La gran bandera de la derecha estadounidense vive días agónicos. Las deserciones en las filas republicanas han llevado a un punto de quiebra su mayor proyecto: la reforma sanitaria. La ley con la que el presidente Donald Trump quería demostrar su poderío parlamentario y liquidar el más preciado legado de su antecesor, el Obamacare, ha naufragado. Ya son cuatro los senadores republicanos que han decidido votar contra la iniciativa, una cifra exigua pero suficiente para hacer imposible su aprobación en una Cámara donde los conservadores sólo aventajan en cuatro escaños a los demócratas (52-48). Ante este bloqueo, el propio líder republicano en el Senado, Mitch McConell, ha abandonado la iniciativa y ahora apuesta por derribar el Obamacare rescatando una propuesta de 2015. Un camino que pareció apoyar el propio Trump, quien pidió trabajar en un nuevo proyecto con la «pizarra limpia».
Era más que una ley. La reforma sanitaria había sido presentada por Trump como el símbolo de una nueva era. La que iba a enterrar la herencia de Barack Obama y unir a la derecha estadounidense bajo una misma bandera. Pero su tramitación ha mostrado justo lo contrario. Pese a tener en su manos la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado, la unidad republicana es una quimera. No hay una derecha sino muchas; tampoco existe un proyecto, sino casi tantos como grupos de presión parlamentarios. El golpe es profundo.
La debilidad de Trump ya quedó al descubierto al iniciarse en marzo la andadura parlamentaria de la ley. Tras tomar él mismo el liderazgo, el primer proyecto tuvo que ser retirado de la Cámara de Representantes porque carecía de apoyos suficientes. El presidente, que se había jactado de ser el mejor negociador del mundo, el dealmaker capaz de superar cualquier desacuerdo, se vio obligado a admitir su fracaso y a reiniciar una puja, esta vez a puerta cerrada, que desembocó en un texto lo suficientemente ambiguo como para cosechar la mayoría.
La ley aprobada en 2010 impuso cambios profundos en el modelo sanitario estadounidense. Creó un mercado de compra de seguro, expandió el programa público para personas con pocos recursos o discapacitadas (Medicaid), y puso fin a abusos como el rechazo de las aseguradoras a pacientes con dolencias previas. En su afán por acabar con el vacío sanitario, generalizó las penalizaciones a quien no contratase un seguro y dispuso un entramado fiscal, con impuestos a las rentas más altas, para sostener los gastos. Los resultados fueron una masiva extensión de las coberturas, con 20 millones de personas más aseguradas, pero también una subida de los precios de las pólizas.
En su ataque al Obamacare, los republicanos alegan que es un sistema destinado no a mejorar la atención al paciente o a fomentar el acto médico concreto, sino a subvencionar a las compañías de seguros y sus cálculos de riesgo. Frente a ello, propone aligerar las cargas burocráticas, reducir subsidios y recortar la expansión de Medicaid (al que se acoge actualmente 62,4 millones, el 19% de la población). Unos planes que pueden dejar fuera en los próximos años a millones de asegurados y afectar seriamente al tejido social más débil.
Bloqueada de momento cualquier votación, la salida para Trump y los republicanos es compleja. McConell dio por perdida la pretensión inicial de revocar el Obamacare y aprobar inmediatamente una nueva ley, y optó por otra vía: resucitar una propuesta de 2015 (vetada por Obama) que desmantelaba gran parte del sistema y que en su día contó con el beneplacito mayoritario de los republicanos.
El camino sería parecido al sugerido por Trump anoche en un tuit en el que instaba a su partido a liquidar el Obamacare y a que con la “pizarra limpia” empezase a trabajar en un nuevo proyecto. “¡Los demócratas se sumarán!”, tuiteó Trump.
En caso de llevarse adelante este plan, supondría el inicio de otra negociación, que la oposición, en principio, no rechaza. “Este segundo fracaso del Trumpcare es una prueba clara de que el núcleo de esta ley es inasumible. Antes que volver a empezar el mismo fracasado proceso, los republicanos deberían deberían ponerse a trabajar con los demócratas en reducir los costes de los seguros, dar estabilidad a los mercados y mejorar el sistema de salud”, anunció el líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer.
El resultado de esta nueva fase aún está por ver. Pero el tiempo corre en contra de los republicanos. No sólo los demócratas han formado una cuña frente a la reforma sanitaria. También se oponen amplios grupos de pacientes, asociaciones médicas y el poderoso lobby de las aseguradoras, que alertó de que la iniciativa republicana iba a disparar los costes. En un país donde 28 millones de personas carecen de asistencia sanitaria, las espadas siguen alto.
Fuente: El País