Los trastornos del sueño pueden advertir sobre el empeoramiento de los pensamientos suicidas en adultos jóvenes, independientemente de la gravedad de la depresión de un individuo, según revela un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, en Palo Alto, California, Estados Unidos.
Los problemas de sueño entre los adultos jóvenes en riesgo de suicidio –especialmente la variación en cuándo se fueron a dormir y cuando se despertaron– surgieron como un signo de advertencia de empeoramiento de pensamientos suicidas en los días y semanas siguientes, según el análisis, cuyos resultados se detallan en la edición digital de este miércoles de ‘Journal of Clinical Psychiatry’.
El suicidio es la segunda causa de muerte entre los adultos jóvenes, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos. «El suicidio es el resultado trágico de la enfermedad psiquiátrica que interactúa con múltiples factores de riesgo biológicos, psicológicos y sociales», explica la autora principal del estudio, Rebecca Bernert, profesora asistente de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de Stanford.
Las alteraciones del sueño se diferencian de otros factores de riesgo porque son visibles como una señal de advertencia, pero no estigmatizantes, y altamente tratables, por eso creemos que pueden representar un importante objetivo de tratamiento en la prevención del suicidio», añade esta investigadora, que trabajó junto a Thomas Joiner, profesor de Psicología en la Universidad Estatal de Florida, Estados Unidos.
Se han evaluado previamente los trastornos del sueño como un factor de riesgo de suicidio, pero ningún análisis previo ha investigado objetivamente el sueño perturbado como un indicador de riesgo a corto plazo en adultos jóvenes. Este trabajo recogió características de sueño tanto objetivo como con la información aportada por los jóvenes con alto riesgo de suicidio.
Los participantes en el estudio fueron 50 adultos jóvenes, de edades entre 18 y 23 años, seleccionados entre casi cinco mil estudiantes de pregrado matriculados en un grupo de investigación universitaria. Los participantes tenían antecedentes de intentos de suicidio o ideación suicida reciente, es decir, pensamientos de suicidio.
El sueño de los sujetos se evaluó objetivamente durante una semana, en la cual los participantes usaron dispositivos de reloj que contenían un acelerómetro para medir sus movimientos de muñeca mientras dormían o trataban de dormir. El dispositivo había sido previamente validado como una forma precisa de distinguir los patrones de sueño-vigilia y generar una variedad de mediciones de sueño.
Al inicio del estudio y siete y 21 días después, los participantes también respondieron a cuestionarios para medir la gravedad de sus síntomas suicidas, insomnio, pesadillas, depresión y consumo de alcohol. Los tenían un alto grado de variabilidad en los tiempos en los que se quedaban dormidos durante la noche y los tiempos en que se despertaban por la mañana eran más propensos a experimentar síntomas suicidas en las calificaciones a los siete y 21 días.
Dormir en momentos muy diferentes cada noche era especialmente predictivo de un aumento en los síntomas suicidas, según los investigadores. Las relaciones entre el sueño y los síntomas suicidas se sostuvieron incluso cuando los investigadores controlaron la gravedad de la depresión de los participantes, el consumo de sustancias y la gravedad de sus síntomas suicidas al inicio del análisis.
Los participantes con una gran variación en cuándo se quedaron dormidos también informaron de más insomnio y pesadillas, que por sí mismos predijeron de forma independiente más conductas suicidas. «El insomnio y las pesadillas engendran más variabilidad en el momento en el que somos capaces de dormirnos en las noches posteriores, lo que indica la forma en que se desarrolla el insomnio», dice Bernert.
El sueño es un barómetro de nuestro bienestar y afecta directamente en cómo nos sentimos al día siguiente. Creemos que el mal sueño puede quebrar un respiro emocional durante los momentos de angustia, afectando a la forma en que regulamos nuestro estado de ánimo y así bajar el umbral para los comportamientos suicidas», añade.
Los trastornos del sueño y las ideas suicidas son síntomas de depresión, por lo que es crítico desentrelazar estas relaciones y evaluar factores que son independientes para predecir el riesgo», dice Bernert. Actualmente, su equipo está llevando a cabo dos ensayos clínicos de prevención del suicidio para probar la eficacia de un breve tratamiento de insomnio sin medicación para comportamientos suicidas.
Los tratamientos probados para comportamientos suicidas son alarmantemente escasos en comparación con la necesidad y siguen siendo incompatibles con la naturaleza aguda de una crisis suicida -plantea–. Comparado con otros factores de riesgo para el suicidio, el sueño perturbado es modificable y altamente tratable mediante intervenciones breves y de acción rápida. Como el sueño es algo que experimentamos universalmente y podemos estar más dispuestos a hablar abiertamente de él en relación con nuestra salud mental, creemos que su estudio puede representar una oportunidad importante para la prevención del suicidio».
Fuente: Excélsior