Israel es una tierra de lágrimas. Jared Kushner lo sabe bien. Amante de las sombras y jugador a distancia, el yerno y consejero del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sido enviado allí con una misión prácticamente imposible: dar con la fórmula de la paz. Para ello atravesará los corredores secretos de Oriente Medio, se entrevistará con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y se reunirá con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Nadie espera un resultado rápido, pero de su gestión depende una de las grandes apuestas de Trump, y sobre todo su propio futuro. El de un hombre de 36 años y sin experiencia política que vive asediado por el escándalo en Washington.
Su aterrizaje este miércoles ha venido precedido por un intenso trabajo de campo del negociador jefe estadounidense, Jason Greenblatt, un versátil abogado de Manhattan que después de estar tres décadas a sueldo de Trump ha sido lanzado al laberinto. Su talante abierto le ha ganado las simpatías de ambos bandos y ha rebajado la desconfianza hacia la nueva Administración. Pero solo ha sido el primer paso; la gran tarea recae en Kushner.
Trump exige resultados. Ha prometido que logrará el “acuerdo definitivo” y ha puesto al marido de su hija predilecta, la efervescente Ivanka, a la cabeza de una negociación en la que convergen décadas de odio y muerte. Es una apuesta de alto riesgo, muy propia de multimillonario. “El beneficio de la duda le ampara, pero es muy naíf eso de decirle a tu suegro: te voy a solucionar el problema de Oriente Próximo. Y que este se lo crea”, ironiza el analista Walter Shaphiro.
Reservado y poco dado a los focos, Kushner no tiene carrera política, carece de conocimientos diplomáticos y nunca se ha visto al frente de una negociación internacional. Sus principales ventajas son la proximidad al presidente y la simpatía que despierta en parte del Gobierno israelí como judío ortodoxo.
Aunque desde su ingreso en Harvard no lleva kipá, siempre ha seguido con rigor las tradiciones. Nieto de supervivientes del holocausto, estudió hebreo y arameo. Logró tras no pocas dificultades que su esposa, presbiteriana, se convirtiese; sus tres hijos profesan la fe de Abraham, y desde el ocaso del viernes hasta el del sábado nadie en la familia toca el móvil ni conduce.
En la negociación también juega a su favor la sintonía personal con Netanyahu, quien comparte una larga amistad con su padre, Charles Kushner, magnate inmobiliario de New Jersey y donante del asentamiento de colonos de Beit El, en Cisjordania.
Años atrás, las visitas del político israelí a la casa de los Kushner no eran excepcionales, y cuando llegaban, el niño tenía que cambiar de habitación para dejar la suya. Está vinculación se fortaleció en 1998, cuando un pálido y largirucho Jared viajó al campo de exterminio de Auschwitz a escuchar el discurso del ya entonces primer ministro en conmemoración del holocausto.
La relación entre el padre y Netanyahu tenía una raíz política. Manirroto financiador de la causa del Partido Demócrata, Charles Kushner había abierto a su vez la cartera a su amigo israelí. Este punto derivó en una sórdida historia que atormenta a Jared. Su tío, al comprobar que parte del peculio familiar se destinaba a sufragar a Netanyahu, demandó a su hermano Charles. La denuncia desencadenó una miríada de investigaciones. Una de ellas, ya alejada del núcleo israelí, supuso en 2005 una condena de 14 meses de cárcel para el padre de Jared.
La sentencia incluía evasión fiscal y pagos ilegales en campaña, pero también haber presionado a su propia hermana para que dejase de colaborar con la justicia. En un acto que revela los oscuros pliegues del alma humana, cuando Charles Kushner descubrió que ella estaba ayudando a las autoridades, contrató a una prostituta de lujo para que se acostará con su marido, y con el vídeo intentó el chantaje. La hermana, lejos de callarse, presentó denuncia.
Jared nunca dejó de visitar a su padre en la cárcel. Fue su momento de madurez. Nacido millonario y de vida fácil, tomó entonces las riendas del imperio familiar e inició su ascenso en el burbujeante mundo inmobiliario de la Costa Este. Tras algunas jugadas de éxito, en 2009 se casó con Ivanka. Desde entonces no dejado de medrar hasta convertirse primero en el cerebro electoral de su suegro y luego en su más íntimo consejero. De algún modo tocó la gloria, pero el poder no ha tardado en lanzarle sus primeros puñales.
Situado entre los moderados de la Casa Blanca, su estabilidad se ha visto amenazada después fracasar en su enfrentamiento con el estratega jefe, el extremista Stephen Bannon, y de haber apoyado el tormentoso despido del director del FBI, James Comey, por la trama rusa. Dos errores que el propio Trump le ha echado en cara y que sus conexiones con el escándalo han agigantado. “Como consejero y yerno de Trump, es difícil que caiga, pero su situación es complicada”, indica Lynn Ross, profesora de Política Pública de la Universidad de Georgetown.
Asediado y desprestigiado, Jared se ha visto obligado a contratar un abogado privado y cada día se enfrenta a nuevas revelaciones sobre sus turbios negocios. Israel es su gran esperanza. Nadie cree en un acuerdo, o al menos uno rápido, pero si logra un avance, se habrá salvado del incendio.
Fuente: El País