El expresidente Barack Obama debe haber pensado que iba a tener mucho material para defenderse cuando fuera juzgado por la historia. Seguramente suponía que, entre otras cosas, podría señalar su programa de cobertura médica, su amplio acuerdo comercial con Asia, el pacto climático global y su apertura diplomática con Cuba.
Pero eso era antes. Ahora, cinco meses después de haber dejado el cargo, Obama básicamente observa en silencio cómo su sucesor lanza un martillo contra distintos pilares de su legado. Ladrillo por ladrillo, el presidente Donald Trump está tratando de destruir lo que Obama construyó. ¿El tratado comercial? Cancelado. ¿El acuerdo climático? Olvídenlo. ¿Cuba? Un retroceso. ¿El seguro médico? Su destino todavía no está decidido, pero va a ser revocado si Trump logra navegar por las contracorrientes en el congreso.
Todos los presidentes cambian de rumbo al llegar al cargo, especialmente cuando suceden a alguien de otro partido. Pero nunca se había visto a un presidente tan empeñado no solo en conducir al país en una dirección diferente sino en desmantelar activamente lo que se había establecido antes de su llegada. Ya sea por encono personal, por cálculo político, por desacuerdos ideológicos o por estar convencido de que el presidente anterior dañó al país, Trump ha dejado en claro que si algo lleva la marca de Obama, él no tardará en borrarlo del disco duro nacional.
“He reflexionado mucho y simplemente no puedo encontrar otro caso en la historia reciente de Estados Unidos en el que un nuevo gobierno estuviera tan empeñado en echar para atrás los logros de su predecesor”, dijo Russell Riley, historiador presidencial del Centro Miller de la Universidad de Virginia. Mientras otros presidentes se concentran en lo que van a construir, “este es diferente: está mucho más cómodo usando una bola de demolición que elaborando modelos para lo que venga después”.
Shirley Anne Warshaw, directora del Centro Fielding para Estudios de Liderazgo Presidencial en Gettysburg College, asegura que no es insólito que Trump esté rompiendo con el legado de su predecesor. “Trump no está haciendo nada que Obama no haya hecho”, aseguró. “Simplemente está revocando políticas establecidas por un presidente de otro partido”.
Aunque recalcó que lo que diferencia a Trump hasta ahora es que otros presidentes tienen idea de lo que van a construir sobre lo que deshagan de su predecesor. “Yo no he visto ningún proyecto de ley constructivo de ese tipo en lo que ha presentado Trump”, señaló. “No tiene ningún programa legislativo independiente, aparte de destruir. Quizá la reforma fiscal”.
De todos modos, Trump no ha llegado tan lejos como ha amenazado. Por lo pronto ha dejado en pie el acuerdo nuclear que Obama logró con Irán, aunque lo ha hecho a regañadientes. Y si bien armó un gran espectáculo al echar atrás las medidas de apertura de Obama hacia Cuba, la letra chica deja intacta gran parte de la política de deshielo. No ha rescindido la orden de Obama que exime de la deportación a los inmigrantes indocumentados que llegaron cuando eran niños. Los republicanos del senado dieron a conocer recientemente una nueva versión de la ley con la que piensan revocar y remplazar a Obamacare, pero ese proyecto podría quedar atorado, y dejar al programa tal como está.
Sus asesores insisten en que Trump no está motivado por el deseo de desmantelar la presidencia de Obama, pero señalan que, teniendo en cuenta su pasado como desarrollador inmobiliario en Manhattan, en algunos casos sabe que se debe demoler lo viejo para hacerle lugar a lo nuevo.
“Él no ha desmantelado todo y yo no diría que eso es exactamente lo que está tratando de hacer”, dijo Hope Hicks, directora de Comunicaciones Estratégicas de la Casa Blanca. “Eso podría ser un efecto secundario de lo que él está construyendo como su propio legado. No creo que nadie llegue a la oficina todos los días preguntándose cómo podría desmantelar el legado de Obama”.
No obstante, Trump sí ha presentado el legado de Obama como algo desastroso que debe ser desmantelado. “Para ser franco, heredé un desastre”, dijo en una conferencia de prensa poco después de asumir el cargo. “Es un desastre. En el país y en el extranjero, un desastre”, dijo, y añadió que ellos se iban “a encargar de todo eso”.
Los críticos del gobierno anterior aseguran que el mismo Obama se lo buscó. Sus grandes logros legislativos fueron aprobados casi exclusivamente con los votos demócratas, lo que significa que no hubo un consenso bipartidista que pudiera sobrevivir a su presidencia. Y cuando los republicanos se apoderaron del congreso, él recurrió a la llamada estrategia de la pluma, firmando órdenes ejecutivas que podían ser borradas fácilmente por el siguiente presidente.
“Es como dicen: quien a hierro mata, a hierro muere. Cuando la presidencia está basada en la pluma y el teléfono, todo eso puede deshacerse y yo pienso que eso es lo que estamos viendo”, comentó Matt Schlapp, presidente de la Unión Conservadora Americana.
