Francisco Fonseca
En 1969, el entonces presidente de la República firmó un decreto dirigido a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público para recibir de los concesionarios de radio y televisión (radiodifusores) el pago del impuesto al que se refería el artículo 9 de la Ley que Establece, Reforma y Adiciona Disposiciones Relativas a Diversos Impuestos, consistente en el 12.5 por ciento del tiempo diario de transmisiones de cada estación de radio y televisión. Un mes después, más o menos, se giró otro decreto a la Secretaría de Gobernación para crear la oficina encargada de administrar los tiempos de transmisión del Gobierno, llamada Comisión de Radiodifusión.
Este procedimiento funcionó perfectamente durante 8 o 9 años. Los radiodifusores abrían sus tiempos comerciales en respuesta a la documentación oficial que yo, como director general de la mencionada Comisión, les solicitaba. Había una excelente relación entre concesionarios, permisionarios y autoridades gubernamentales. Esta empatía se daba tal vez en el entendimiento, por parte de ellos, de que el gobierno no contaría jamás con los recursos económicos para llenar el 12.5 por ciento del tiempo en todas y cada una de las radiodifusoras de todo el país. Era una apreciación respetable. Pero así funcionó durante años.
En ese tiempo, la multicitada Comisión había logrado afianzar diariamente tiempos y horarios valiosos en las televisoras, a saber: treinta minutos en el Canal 2 a las 14:30 horas; treinta minutos en Canal 4 a las 22:00 horas, y treinta minutos en Canal 5 a las 23:00 horas. El Canal 13 no presentaba mayor problema siendo entonces una rentable empresa del Gobierno Mexicano; y el Canal 11, televisora hermana, siempre colaboraba para los fines solicitados.
Yo acostumbraba visitar a los concesionarios en sus empresas para estrechar relaciones. Sostuve duras y tensas pláticas con el señor Emilio Azcárraga Milmo de Televisa, quien pretendía recuperar sus tiempos. Ya entonces (1972-1974) me hacía ver los millones de pesos que le facturaba diariamente el Canal 2, y lo que dejaba de ganar por esa media hora perdida para él.
¿Tiene usted, estimado lector, una mínima idea del valor que tienen hoy los tiempos que he señalado renglones arriba?
Años después, en el siguiente sexenio, le hice entrega de los activos de la Comisión de Radiodifusión (radio y televisión) a la señora Margarita López Portillo, quien le agregó el cine, y creó la oficina hoy llamada RTC (radio, televisión y cinematografía). Doña Margarita tuvo la feliz ocurrencia de devolverles los tiempos del Gobierno a los radiodifusores, en respuesta a una petición de los directivos de la Cámara de la Industria de la Radio y Televisión. Lo que ellos convinieron de palabra en una comida, posteriormente se legalizó. Craso error.
Tiempo después, allá por 1985, el entonces director general de la Comisión de Radiodifusión me dijo que necesitaba casi arrodillarse ante los radiodifusores para obtener la inserción de los mensajes a los que seguía teniendo derecho el Gobierno Federal. En la administración de Fox, el 12.5% se ridiculizó al 1.25% por ciento. Conociendo los fines, se entiende.
No es necesario que yo le haga ver a usted, estimado lector, a cuales niveles de arrogancia y soberbia han llegado, sobre todo, las televisoras, que hoy son el primer poder de esta Nación, que señalan, quitan y ponen individuos en cargos públicos desde sus palacios de avenida Chapultepec y el Ajusco.
En los próximos meses se intensificará su inmenso poder, no para apoyar o impulsar, sino para decidir. Poco vivirá quien no lo vea.
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