Colaboración de Carlos Ferreyra
Los vi surgir a uno como periodista y al otro como jilguero partidario, primero y luego como furibundo reclamante de posiciones políticas nunca alcanzadas.
Del primero, diría que a lo largo de su actividad profesional ha sido claro, transparente, sin dobleces y eso le ha costado una y otra vez, saltar de un medio a otro. La congruencia no paga. La honestidad menos.
Del segundo, del joven rechazado y exiliado por su familia a un estado vecino al natal, tenemos ahora a un hombre que afirma tener vocación política, honradez acrisolada, y que a pesar de juramentos y proclamas nunca evidenció su medio de subsistencia aunque su modus vivendi ha sido claro.
Me meto entre las patas de las dos mulas en pleito casi por consejo de mi inolvidable amigo Emmanuel Carballo, quien afirmaba que después de cierta línea de vida –que rebasé con generosidad—el hombre no tiene derecho a callar lo que sabe, a callar su opinión, a callar una verdad.
Eso hago: cuando Pepe Cárdenas empezó a trabajar en los medios, la televisión concretamente y bajo la dirección del añorado Paco Ignacio Taibo, salía apenas de la escuela, vestía un cómodo suéter con cuello en pico.
Mi recuerdo puede ser incompleto, pero Juan Ruiz Healy le habría permitido echarse “un palomazo” en cámaras leyendo alguna información. La reacción, especialmente de las damas, fue inmediata. La sonrisa abierta, franca y la mirada inocente del lector despertó sentimientos maternos. Los teléfonos se llenaron con la pregunta: ¿quién es ese periodista tan agradable?
Fue el principio de una carrera que hasta la fecha sigue con altibajos laborales, pero siempre con la línea de honorabilidad informativa que lo ha caracterizado. ¿Se ha equivocado en algunos juicios? Seguro porque en este país el único que no comete errores es el preciso.
Bueno, y el otro, el que pronto alcanzará el registro nacional como el que más veces ha pretendido Palacio Nacional: Andrés Manuel López Obrador, a quien también vi cuando asomó por primera ocasión la cabeza en busca de un cargo de trascendencia nacional: gobernador de Tabasco.
Su jefe, uno de los creadores del Movimiento de Liberación Nacional con Lázaro Cárdenas, Enrique González Pedrero, le confió el PRI local pero nunca le ayudó a remontar la cuesta en cuya punta estaba el premio mayor: la gubernatura. Lo usaba, pero no confiaba en él.
En la campaña de Salvador Neme, se empezaron a registrar hechos impulsados por los simpatizantes del Peje (todavía no lagarto): un grupo de periodistas jóvenes todos, antisistema por pose y lucimiento colectivo, transmitían noticias infladas, mentirosas, muchas de las cuales atestigüé en mi calidad de visita constante al aspirante a gobernador.
En alguna parte de Tabasco unos niños alentados por nadie supo quién, lanzaban bolas de lodo al camión del candidato tricolor. La noticia daba cuenta de la rebelión de indígenas chontales o parecidos, que con piedras y hondas intentaron destruir el vehículo. El que, por cierto, apenas a unas cuantas calles del incidente, le echaron agua y limpiaron toda huella de la cruel y temible agresión.
La otra: el jefe de guardia de Neme era un general de apellido Nochebuena, un hombre de muy reducida estatura, de edad mayor con cierta discapacidad en la cadera o en alguna pierna. Casi imposibilitado para caminar, hacía esfuerzos heroicos para justificar su cargo.
La nota relativa al general decía que el violento mílite se había lanzado contra un contingente de personas que no aplaudían a su jefe. El señor Nochebuena habría lesionado a tres, cuatro señoras y a cinco o seis niños.
Un contraste: Pepe Cárdenas, lo sé, me consta, ha vivido siempre del producto de su esfuerzo como periodista. Declara sus impuestos, vive en una residencia hermosa, de grandes luces naturales y tiene un automóvil de acceso a niveles arriba de los medianos económicamente hablando.
A López Obrador le ofende que le pidan que declare sus impuestos, que diga realmente de qué vive, no es posible que suponga a los mexicanos tan idiotas que van a creer que con 50 mil chuchulucos mensuales puede viajar, mantener a dos familias, usar vehículos de poco menos de un millón de pesos… en el entendido de que no siempre tuvo su juguetito, Morena, a su disposición.
A Pepe Cárdenas le caerá el cielo a pedazos sobre la cabeza. Supongo que alguna nubecita me tocará, lo que aprovecho para que mi pesar se haga público. Tengo amigos bastante más inteligentes que yo, mucho más cultivados que yo, eso sí, con menos experiencias de vida y de profesión que yo. Esos amigos apoyan sin cuestionamiento alguno a Andrés Manuel y descalifican, atacan y condenan a quien no lo admite como lo que realmente es: el virgencito del Tepeyac, nuestro morenito patrio, el inatacable.
Me dolerá profundamente que esos amigos, a los que quiero más profundamente aún, encuentren en este texto algo más que la exposición de recuerdos y testimonios personales. Y que por ello sean tan bestias de retirarme su afecto o su respeto que yo les conservaré por mi lado.
Final de fiesta: el inventor de las protestas provincianas en la capital nacional, se llama Andrés Manuel; sentó escuela cuando sus socios después—Camacho Solís y Ebrard Casaubón—patrocinaba sus campamentos en el zócalo, el levantamiento con gratificación al calce, autobuses para el retorno, gastos a los participantes, fueran trabajadores de limpieza o burócratas de medio pelo. No olvidemos la ocupación de pozos petroleros.
También se pagaba por levantar estas protestas que empezaban días antes de un festejo como 15 de septiembre, 20 de noviembre y así…
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