¿Quién podrá sacar a flote la CDMX en 2018? ¿Barrales, Sheinbaum o Monreal?
La desastrosa lluvia del miércoles, la segunda más intensa del año después de la que inundó Tlalpan y Coyoacán hace un mes, nos vino a restregar, otra vez, la fragilidad de una ciudad desbordada, no solo por la cantidad de agua que colapsó el drenaje, anegó 14 estaciones del Metro y estacionamientos subterráneos, estranguló arterias clave, desquició el tránsito, e inundó de aguas negras cientos de casas en el Estado de México.
México es una ciudad desbordada por ambición, corrupción, ineficacia e ignorancia de autoridades que hace décadas renunciaron a administrar la operación y crecimiento de un monstruo urbano con millones de cabezas y tentáculos infinitos.
Dirán los que saben, y dirán bien, que la tormenta atípica sale de cualquier control. También dirán, con buena dosis de razón, que la culpa es de los ciudadanos; la fauna chilango-mexiquense tira en las calles toneladas de basura que irremediablemente taponan el drenaje.
Pero la raíz del problema que nos ahoga no sólo está en los cochinos habitantes de la CDMX y los municipios mexiquenses conurbados, sino en los vicios y costumbres de las castas gobernantes.
Sólo en lo que va del siglo, para no ir más atrás, se han otorgado permisos de construcción en cascada; desarrolladores y constructores inmobiliarios codiciosos viven una era dorada a costillas de la anarquía.
Por ejemplo, según datos de la empresa consultora Real Estate Market & Lifestyle ( http://www.realestatemarket.com.mx) este año se habrán construido 450 mil metros cuadrados de áreas comerciales rentables, en 15 centros comerciales nuevos, con una inversión de 5 mil 500 millones de pesos.
Las “autorizaciones” han estado en manos del Partido de la Revolución Democrática con sus delegados caciques, y funcionarios del gobierno central, coludidos con los magnates de la industria inmobiliaria.
Si la mancha urbana se extendió sin control durante medio siglo, en las últimas dos décadas se han colmado los espacios urbanos sobrepasando cualquier límite.
Las entrañas de la megalópolis son insuficientes; ya no resisten la presión para aliviar las necesidades de quienes la sufrimos. Un drenaje diseñado para atender a 50 familias no puede “engordar” para recibir los desechos de 200 o 300 que habitan edificios de departamentos construidos sobre lo que antes fueron casas unifamiliares, o de más y más centros comerciales.
El desbordamiento citadino entraña un efecto dominó cuyo elemento principal es precisamente el agua.
La demanda incesante del “vital líquido” –como dicen los cursis– provoca la sobreexplotación de los mantos freáticos. Sin agua en el subsuelo la ciudad se hunde, desafiando la lógica de la naturaleza; las tuberías se dislocan; los ríos de aguas negras son cauces elevados, como el Canal de La compañía, el Rio de los Remedios o el Rio Hondo que corren sobre casas y cabezas de miles y miles; el nivel del drenaje ha quedado por encima de la propia ciudad; a la menor lluvia “atípica”, desbordan inundando calles, callejones, casas, comercios y demás predios.
El Valle de México, por milagro o paradoja, como usted quiera llamarle, muere de sed y se ahoga al mismo tiempo.
Eso no tiene remedio.
EL MONJE PASAJERO: El Metrobús rodará porque rodará. Ni los gritos desaforados de ambientalistas y vecinos indignados lograron detener el proyecto de despedida de @ManceraMiguelMX. La Línea 7 se instalará en Paseo de la Reforma, pero no sin condiciones. Respeto a áreas verdes, pasos peatonales y monumentos históricos, son algunos requisitos que habrán de cumplir quienes promueven la circulación de 90 camiones comprados en Escocia –cada uno cuesta 11 millones– para circular sobre la avenida más emblemática de la capital nacional. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dio el aval, que por cierto nadie había solicitado. El Gobierno de la CDMX se había brincado el requisito más a la mala que por descuido. El que algún día fuera el Paseo de la Emperatriz ahora será majestuoso carril para el transporte público con fuerte dosis de populismo, “haiga sido como haiga sido”.