Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
Faltan unos 20 minutos para que termine la clase de Porfirismo y Revolución Mexicana, cuando una lluvia intensa, insólita, una tromba con aspecto de huracán, azota las ventanas.
En el receso las y los estudiantes se apelmazan en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras para ver un espectáculo realmente poco común. Son las 17 horas con 15 minutos del jueves 4 de mayo de 2017
Las islas que dan al sur del edificio están vacías, pero sobre el techo del estacionamiento de bicicletas se pueden apreciar, literalmente, oleadas verticales de agua.
Una pareja de jóvenes, hombre y mujer ha decidido desafiar la tromba y cruza las islas a paso calmo, como si cada vez que avanzan un pie delante de otro, no recibieran sobre el cuerpo tanta agua como puede contener una cubeta.
Una hora más tarde, ya con el aguacero convertido en un pequeño gotero, el profesor Mariano comenta la última visita al archivo del Museo de Antropología donde se resguardan desde los códices prehispánicos y los fondos conventuales, hasta las revistas completas del Siglo XIX: El Diario del Hogar y las editadas por los hermanos Flores Magón, entre otras.
Esta vez la práctica fue lúgubre en comparación con la del año anterior. Hasta cinco meses tardaron en el Instituto Nacional de Antropología e Historia en pagar los salarios de los restauradores y curadores. Ahora han vuelto a interrumpir los pagos del personal que no tiene base y que hacía la paleografía y otras actividades.
Más tarde, en otro receso, observo a un colectivo feminista elaborando un boletín para fijar posición sobre el asesinato en la Facultad de Ingeniería del que han dado cuenta hace unas horas medios electrónicos y digitales.
Las primeras informaciones dan cuenta de que la víctima ha sido una mujer, como de 22 años, en sus ropas no llevaba ninguna identificación. Señalan que estaba amarrada al poste de un teléfono público y que llevaba atada a una de las manos una correa de las que se usan para pasear a los perros.
Hay muchas preguntas que contestar para resolver este crimen. La primera es establecer la identidad de la víctima, para luego conocer a su círculo cercano.
¿Se trata de un crimen de carácter ritual? ¿La mujer fue asesinada ahí o la llevaron de otra parte? ¿Cuál fue la mecánica de la ejecución? ¿Estrangulamiento, arma blanca o proyectil?
¿En qué posición se encontraba el cuerpo atado al teléfono? ¿Acostada o de pie? ¿A qué hora y a qué número fue hecha la última llamada de ese aparato? ¿Telmex puede establecerlo? ¿Las cámaras de seguridad de Ciudad Universitaria tienen informes de qué autos cruzaron por la madrugada en esa altura del circuito universitario?
Pocos espacios en el mundo tienen tanto talento por metro cuadrado como Ciudad Universitaria. Aquí hay abogados, químicos, criminalistas y expertos forenses en mayor cantidad que en cualquier procuraduría de justicia del país.
¿La soberanía universitaria? Eso es lo de menos. Lo demás es que la criminalidad en el país tiene récords de impunidad que no deben extenderse a la UNAM.
El doctor Enrique Graue no puede permitir que este asesinato quede impune como ocurre con la mayoría de los cometidos en agravio de periodistas, y otros asesinatos de alto impacto, fuera de los recintos universitarios.
¿Sado masoquismo? ¿El uso de cuerdas sugiere la práctica sexual de bondage? Toda la comunidad de Ciudad Universitaria debe conocer el rostro de la víctima, no por morbo, sino para que más de 30 mil personas puedan colaborar a su identificación. Si este queda solo como un número en la lista de feminicidios, la impunidad está garantizada.
No es la primera vez que se comete en CU un asesinato con características rituales. Menos de un año antes, en julio de 2016, José Jaime Barrera Moreno, Jefe de Servicios de la Facultad de Química fue muerto de una puñalada. Días después aparecieron mensajes atribuyéndose el crimen. Lo reivindicó un grupo llamado “Individualistas Tendiendo a lo Salvaje”. Hasta como broma estudiantil resulta demasiado. No se sabe que el asesinato haya quedado resuelto.
Las primeras investigaciones de la procuraduría capitalina señalan esta vez que la mujer muerta era un ex estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades que abandonó sus estudios por problemas de alcoholismo. Que estuvo bebiendo dentro de CU con su pareja, abandonó el lugar y después apareció muerta.
La comunidad de Ciudad Universitaria no puede quedarse con esa versión. No basta, debe haber resultados de su propia investigación. Si coincide con los de la Procuraduría que mejor, pero debe haber otros responsables.
¿En qué lugar precisamente estuvieron bebiendo los involucrados? ¿Quiénes les permitieron el acceso en caso de que se trate de áreas que debían estar cerradas?
No basta con que se diga que la UNAM dará todas las facilidades para que se investigue el crimen, no importa aquí una discusión ideológica sobre los alcances de la soberanía universitaria, no es ninguna Procuraduría la que deba dar una respuesta, sino la propia Universidad, que no puede quedarse como quien nada más ve llover, y no mojarse.