Benjamín Torres Uballe
La capital de la república mexicana es una de las ciudades más fascinantes que existen en el mundo. Millones de visitantes llegan cada año a ella para deleitarse con la vastedad de sus atractivos culturales, sociales, geográficos, arqueológicos y las delicias de su afamada gastronomía.
México, en conjunto, dispone de una envidiable cantidad de recursos naturales que lo hacen prácticamente irresistible para el turismo internacional. En 2016, la nación azteca se ubicó ya en el octavo lugar del top ten de los países más visitados en el planeta. Un gran mérito, sobre todo considerando el grave entorno de violencia en que se da. La inseguridad campea en todo el territorio. Nadie se siente en paz. Los criminales parecen haber rebasado a un timorato Gobierno.
Y la Ciudad de México, sede de los poderes federales; punto neurálgico en lo político, económico y otras actividades fundamentales de la sociedad, no escapa a la mortal ola de violencia e inseguridad que se exacerbó en la administración de Miguel Ángel Mancera Espinosa.
Desde hace tiempo, diversas investigaciones periodísticas han alertado de la presencia del crimen organizado, de los cárteles que, todo indica, de acuerdo a las estadísticas, llegaron para quedarse. No es gratuito que la Ciudad de México haya ocupado nuevamente en junio pasado el segundo lugar en la incidencia delictiva a nivel nacional al totalizar 17 mil 842 delitos denunciados, según cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Resulta evidente el crecimiento exponencial de los llamados delitos de alto impacto en la ciudad capital. Basta recordar que han sido recurrentes los asaltos realizados por comandos a negocios en plazas comerciales. Los cobros de piso y extorsiones a negocios se volvieron comunes. El narcotráfico se tornó una “actividad” rutinaria. Capos importantes y sus operadores fueron detenidos por fuerzas federales en el antiguo Distrito Federal, su idílico lugar de residencia.
Todo mundo sabía lo que estaba sucediendo en la atribulada Ciudad de México, todos, excepto el jefe de gobierno capitalino quien ridículamente negaba una y otra vez la existencia de los perniciosos cárteles. No obstante que uno de ellos, el conocido como “Unión Tepito” opera sin grandes problemas a pocas calles del viejo Palacio del Ayuntamiento –sede del gobierno capitalino-, y no precisamente con un dechado de discreción. Se adoptó la conducta del avestruz.
Pero la estrategia de la negación mancerista, sufrió un golpe demoledor el jueves último, cuando la Marina, en conjunto con policías federales abatieron en un operativo a Jesús Pérez Luna conocido como “El Ojos”, violento líder del “Cártel de Tláhuac”, y a siete de sus allegados.
Un hecho inédito vivió ese día la Ciudad de México ante el asombro de sus habitantes. La magnitud de dicho operativo, dada la peligrosidad del capo, incluyó a más de mil efectivos, vehículos blindados y artillados, además de helicópteros. Esto derivó en narcobloqueos, incendios de vehículos, y manifestaciones de apoyo al delincuente caído. ¿Un narcomenudista? ¡Cómo no!
Mas la obcecación de Mancera Espinosa no sólo es absurda sino irrisoria. Con desesperación, en cuanta entrevista concedió, insistió que la organización criminal encabezada por “El Ojos”, es de narcomenudistas y no corresponde a lo denominado como un cártel. Así de enredado está el también actual presidente de la Conago. Mientras en México y el mundo se aprecia cómo los mencionados cárteles se instalaron en la capital mexicana, don Miguelito va en sentido contrario.
Empantanarse en una estéril y cantinflesca explicación semántica, en nada ayuda al jefe de gobierno, por el contrario, lo exhibe ante la opinión pública como un necio y arrogante mandatario que no sabe cómo afrontar el delicado y complejo problema de los cárteles en la Ciudad de México. Llamar a esos poderosos grupos criminales simples narcomenudistas en nada cambia la realidad. Percibirla de otra manera es caer en la trampa del surrealismo aunque los hechos sean tangibles y absolutamente contundentes. Para solucionar el problema hay que admitirlo.
Hace meses que los sueños presidenciales –muy válidos- del exprocurador capitalino lo tienen un tanto distraído en perjuicio de la sociedad que habita en la gran urbe y que ha visto como el gran capital político con el que llegó al Ejecutivo local se ha diluido de manera drástica. De por sí, ciertas decisiones además de impopulares y demagógicas han sido una afrenta que no olvida la ciudadanía, como las repudiadas fotomultas –un gran negocio para algunos vivales-, el 67% de aumento a la tarifa del Metro, dizque para mejorar el pésimo servicio que hasta hoy prevalece, sin mencionar la necedad de imponer una línea del Metrobús en Paseo de la Reforma.
Sin duda las aspiraciones de Miguel Ángel Mancera para ocupar la Residencia Oficial de Los Pinos en el 2018, desde ahora se ven muy afectadas por el obús que significó el enorme escándalo al exponer la verdad acerca de la presencia de los cárteles en la otrora apacible Ciudad de los Palacios –como la llamó Charles Latrobe, que no Alexander Von Humbolt, como se cree-, y a la cual, no pocos, con hiriente sorna, comenzaron a llamar ya la Ciudad de los Cárteles. ¿Será?
@BTU15