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Cuando éramos felices…

Publicado por
José Cárdenas

Los Lavaderos

Carlos Ferreyra

Hace dos años se publicó este texto. En ese lapso nada cambió, antes bien se agravaron las circunstancias que serán, otra vez, llevadas al extremo cuando se decrete la revisión mecánica vehicular. Otro pretexto para ordeñar automovilistas.

Con todo el cinismo del mundo, hemos visto como los policías capitalinos se roban un par de motocicletas que luego aparecen en uno de los corralones donde hay que pagar una cifra cuasi millonaria para recuperar el vehículo. Sin que se hagan cargo las sedicentes autoridades de daños provocados al mover agüevatoriamente los transportes, romperles candados y seguros y más.

Los jefes –así se dicen entre narcos—aceptan las boletas de infracción que aducen circular con luces apagadas y no traer la documentación reglamentaria. Sólo que las dos motos, y eso está grabado en video, estaban estacionadas y fueron movidas hasta el lugar donde pudieron robarlas.

Cínicos, informan que están cubriendo una cuota impuesta por los altos mandos, pero no precisan si se trata de número de multas o “salpique”, como llaman al reparto del dinero mordido de sus víctimas en las calles.

Recordemos lo antes publicado: La grabación circuló por las inefables redes: la grúa a jaloneos saca del lugar donde está estacionado un pequeño Chevy. No hay letrero que lo prohíba, atrás se alinean otros autos; lo engancha mientras el policía con chaleco amarillo PRD, sube al camión para emprender la retirada.

Varios espectadores quieren oponerse al atropello, manifiestan su desacuerdo con que un policía pagado con los impuestos ciudadanos escolte a una remolcadora autorizada para atracar con impunidad. Reclaman que no se haya sellado al vehículo remolcado y cuando preguntan al policía la razón por la que se llevan el coche, se escucha la voz aguardientosa de la montaña de manteca que maneja el camión: “Por mis puros bueboooos…”

Horas después, bajando por Constituyentes al llegar a San Miguel Chapultepec, veinte personas, incluyendo un par de fortachones que lucía su musculatura para atemorizar a quien protestara, y señoras con niños, bloquean el paso de autos para arriba y para abajo. Sólo dejan circular a los que salen de la “coloña”.

Dos jovencitos, bailando, muestran cartulinas sin nada escrito. O sea, no había reclamación. El bloqueo, siguiendo la filosofía del Mantecas, de la grúa, era “nomás por sus puros bueboooos”.

Tres tecos amarillos platican junto a los bloqueadores, otro más en la banqueta. Y nadie que ponga orden. Dos jóvenes de un yip se bajan y enfrentan a los que llevan las cartulinas; dialogan al parecer en buenos términos y de pronto nos dejan circular. Los policías nunca se dieron por enterados.

Circulamos por Santa Fe entre una cantidad infernal de vehículos, muchos escoltados por una, dos enormes camionetas tan grandes como la del patrón. Llevan preferencia y nadie los molesta, nadie quiere riesgos con estos energúmenos que atropellan al que se cruza en su camino.

Nos detiene una patrulla de la policía preventiva y para garantizar que nos paremos, se cruza veloz un auto azul oscuro con torreta. Un agente nos exige los documentos del vehículo. Los mostramos y le pido una explicación, dice que tiene derecho, de acuerdo con el numeral tanto de tantos del reglamento respectivo.

Le pregunto si sabe lo que dice la Constitución. Y le menciono que no puede andar revisando autos y personas en la calle nada más porque se le ocurre. Y entonces me doy cuenta: Quien maneja es un individuo que tiene la mitad de su todavía joven vida viviendo en países extranjeros (mi hijo), donde se acostumbra dar preferencia al peatón, se guardan distancias entre vehículos en circulación, se detienen en los cruces para no obstruir el paso de vehículos en las calles transversales… normas que desde la óptica de un policía mexicano, resultan sospechosas: ése no sabe manejar, no trae licencia, vamos a morderlo.

Cuando intuyo de qué se trata, me sale lo nacional. Alzo la voz, miro altanero al uniformado, le recuerdo que es preventivo y luego le advierto que se fije bien con quién se está metiendo. “Tratamos de proteger a los ciudadanos”, atina a decir antes de indicarnos que sigamos nuestro camino.

Es mediodía, en pleno centro enormes camiones refresqueros se estacionan en doble fila en calles angostas para entregar su mercadería en los tendajones de la colonia Tabacalera. Por avenidas y el Circuito Interior, transitan cargueros sin pena ni gloria. En una pantalla luminosa se lee el aviso de que esos transportes tienen vedado circular por esa vía. Y marca horarios nocturnos para que lo hagan.

Leo reclamos publicitarios para emplacar en los estados de México y Morelos. Ahora con nuevos atractivos: verificación sin presentar el vehículo y juego extra de placas con diferente número para saltarse prohibiciones de circulación por número non o número par.

Y pensar que algún día fuimos felices, caminamos de la mano de quienes ilustran este comentario, priistas arrepentidos y ahora izquierdistas priistizados.
En el centro, la flor más bella del ejido político nacional, Rosario Robles, La Consentida; a un lado, Manuel Andrés, El Peje; Carlitos Navarrete, El Ilusionista; Cuauhtémoc Cárdenas, El Cuate; Pablo el eterno legislador sin votos y atrás el junior Lazarillo. En serio, eran tan felices, hasta que se rompió la bolsa de Carlos Almada y todos fueron tras los dólares.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas