A base de tuits Trump ha impuesto las fake news: son aquellas que no le gustan al presidente de Estados Unidos, a pesar de las evidencias y en caso de que el calificativo no se sostenga sus voceros lo cambian por hechos alternativos. ¿Cuánto tiempo va a pasar para que aparezcan los imitadores, para que algunos asesores sugieran a los gobernantes seguir el modelo Trump para construir la comunicación política en campaña o en el ejercicio de gobierno?
Créanlo, después de Trump la comunicación política no volverá a ser igual, la forma en que ha sacudido a medios tan sólidos como The New York Times, The Washington Post, CNN, ABC, NBC, CBS, Los Angeles Times y otros que en los últimos meses han tenido que hacer, incluso, campañas publicitarias para recordarle al público que su compromiso es con la verdad.
Por fortuna hay quienes aseguran que los grandes medios, lejos de verse con menos público han mejorado ventas e índice de lectores, oyentes y televidentes; pareciera que, por lo menos la gente se está tomando el tiempo para consultar lo que se difunde directamente en los medios y no se está quedando con lo que sigue en las redes sociales.
Hasta hace poco tiempo se discutía la objetividad de la noticia, nuevas generaciones de periodistas trataban de desplazar a la objetividad como uno de los elementos de la noticia.
Igual es frecuente, hasta la fecha, escuchar a gobernantes y empresarios decir que los medios no publican las buenas noticias, que sólo se encargan de la parte negativa; hay por ahí varios medios que hasta presentan secciones con las buenas noticias.
Pues no, la tarea del periodismo es informar, analizar, poner en contexto aquellos temas que se considera de interés para su público; las relaciones públicas y la propaganda se juegan en canchas distintas.
El mundo entero sabe lo que son y significan las noticias falsas, en casi todos los países hay, o ha habido, medios especializados en el escándalo, que no tienen límites para dar rienda suelta a versiones no confirmadas o sin sustento. El término de prensa amarillista tuvo su origen a finales del siglo antepasado en The New York Press ante la lucha de dos de sus competidores (The New York World y The New York Journal), por aumentar sus ventas.
Es de creer que la modernidad, los cambios o las modas no modificarán la tarea medular del periodismo en tanto fuente de equilibrio. El periodismo tiene que mantener su papel de contrapeso en la sociedad.
Hemos visto a lo largo de los años que los modelos que ocurren en Washington no tardan en ser imitados en otras latitudes, asumen que si funcionan en el país más poderoso del mundo seguramente sucederá lo mismo en sus localidades. No tardaremos mucho en descubrirlo.
No, no pueden pasar sin más las acusaciones de espionaje contra periodistas, activistas y defensores de los derechos humanos que pesan contra el gobierno de México. La información se conoce desde hace casi un año cuando salió a la luz la investigación de Citizen Lab de la Universidad de Toronto, pero la resonancia se produjo a raíz de la nota publicada por The New York Times.
Se trata de otro golpe contra las libertades y para ello fueron violados los límites de un contrato con la empresa que vendió el programa Pegasus.
Por supuesto, el gobierno tiene que hacerse con herramientas para fortalecer la seguridad nacional, pero nunca vulnerando las libertades elementales.