en una Secretaría lucidora como Sedesol, cumplió el encargo y en el PRI aceptó la ignominia de entregar la gubernatura de Baja California al PAN, cuando las urnas no terminaban de cerrarse.
Su expresión más conocida, “soy producto de la cultura del esfuerzo”; estudió en Masachusets y en el Tecnológico de Monterrey, ambas instituciones para jóvenes de grandes recursos.
Alonso Lujambio, egresado del ITAM, nuestra actual fuente de provisión de funcionarios de alto nivel, obtuvo maestría en Ciencia Política en Yale. Dirigió el ITAM y de allí Consejero Electoral del IFE, de donde pasó a la ONU comisionado en Irak.
Titular en Educación Pública, se afilió al PAN y de allí al Senado en 2012 donde rindió protesta considerando nacientes y muy jugosas prestaciones como seguro de vida, médico y pensión familiar.
Los dos están en sitios privilegiados del panteón patriótico nacional, aunque Colosio cuenta con un espantoso busto que colocaron en Reforma frente al Campo Marte.
Como cada gobernador, cada alcalde piensa que en “su obra” que no lo es porque las hizo con recursos y programas de gobierno, deciden dar la oportunidad a los ciudadanos de agradecer a tan preclaro funcionario su meritoria labor. Con el 10 por ciento menos, claro.
Calles, parques, escuelas, hospitales y más, perpetuarán su nombre y dejarán a las futuras generaciones la pregunta: ¿y quién era este güey? Considérense allí mismo las esposas, amigas, madres e hijas, que a veces alcanzan la gloria eterna de su nombre en letras no necesariamente de oro.
Tampoco quise ser abusivo y me abstuve de ir a la Colonia, a la Independencia. No se trataba de apabullar a nadie, sólo de mostrarle a Bergoglio que también en Chalco hace aire. O en Pachuca, si les gusta más la bella airosa.
Y sí, creo que nos llevamos por muchos el santoral cristiano.