El agua les llegó al cuello a los republicanos, tendrán que decidir entre sostener contra las evidencias al presidente Trump o perder la mayoría legislativa en las elecciones del próximo año; con el riesgo de que al final de cuentas las pruebas por obstrucción de la justicia alcancen al inquilino de la Casa Blanca.
No parece que los republicanos le otorguen al presidente un cheque en blanco. Desde hace algunos días se percibe un cambio en las élites que contrasta con la férrea defensa de los primeros 100 días de gobierno.
Por si fuera poco, se asegura que abogados de la Casa Blanca comenzaron a prepararse para defender a Donald Trump de un eventual impeachment.
Vale poner distancia entre los deseos y la realidad, si bien es cierto que han aumentado los elementos para llevarlo a juicio, la historia nos dice que sólo tres presidentes pasaron por esta instancia: Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton a fines de los noventa, ambos absueltos y Richard Nixon en 1974, quien renunció una vez aprobado el impeachment.
Conforme pasan los días se acumulan las señales de la intervención de Rusia en las elecciones del año pasado para afectar la campaña de Hillary Clinton y beneficiar la de Donald Trump. Igual se van acumulando evidencias de la obstrucción de la justicia por parte del presidente; al menos así resulta de las presiones que el mandatario habría lanzado al exdirector del FBI, James Comey, para que dejara la investigación contra el exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, y la supuesta petición a dos altos funcionarios de órganos de inteligencia para que negaran que hubo colusión entre Rusia y su campaña electoral.
Hoy son 17 los personajes cercanos a Trump que están bajo sospecha por haber sostenido contactos con personal del gobierno ruso.
Los republicanos se han negado a crear un comité especial que investigue el tema, por lo que fue sorpresivo que la semana pasada, cuando el segundo de a bordo de la Secretaría de Justicia, Rod Rosenstein, el primero que está involucrado en la trama rusa, anunció la designación de Robert Muller como asesor especial para indagar la injerencia de Putin y su elenco en los comicios. Muller, director del FBI, tanto con republicanos como con demócratas, goza de un sólido prestigio que despertó buenos comentarios de todas las partes.
Por otro lado, los republicanos tendrán que sortear el reto de la propuesta de reforma fiscal y el presupuesto para el 2018; en los dos casos con clara inclinación a favor de los ricos y en detrimento de programas de asistencia social de alto impacto como el Medicaid o las estampillas para comprar alimentos.
Una característica de Trump es la inconsistencia. Se contradice constantemente, esta vez contra quienes lo vienen apoyando desde la elección, estadounidenses de clase baja, un alto porcentaje depende de la asistencia social.
En diferentes espacios, he señalado que el vicepresidente Mike Pence desde hace tiempo está calentando el brazo ante un eventual relevo. Pence complace casi a todos los paladares de la derecha. A diferencia de Trump, tiene amplia experiencia política como legislador y gobernador de Indiana y estrechos vínculos con la milicia.
Insisto, por ahora el juicio político contra Trump es más deseo de millones que realidad, pero de que se está incubando, no hay la menor duda.