Benjamín Torres Uballe
México está convertido en un Estado fallido a causa de la violencia, el narcotráfico y la desigualdad, afirmó este fin de semana Nicolás Maduro, el dictadorzuelo que gobierna al otrora próspero país venezolano. El primer sentimiento que surge de manera instantánea es ignorar al miserable remedo de Hugo Chávez, quien tiene instaurada de facto una condenable dictadura en la nación sudamericana. No sólo ha llevado a Venezuela a una de las más profundas y peligrosas crisis, sino que tiene las manos llenas de sangre de las más de 49 personas asesinadas por su gobierno durante las multitudinarias protestas para exigir que renuncie a la presidencia. Sin embargo, es necesario analizar desde el aspecto periodístico la repulsiva demagogia de Maduro.
En principio, lo grave de la aseveración del abyecto personaje que dice hablar con los pajaritos es que no miente cuando se refiere a la penosa situación que actualmente padece el Estado mexicano. Variables como narcotráfico, crimen organizado, violencia, corrupción, desigualdad y los eternos abusos de una cada vez más repudiada clase política son hechos innegables.
Resulta imposible refutar cuando las evidencias del desorden ahogaron desde hace mucho el estado de derecho en México. La corrupción y el despilfarro de la clase gobernante se enquistó sin pudor alguno en la administración del presidente priista Enrique Peña Nieto, empezando por él mismo con el asunto de la Casa Blanca, las sospechas del favoritismo a la abusiva y cuestionada empresa OHL —investigada en España por corrupción— y la abrupta cancelación del tren rápido México-Querétaro, debido a fundadas suspicacias en la transparencia de la licitación del proyecto.
Y si hoy la comunidad internacional sabe y condena —sólo en el discurso— que decenas de muertos han caído por la represión de Maduro, también nuestra nación está desde hace años en el escrutinio mundial por los abusos y las negligencias gubernamentales. Los 105 periodistas asesinados en lo que va de este siglo en México —36 durante la gestión de Peña Nieto— es igualmente ominoso.
Incluso, la Organización de las Naciones Unidas ha señalado, con insistencia, que en territorio nacional se practica la tortura generalizada por parte de las fuerzas de seguridad. Y cualquier ciudadano sabe que las ineptas policías —municipales, estatales y federales— usan métodos al margen de la ley para obtener, en no pocos casos, confesiones de delitos no cometidos. Ahí está lo sucedido con las indígenas Teresa, Alberta y Jacinta, a quienes la PGR hubo de ofrecer obligadas disculpas públicas por la injusticia que cometieron con ellas. También han sido acusados de esas deleznables “técnicas científicas” la Marina y el Ejército. En contraparte, derivado de estos abusos, delincuentes han aprovechado para beneficiarse y salir libres, mediante recovecos en la ley y las corruptelas en el sistema judicial.
Claro que Maduro es un chiflado peligroso, eso no está a discusión. Aun con ello, no se pueden objetar sus declaraciones. Sí bien México no es un Estado fallido, por momentos pareciera encaminarse a esa ruta, porque impera la impunidad, porque aquí un político se puede robar prácticamente un estado completo y sus jefes lo permiten, además de protegerlo. Los cientos de fosas clandestinas son también terrorífico argumento. Lo es igual porque la oligarquía política vive inmoralmente de forma lujosa a costa de los impuestos de aquellos que sí trabajamos. Un mal ejemplo del derroche son los recursos destinados a mantener zánganos en el Congreso: 500 diputados y 128 senadores, o el dineral que se tira a la basura con pretexto de los procesos electorales. Esto en nada colabora a mejorar la cada vez más debilitada y manipulada democracia.
Si la sapiencia popular otorga a niños y borrachos el crédito como portadores de la verdad, es necesario adecuarlo a los tiempos actuales y habría, entonces, de incluirse al autócrata que tiraniza al pueblo donde nació el gran Simón Bolívar. Por lo menos, en el tema de los males dantescos, el hijo putativo de Chávez no falta precisamente a esa verdad. ¿Será por eso que la administración peñista ha guardado silencio al respecto y no ha se ha pronunciado oficialmente? ¿Será, efectivamente, que la verdad no necesita de mentiras?
Amplias zonas del territorio mexicano en las que el crimen organizado y la violencia se han entronizado no han sido recuperadas plenamente por las autoridades. Estados como Tamaulipas, Veracruz, de México, Morelos, Sinaloa, Colima o Baja California son dominadas de facto por las bandas criminales. Las ejecuciones, narcobloqueos, cobros de piso, persecuciones y balaceras en las calles, extorsiones y “levantones” constituyen muestra fehaciente. Por su parte, la Ciudad de México se convirtió en centro financiero, de operaciones, y de residencia de grandes capos.
Desde luego, resulta imposible obviar la ordeña de ductos que desde hace años se lleva a cabo ante la ineficacia, algunas complicidades de las autoridades, y la participación de trabajadores de Pemex. Este conjunto es anarquía, ni duda cabe, y cuando hay anarquía en un gobierno se puede concluir que éste falla en su trabajo; por lo tanto, queda la duda del Estado fallido, como lo afirma el sátrapa dictadorzuelo que, enfermo de poder, se niega a cumplir la voluntad de la mayoría venezolana.
Odebrecht es otro motivo en la larga lista de aspectos negativos, corrupción e impunidad que abonan a conformar el coctel tóxico al que se refiere Nicolás Maduro, no de los mexicanos, sino de aquellos que se supone administran al país. El que calla otorga. ¿Qué dirán el Presidente y su gabinetazo ante lo evidente? ¿Tan mal están en el equipo presidencial que hasta un descerebrado déspota que pisotea a sus connacionales les tunde con la verdad?
@BTU15