Colaboración de Carlos Ferreyra
La fotografía que ilustra este comentario fue captada en El Chorrillo, un céntrico barrio de Panamá, tras el paso de las hordas gringas que arrasaron un pueblo para apresar a quien los había traicionado en el tráfico y comercialización de drogas: Manuel Noriega, “Cara’epiña”, hasta entonces cabeza del gobierno de ese país.
Hay más gráficas tanto o más dolorosas que la que vemos, porque la llegada de los soldados de Estados Unidos fue con toda la parafernalia que ameritaba la cacería de un monstruo, de Godzila o alguien más poderoso.
Noriega, hábil como era, se refugió en la sede de la Nunciatura para intentar un escape a las garras del que era su socio “my boy”, decían de él en la embajada de Estados Unidos en Panamá.
La historia de Noriega será replicada hasta el vómito en estos días: acompañó al naciente hombre fuerte, Omar Torrijos, en su ascenso al poder. Lo protegió a su regreso después de un intento de golpe de Estado y para hacerle el camino más fácil, en una noche de farra se reunió con los dirigentes nacionales del Partido del trabajo (marxista) y entre copas y cantos revolucionarios, los masacró y abandonó sus cuerpos mutilados en la vía pública.
También se le supo culpable del asesinato de Hugo Spadafora, líder de la oposición también de tendencia izquierda, años después.
Tanto en el gobierno de Torrijos como en su propia administración, no se le molestó a pesar de las pruebas de su carácter asesino por una simple razón: fue cooptado por la CIA en sus tiempos de estudiante militar y digamos, ascendido por sus patrones cuando quedó como segundo de a bordo en el mando nacional.
Lo conocí brevemente en una visita a ese país, en la que Omar Torrijos fue anfitrión. Junto al hombre fuerte además de Noriega estaba un cubano de nacimiento, Boris Martínez, al que se atribuían delaciones y secuestros contra desafectos al régimen militar, los que simplemente desaparecían.
En diálogo con Torrijos le pregunté por Noriega y por Boris. Presente el segundo, con lágrimas en los ojos me suplicó que no lo perjudicara porque era el sostén de su santa madrecita. A las menciones de los crímenes de los que lo acusaba la voz pública, arreciando el jirimiqueo negó todo, se confesó puro y con temor dijo que esas acusaciones las hacían los cubanos porque lo odiaban.
Y cierto, los datos los había recibido de mi agencia que era “Prensa Latina”, al igual que los referentes a Noriega al que Torrijos no exculpó sino que sujetó el perdón por los asesinatos al agradecimiento por facilitarle el regreso al poder.
Así era Torrijos, al que en los recorridos que hicimos por distintos corregimientos (creo que equivalentes a municipios) la gente le decía, como en coro griego: “Omar, no nos traiciones… no nos traiciones Omar…”
No dejaba de tener su lado simpático cuando recibía reclamos de los pobladores de algún caserío donde no había agua, y el gobernante llamaba a su lado a un ingeniero al que le reclamaba los cientos de dólares que le había dado para que encontrara agua. La respuesta, que el dinero no había alcanzado y que con 500 dólares más llegarían al manto freático.
Del bolsillo Torrijos extraía la cifra mencionada, la entregaba al técnico y le advertía que en una o dos semanas regresaría y si no había agua, se atendría a las consecuencias. Traía el presupuesto nacional en las entretelas.
Los recorridos los hacíamos en las limusinas Cadillac negras, cola de pato, escoltadas por otras más en las que viajaban un numeroso grupo de hombres que llevaban modestos portafolios con “datos sobre las zonas que recorreremos”, apuntaba Torrijos. La verdad, alojaban las temibles M11 israelíes, las metralletas cortitas de 0.9 milímetros conocidas como “Uzi”.
Hago una distinción: mientras Boris el cubano lloriqueaba (terminó por irse de Panamá), Noriega cuando nos presentaron estiró la mano y me miró retadoramente. Diría que con cierto odio o desprecio, y es que seguramente le habían informado mi origen como periodista y el origen de mi agencia.
Varios días después, en el carnaval conocí estacionamientos habilitados como salones de baile, donde había una parte conocida como “lo oscurito” donde los bailarines ¡hazaña sólo creíble cuando se testimonia!, hacían el amor de pie sin perder el ritmo de la pieza caribeña en ejecución.
Noriega murió esta semana a los 83 años de vida, de los cuales lo entambaron 30. Sus ex socios y patrones masacraron a su pueblo sólo por el afán de apresarlo y luego con extrema sevicia lo encarcelaron en Italia y al final en su país, Panamá.
Se merecía un fin peor, pero cabe mencionarlo porque lo usaron lo exprimieron y lo tiraron al basurero de la historia, donde se había ganado un sitio destacado.