Colaboración de Carlos Raúl Navarro Benitez.
Andrés Manuel pontifica seguido. Es bastante repetitivo y simplon. Anda pescando votos. Uanmortaim. Conoce a sus interlocutores. Una porción de ellos carece de habilidades para leer. Otra a pesar de cursar la primaria completa o solo un pedazo casi no comprende ni sabe escribir. Apenas suma y resta. Muchos son analfabetas funcionales. Pero el «rayito de esperanza» no va a ser el tema. Ya lo notara.
El dueño de la franquicia Morena difunde que los soldados «son pueblo». Uniformado y armado pero populacho. Eso aparentemente lo reconforta. Le procura cierta por falsa inmunidad. Parece ingenuo aunque no lo sea. No quiere que le armen una guerra con ellos. Supone que por su origen, incluso etnico, nunca se atreverían a agredirlo. Ni a sus partidarios alebrestados.
La historia anterior y contemporánea lo desmiente rotundamente. Cada vez que los han usado para reprimir lo hacen con violencia y fiereza. Hasta brutalidad. Contra sus carnales de clase popular. Lo mismo obreros que campesinos e incluso proletarios rasos. Estudiantes inermes, muchos de escasos recursos. A lo hora de repartir metralla tampoco se realizan distingos.
Para ello han sido entrenados. Para reprimir cualquier manifestación de disidencia. Agarran parejo. Se ensañan especialmente contra las mujeres. Las consideran como parte del botín del que pueden disponer a su antojo después de la batalla. También agarran parejo con los escasos bienes o lujosos de sus «enemigos». Sean individuos de poca monta o capos del crimen organizado. También aplican tortura seguido.
Durante un tiempo fueron dotados del ropaje pacifista. Ayudaban a los paisanos en desgracia. A las víctimas de los desastres naturales propiciados por sus congéneres. Incluidos funcionarios corruptos que permitían y solapaban la ubicación de víctimas potenciales en zonas prohibidas. Se les vitoreaba en los desfiles. Cuando se interrogaba a la gente aparecían en los primeros lugares del aprecio público. Muchos querían ser soldados. O al menos así lo expresaban.
Durante la denominada «guerra sucia» de los sesentas y setentas, y aún después, contra las guerrillas urbanas y rurales tuvIeron un papel fundamental. Exterminaron ese cancer que infectaba las buenas conciencias de la protesta y contaminación rebelde. Esas conciencias domesticadas, acomodaticias, acobardadas miraban a otro lado. Temían al comunismo. Se mostraban como guadalupanos.
Mientras, se desaparecía a los disruptivos sin presentarlos ante autoridades civiles. Les enterraban en cualquier paramo. Se arrasaban poblaciones. Mediante los «vuelos de la muerte» se arrojaban al mar a seres vivos y cadaveres. Fueron sometidos también a vejaciones sádicas y brutales. Muchos de ellos de extracción proletaria y popular. Y esa característica, marca de origen, nunca contó para evitar las masacres de los «milicos». Contrainsurgentes.
Las buenas conciencias, sepulcros blanqueados, se rasgaban vestiduras denunciando a militares y solicitando fueran juzgados debido a que perpetraban tales atrocidades… pero en centro y sudamerica. Otros aprobaban jubilosos tal proceder profiláctico. Acá se simulaba que no sucedía nada. Si acaso alguna reclamación o protesta cuando el rebelde reprimido, exterminado, pertenecía a alguna porción de la burguesía.
Los militares, ejército y marina, fuerza aérea, son entrenados para matar al enemigo. Que puede ser cualquiera. Por ello, se supone, no pueden ejercer labores policiales. También para obedecer órdenes. No hay consideraciones éticas ni morales que valgan. Quien desobedece es considerado «traidor» y se atiene a las consecuencias de la legislación militar que son muy severas.
Recuerdo las caras de desconcierto y temor de soldados que eran empujados por mujeres zapatistas hace años. De sus espaldas colgaban fusiles, que hasta donde recuerdo, tampoco utilizaron. Excepción que confirma regla.
Soldados y marinos forman parte de la franja social que incuba rencor social desde hace décadas. Tienen pretexto e impunidad institucional para ejercerlo a plenitud. Ya lo están haciendo. La ley de seguridad interior presuntamente les dotará de tal prerrogativa.
En el proceso electoral de 1988 que ganó Cárdenas y usurpo Salinas de Gortari en varias casillas ubicadas próximas a zonas militares los votos mayoritariamente fueron para el michoacano, según algunas fuentes. Quizá Andrés Manuel suponga que en el 2018 tal fenómeno se pueda repetir.
Todo hace suponer que no. La militarización del país y el marco legal que está por aprobarse garantizan un estado de excepción diseñado para contener las protestas populares por el fraude electoral que está en marcha. Uanmortaim. En caso de que el tabasqueño decida, ahora si, impedir una violacion burda más a la soberanía y voluntad ciudadana y las protestas se generalicen, los militares están preparados. Incluso para perpetrar un golpe de estado. Aquí en este espacio se argumentó sobre esa infame posibilidad.