Obama podría alegar que no tuvo más remedio dada la obstrucción de los republicanos en el congreso. Como sea, en buena medida ha guardado silencio a lo largo de este proyecto de demolición, aparentemente convencido de que si se pronuncia solo se convertiría en un enemigo público que Trump parece ansioso por tener. El 22 de junio hizo una excepción y acudió a Facebook para atacar el nuevo proyecto de seguro médico del senado. Sin embargo, el consuelo del equipo de Obama parece ser la creencia de que el peor enemigo de Trump es él mismo; alguien bueno para los arrebatos pero malo para darles seguimiento.
“El legado de Obama estaría mucho más amenazado por un presidente más competente que Donald Trump”, indicó Josh Earnest, quien fungió como secretario de Prensa en la Casa Blanca de Obama. “Su inexperiencia y su falta de disciplina son un obstáculo para que pueda implementar políticas que reviertan lo que instituyó Obama”.
Otros exfuncionarios del gobierno de Obama aseguran que mucho de lo que ha hecho Trump es reversible y menos espectacular de lo que parece. Por ejemplo: no rompió por completo las relaciones con Cuba. Y para retirarse realmente del Acuerdo de París tendrán que pasar varios años y, para entonces, podría haber otro presidente. El verdadero efecto, estiman, es en la reputación internacional de Estados Unidos.
“Hay muchos gestos sobre cambios de posturas pero, en realidad, no ha habido mucho cambio. Y en la medida en que ha habido cambios, estos han sido contraproducentes”, observó Susan Rice, exasesora de seguridad nacional. “Lo que ha estado ocurriendo no es que el gobierno esté deshaciendo el legado de Obama: está deshaciendo el liderazgo de Estados Unidos en la escena internacional”.
Trump, por supuesto, no es el primer presidente que menosprecia la administración de su predecesor. George W. Bush estaba tan empeñado en hacer lo opuesto de todo lo que había hecho Bill Clinton, que su estrategia fue llamada “ABC”, siglas en inglés de “cualquier cosa menos Clinton”. Obama pasó años culpando a su predecesor por los reveses en materia de seguridad nacional y economía, culpa que sus simpatizantes consideraban justificada pero que el equipo de Bush consideraba un acto clásico de eludir responsabilidades.
Aun así, ni Bush ni Obama dedicaron tanto esfuerzo a deshacer los programas dejados por sus antecesores. Bush mantuvo el programa de seguro médico para niños de bajos ingresos de Clinton, así como la organización de servicios AmeriCorps. Obama deshizo gran parte del programa educativo de Bush, “Que ningún niño se quede atrás”, pero mantuvo su programa de cobertura médica para personas de bajos ingresos, Medicare, y gran parte del aparato antiterrorista.
Así dieron seguimiento a una tradición. Dwight Eisenhower no deshizo el New Deal de Franklin D. Roosevelt, y Richard Nixon tampoco desmanteló la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson. Ronald Reagan prometió eliminar los departamentos de Educación y Energía, creados por Jimmy Carter, pero a fin de cuentas no lo hizo.
Después de la elección, Obama minimizó el peligro de que su legado fuera desmantelado por completo. “Quizá un 15 por ciento de todo eso sea echado para atrás, o un 20 por ciento”, le dijo a David Remnick de The New Yorker. “Pero van a quedar muchas cosas”. En efecto, cuando llegue el tiempo de hacer un recuento para los libros de historia, Trump no podrá haber tirado abajo algunos de los logros más importantes de Obama, como sacar a la economía del abismo de una profunda recesión, rescatar a la industria automovilística y autorizar el ataque comando que acabó con Osama bin Laden. Tampoco podrá quitarle lo que ciertamente será la primera línea en el obituario de Obama: la elección en la que rompió barreras y se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos.
Pero los legados presidenciales son curiosos. Los presidentes a veces se definen porque sus sucesores son muy diferentes a ellos. Hoy, Obama es más popular de lo que fue en la mayor parte de su presidencia, lo que posiblemente sea resultado de su contraste con Trump, el presidente estadounidense más impopular desde que hay encuestas al respecto. Siguiendo este razonamiento, aun si Trump logra desmantelar el legado de Obama, eso podría ser beneficioso para la imagen su predecesor.
“Es difícil pensar que los historiadores vayan a condenar a Barack Obama por romper con el ostracismo al que su país había condenado a Cuba, por combatir el cambio climático junto con todo el mundo civilizado o por buscar un enfoque más humano y accesible al seguro médico”, sostuvo Richard Norton Smith, quien ha dirigido las bibliotecas de cuatro presidentes republicanos. “En efecto, construimos monumentos a presidentes que nos impulsan a alcanzar la visión igualitaria” enmarcada por Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia de Estados Unidos.
Pero eso quizá no le sirva de consuelo a Obama. Los presidentes prefieren monumentos a sus logros duraderos, no a los más efímeros.
Fuente: TNYTimes
#EnContexto Las Farc se desarman sin fiesta y en medio del escepticismo