La campaña francesa más volátil e incierta llega a su fin con un asunto en la mente de los millones de ciudadanos que mañana acudirán a las urnas: el terrorismo. El atentado del jueves en los Campos Elíseos de París eleva la tensión en unas elecciones que ya han trastocado el sistema de partidos francés y han disparado el riesgo de una convulsión populista. Tras dos años de atentados yihadistas masivos, un país en alerta optará entre el continuismo en la respuesta a la amenaza o una escalada que incluye las restricciones a la acogida de inmigrantes y refugiados. Francia elige entre dos modelos.
Once candidatos, entre ellos dos trotskistas y sólo tres abiertamente europeístas, se enfrentarán en una primera vuelta rodeada de medidas de seguridad extremas. Cuatro encabezan los sondeos: el centrista Emmanuel Macron, Marine Le Pen del viejo partido ultra Frente Nacional, el conservador de raigambre gaullista François Fillon, y el exsocialista y hoy líder de la izquierda alternativa, Jean-Luc Mélenchon. Dos candidatos más o menos adscritos al sistema (Macron y Fillon) y dos (Le Pen y Mélenchon) situados fuera de la corriente principal de la V República y propulsados por la ola de enfado con el sistema en las sociedades occidentales. Si, como es previsible, ninguno alcanza el 50% de votos, los dos con más votos pasarán a la segunda vuelta, el 7 de mayo.
La campaña acaba en un ambiente enrarecido y excepcional. Primera novedad: el presidente saliente, el socialista François Hollande, no se presenta a la reelección. Segunda novedad (novedad relativa puesto que ya ocurrió en 1960 y en 2002): uno de los dos grandes partidos franceses, el PS, probablemente quede fuera de la segunda vuelta. Y tercera novedad: desde febrero han liderado los sondeos dos políticos que no pertenecen a estos grandes partidos, Macron, candidato de En Marcha!, y Le Pen, del viejo partido ultra Frente Nacional.
La normalización del FN es otro dato esencial en la elección. Lo que en 2002 supuso una conmoción —el paso del FN a la segunda vuelta— hoy se asume casi como una certeza.
Otra anomalía ha sido la ausencia de un tema dominante. En otras ocasiones fue la fractura social, o la necesidad de reformas, o los excesos de mundo financiero. Esta ha sido una campaña dispersa, sin hilo conductor, excepto los ‘affaires’, los escándalos, en particular la investigación judicial a Fillon por los supuestos empleos ficticios de su familia. El terrorismo —los atentados de 2015 y 2016 que dejaron más de doscientos muertos y traumatizaron a la sociedad francesa— ha ocupado un espacio marginal.
Todo cambió a las 21.00, hora local en París, del jueves, cuando un hombre, aparentemente inspirado o dirigido por el Estado Islámico, disparó contra un grupo de policías en los Campos Elíseos. Mató a uno y él mismo fue abatido después.
El atentado es una prueba, en tiempo real, para evaluar su capacidad de reacción, su talento para inspirar confianza, que al final es una de las cualidades, más allá de los detalles programáticos, que definen a un presidente. Algunos, como Le Pen, Fillon y Macron suspendieron ayer sus actos públicos, pero leyeron declaraciones solemnes. El izquierdista Jean-Luc Mélenchon mantuvo la agenda, que incluyó un encuentro con el líder de Podemos, Pablo Iglesias.
Cualquier previsión sobre una reacción contenida, una voluntad de evitar usar el tiroteo como arma arrojadiza electoral, se desvaneció al comparecer Le Pen en la sede electoral del FN. Ella es la candidata que más ha mencionado la lucha contra el terrorismo en sus mítines y la que más ha insistido sobre sus vínculos con el islamismo radical implantando en Francia. Es ‘su’ tema.
“No podemos permitirnos perder esta guerra”, dijo Le Pen. Y fue entonces cuando lanzó su artillería contra los propios dirigentes franceses. “En los últimos diez años, los gobiernos de izquierdas y de derechas han hecho todo lo posible para que la perdamos. Necesitamos una presidencia que actué y nos proteja”.
Le Pen cree que el atentado confirma sus advertencias sobre el peligro terrorismo y lo que ella llama el “laxitud y la ingenuidad” de las autoridades. Y plantea un cambio de rumbo que contempla recuperar la soberanía ante la UE, cerrar la puerta a inmigrantes legales e ilegales, clausurar mezquitas y prohibir grupos islamistas.
«La candidata del Frente Nacional intenta, como después de cada drama, aprovechar a instrumentalizar para dividir, intenta explotar, sin vergüenza, el miedo y la emoción con fines exclusivamente políticos”, replicó en una declaración inusual el primer ministro, el socialista Bernard Cazeneuve. “Nada, ningún elemento de la investigación, ninguna información permite vincular de ninguna manera la inmigración, el asilo, con lo que ocurrió [el jueves] en París».
Los rivales electorales de Le Pen fueron cuidadosos a la hora de evitar parecer que usaban el atentado con fines electoralistas, pero no desaprovecharon el momento.
Fillon, que fue primer ministro durante cinco años, se postuló como el hombre de la lucidez y el sosiego. Se esforzó por exhibir una imagen de político experimentado, conocedor de los engranajes del Estado.
El riesgo de Macron es aparecer como el político novato, joven a los 39 años para el cargo y con escasa experiencia ejecutiva, la imagen, alimentada por sus rivales, de que aunque esté bien preparado para gestionar la economía —fue ministro del ramo durante dos años y antes banquero— no lo está para las cuestiones de seguridad y defensa.
De ahí que en su declaración repitiese las frases ‘seré implacable’ y ‘estoy preparado’. «No cedan en nada al miedo, no cedan en nada a la división, no cedan en nada a la intimidación», dijo.
Ningún candidato quiere cometer un desliz a 48 horas del voto que eche por tierra sus aspiraciones. Y menos con el terrorismo, perversamente entrelazado con las cuestiones de la identidad y la inmigración, que ha marcado el mandato del presidente François Hollande y puede marcar la de su sucesor.
Fuente: El País