Todo parece indicar que Trump no podrá cumplir las tres amenazas que lanzó en contra de nuestro país desde que se encontraba en campaña. En sus discursos, el Presidente Trump ha abandonado por completo la retórica de confiscar o poner un impuesto a las remesas. Asimismo, se ve muy difícil que después de la fuerte derrota que se llevó en el Congreso en su intento por reemplazar la Ley de Servicio Médico Asequible (ACA u “Obamacare”), pueda conseguir financiamiento público para la construcción del muro fronterizo. Por último, la realidad también se le ha impuesto a Trump en cuanto a la posible salida o renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en donde considero que es muy factible que los parámetros que se han delineado para la renegociación, no solo limiten significativamente el daño potencial a la relación bilateral entre México y Estados Unidos, sino que podrían ser benéficos para nuestro país (“Las tres amenazas de Trump”, 4 de abril).
No obstante lo anterior, aunque los nubarrones se estén comenzando a disipar, mucho me temo que el muy alto grado de incertidumbre que se dejó sentir en México desde que Trump ganó la elección presidencial de nuestro vecino país del norte, sí hizo mella en nuestra economía. En mi opinión, el impacto negativo no ha sido tanto como para pensar en tasas negativas de crecimiento económico o en una recesión, pero sí para desacelerar la economía lo suficiente para restar alrededor de un punto porcentual, con respecto al crecimiento que observó el PIB el año pasado (2.3 por ciento). De hecho, en el equipo de análisis económico del Grupo Financiero Banorte que me honro en dirigir, decidimos en noviembre pasado –después de conocer el resultado de la elección en EU-, revisar nuestro pronóstico de crecimiento para este año a 1.1 por ciento (“Las consecuencias económicas de Trump”, 15 de noviembre, 2016). En ese momento, el consenso entre analistas se encontraba en 2.3 por ciento. Hoy está en 1.5 por ciento (de acuerdo a la encuesta que realiza Citibanamex a economistas del sector privado).
En este sentido, pensamos que la dinámica que la economía mexicana iba a seguir era la siguiente: (1) Si bien los empresarios iban a continuar invirtiendo en proyectos que ya habían comenzado antes de los comicios en EU, el alto grado de incertidumbre los iba a hacer “congelar” temporalmente sus nuevos proyectos; (2) el menor ritmo de inversión eventualmente provocaría una desaceleración en la generación de empleo; lo que terminaría por (3) restar dinamismo al consumo privado. Cabe señalar que un supuesto fundamental para determinar esta dinámica es que la nueva administración de EU no iba a ocasionar un daño real a la economía mexicana de manera directa, sino que simplemente “el no saber qué va a pasar” iba a generar pérdida de dinamismo económico, particularmente durante los primeros 100 días de dicha administración (que terminarán el próximo 30 de abril). Cabe señalar que desafortunadamente la aritmética de las tasas de crecimiento provoca que cuando la desaceleración se lleva a cabo a inicios del año, ésta tenga un impacto mayor en la tasa anual de crecimiento del PIB, comparado con el que pudiera ocurrir hacia finales del año. Es por ello que –desde una arista simplista-, a pesar de que solo se asume una pérdida de dinamismo de cuatro meses (un tercio del año), nosotros restamos alrededor de la mitad de la tasa de crecimiento del año pasado. Adicionalmente, la dificultad de estimar los efectos de la incertidumbre se exacerba con la compleja estructura intertemporal con la que reaccionan los diferentes componentes de la economía.
¿Qué ha pasado en la economía desde noviembre del año pasado? Pues fuera de la evidencia anecdótica cuando conversamos con empresarios e inversionistas, hay muy pocos datos que nos permitan evaluar el verdadero impacto de la incertidumbre relacionada con las posibles políticas de Trump en la economía. No solo hay pocos datos, sino que hay cuatro fuentes de “ruido” estadístico que se ha observado tanto en los reportes que se han publicado, como en los que se van a publicar: (1) Es difícil identificar a nivel agregado en qué parte del ciclo de inversión nos encontrábamos antes de la elección, por lo que no tenemos muy claro qué tanto van a durar las inversiones que iniciaron antes del 9 de noviembre del año pasado y cuándo realmente comenzaríamos a observar una desaceleración importante. Sin embargo, el dato de inversión de enero (formación bruta de capital fijo) sí mostró una desaceleración mensual relevante (-1.6 por ciento vs 0.1 por ciento promedio en 2016); (2) el abrupto e inesperado aumento en los precios de las gasolinas en enero pudo haber distorsionado demás los indicadores de confianza, sobre todo los del consumidor. De hecho, éste parece ser el caso, juzgando por el comportamiento del indicador de confianza del consumidor del INEGI en enero y febrero; (3) la mayor inflación que se está observando este año provoca que se pierda un poco de sensibilidad entre el público en general sobre los datos reales. Esto se debe a que muchos indicadores de alta frecuencia se publican en términos nominales (no se les “resta” el impacto de la inflación); y (4) en el primer trimestre del año, los datos económicos van a tener el efecto estadístico de dos fenómenos relacionados con el calendario: (a) el año pasado fue bisiesto; y (b) el año pasado la Semana Santa cayó en marzo y este año está ocurriendo en abril. Si bien hay técnicas estadísticas para llevar a cabo ajustes a las series para tomar en cuenta esos fenómenos, significa mucho ruido estadístico que se conjunta con los otros tres aspectos que comento, por lo que nos va a tomar varios meses entender qué fue “lo que Trump se llevó”. Desafortunadamente, sí creo que haya alentado la economía mexicana en el primer trimestre. Afortunadamente, parece ser que hasta ahí va a quedar el daño potencial.
*El autor es director general adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte y presidente del Comité Nacional del Estudios Económicos del IMEF.
Twitter: @G_Casillas