Los lavaderos
Colaboración de Carlos Ferreyra
Algo a lo que debemos acostumbrarnos: ante la incertidumbre futura en el país, quién gobernará, quién salvará el trasero, quién evadirá con elegancia –o sin ella—la mano justiciera, los funcionarios de mediano y bajo nivel han adelantado los privilegios y las ganancias del llamado Año de Hidalgo.
Para quien lo ignore: el año final de cada sexenio o de cada administración, bien puede ser una de tres años de munícipe pueblerino, se decreta “Año de Hidalgo” por aquellos de que “Chin… a su madre el que deje algo”. Y ese algo son los centavitos que se pegaron en la caja fuerte y que no habían sido detectados o los equipos transportables.
Otra frase: me llevo los coches, las máquinas nuevas de escribir, los televisores y hasta los candiles de la oficina principal. Y no lo hago por ladrón, sino porque los que siguen son muy rateros y se lo van a robar todo.
Lo mencionado no es producto de la imaginación. En mi longa vida laboral, gran parte de ella en oficinas públicas, me tocó presenciar tales reivindicaciones sobre la propiedad estatal. Y cuando pienso en araña francesa siglo XIX o algo así, que colgaba en la Gran Comisión del Senado, recuerdo a don Joaquín Gamboa Pascoe, uno de los fallidos inventos de Fidel Velázquez que al asumir el liderazgo cetemista, quitó la estatua del emblemático dirigente obrero y la sustituyó con su efigie. Eso, cuando llegó, pero cuando se fue del Senado donde era líder, tras él salió la araña de cristal cortado.
En Notimex, Miguel López Azuara sustituyó a Pedro Ferriz Santacruz. Como su colaborador más cercano recibí instrucciones de mi jefe y amigo de recuperar todo lo que había desaparecido.
Con la aclaración de que siendo la agencia oficial un ente privado del que éramos socios Miguel, yo, Pepe Carreño el neo Heraldo y otros dos compañeros, estábamos impedidos para solicitar la intervención oficial de las autoridades judiciales que, digámoslo así, tampoco tenían interés en enredarse en dimes y diretes con el célebre locutor.
Munido de enorme sentido de justicia, con un comando de amigos o compañeros de trabajo rescatamos equipo de televisión de la casa de una secretaria. Un par de automóviles de súper lujo que había cedido mediante pagos emblemáticos a dos periodistas de todas sus confianzas. También rescatamos una unidad móvil.
Siguiendo la idea de que los que siguen son unos rateros, no nos habían dejado nada para robar. Y la verdad nos sentíamos muy orgullosos, casi heroicos por nuestra recuperación de activos extraviados.
A mi llegada al Senado, como jefe de Prensa, el saliente, Héctor Líe Verduzco, muy formalito hizo un informe de fondos asignados a esa oficina y entregó para su disponibilidad inmediata, algo así como cinco millones de pesos.
Si el trato hubiese sido entre tradicionales voceros oficiales, el dinero hubiese pasado a feliz extinción. Nadie hubiese sabido de su destino final, pero se entregó a la Tesorería, que tampoco lo quería recibir, se usó en pagar compromisos contraídos con anterioridad y se acordó que esa oficina no tendría presupuesto fondos para planas y espacios publicitarios.
Así fue durante los diez años que estuve allí. Este largo recuento viene al caso porque en los días recientes hemos visto:
a).- Un policía se roba una motocicleta, pide auxilio a sus compañeros y se la llevan al corralón donde la propietaria debe pagar multa, arrastre y almacenaje. En el proceso, escucha el reporte de que localizaron otra moto y que con eso “cumplen la cuota”.
b).- En el Estado de México surgen retenes integrados por dos o tres elementos que pretenden revisar documentos y que a la menor protesta detienen al conductor y remiten el vehículo al corralón.
c).- En uno de estos retenes, una jovencita se opone a que la despojen de su motoneta. Entre cuatro mujeres policías, que asemejan entes surgidos del planeta de los simios, se lanzan contra la motonetera, la tiran al suelo donde se amontonan las uniformadas; luego de forcejeos, lamentos y llanto de la asustada delincuente o prospecto de tal, le ponen esposas y la trepan a una patrulla.
d).- A cuatro o cinco calles de donde vive¸ mi nieto Carlos es detenido a las diez de la noche en un bajopuente junto a la Ibero. Los policías lo iban siguiendo a su salida de donde estaba reunido con compañeros de escuela; aprovechan la aparente cubierta que les proporciona el sitio y pretenden bajarlo del auto a fuerza.
No hay delito, exigen que se les permita revisar el auto; la madre, por teléfono, le dice que se oponga a como dé lugar porque le pueden sembrar droga, acusar de ebriedad, decir que hizo resistencia de particulares. Pide hablar con el agente, que la insulta y se sorprende cuando se entera que la señora está a dos minutos del sitio.
El uniformado cambia de tono y de actitud: condescendiente perdona la falta de la que nunca habló y le dice, magnánimo, “sigue tu camino” se sube a la patrulla y sale volando. O casi.
Lo sabido: se han establecido cuotas elevando el número de multas y pagos a concesionarios de grúas y otros. El gobernador de la capital se encuentra ocupado, ayer en Nueva York, hoy en algún estado de la República y en adelante como presidente de Conago¸ recorriendo el país en campaña por la nominación presidencial. ¿De quién? Tampoco él lo sabe.
Por lo pronto ya sabemos cómo serán las patrullas que enviará Ternurita a vigilar a los visitantes acapulqueños. El color las distingue…
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