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Idiosincrasia e impunidad

Publicado por
José Cárdenas

Colaboración de Carlos Ferreyra

 

Demasiados signos nos llevan a concluir que el problema de la corrupción es algo que nunca podrá combatirse en México; no dentro de éste sistema político con democracia simulada, tramposa e inexistente.

Acabar con ese flagelo es, más que iluso, una actitud imbécil. Y si no, digamos con franqueza cuándo fue la más reciente ocasión en que le untamos la mano al empleado bancario, al burócrata o al simple empleado de una empresa para que nos dejara brincar turnos o acelerar un trámite ahorrándonos un par de horas. Quizá…

Aceptemos que combatirla es un sueño imposible de alcanzar, pero acabarla ni en el más optimista desvelo mariguano se logrará.

Para el presidente Enrique Peña Nieto, se trata de un asunto de orden cultural: son, en palabras simples, usos y costumbres, algo así como linchar rateros en los pueblos de los alrededores de la ciudad de México o CDMX.

Para otros se trata de formas perversas de organización política, social, trato habitual entre conciudadanos y sus autoridades. Esto, propiciado por quienes llevan la batuta que así ven favorecidos sus propósitos de beneficio sin que a los ciudadanos de a pie, se inquieten. Quizá todos esperamos que, como se dice, no nos den sino nos pongan donde hay.

Para muchos y me gusta contarme entre ellos, es una herencia de la colonia, ésa que en boca del culto presidente de Radio Televisión Española, salvó a los indios de sus costumbres nacionalsocialistas –precursores de Hitler—y los adoctrinó y los culturizó…

Tema que ni siquiera vale abordar ante la sarta de imbecilidades de un señor que se supone orienta la información e induce formas culturales, vía caja idiota y ondas hertizanas. O sea radio.

Históricamente comprobable, los habitantes originarios de esto que ahora se llama México y estaba integrado por múltiples naciones, en muchos aspectos eran más avanzados que los conquistadores, tenían entre sus formas de trato el respeto absoluto a los viejos, intocables y nunca se les podía discutir ni castigar. Eran, para entenderlo, como diputados actuales, impunes.

Lo hemos leído en las ejemplares novelas de Alejo Carpentier, por citar al más ilustrado autor, quienes llegaban de España y se integraban a la colonización, recibían prebendas sin número, incluyendo encomiendas en las que al indio no era un ser humano, se le explotaba sin misericordia y se abusaba de él y de su familia.

Pero estos colonizadores si no habían llegado bajo el amparo del poder reinante, debían buscar posiciones de privilegio, que sólo conseguían a través del virrey en turno. Eso costaba, había no sólo que embarrar manitas sino bañar en oro a los representantes de la corona.

Allí nació la bella costumbre del cohecho. A la que se unió prontamente la de la extorsión disfrazada de inspecciones, vigilancias y cobro de derechos o de piso, tal como hacen en la actualidad narcos, pandilleros y en forma primordial, funcionarios públicos.

Enlistar hechos recientes para demostrarlo, llevaría días. Pero los notorios, como Odebrecht cuyo dueño afirma sin temblor en su voz, que al antiguo director de Pemex, de ilustre apellido revolucionario, le hizo llegar 4.5 millones de dólares.

Y mientras a la empresa se le investiga en casi todo el mundo en México nos sentimos ofendidos porque a un ex funcionario público, se le menciona aunque se aprovecha para exhibirlo gastando 140 mil, pesos diarios, como suena, porque viajaba en helicóptero personal dos veces al día ida y vuelta de su casa a Cuajimalpa, en las orillas del Distrito Federal.

Nos hacemos tontos cuando nos enteramos que al dueño de Oceanografía, otra empresa corruptora y corrompida por Pemex en la que participaban los hijastros de Fox, lo dejan libre sin más. Con su dinero a salvo, desde luego y siempre apercibido de que pueden regañarlo por gordo malportado.

Ni qué decir de los hermanitos gobernadores de Coahuila, autores de un desfalco de 35 mil millones de pesos, se les pide que dejen los lavaderos, que no peleen entre ellos porque están poniendo en peligro la propiedad tricolor sobre el estado. Y se acercan las elecciones. Tras el regaño, la paz y en premio les dejan íntegro su capital.

A los hijos de El Chapo, que se muestran con toda su riqueza en páginas de internet, nadie los molesta, a pesar de que anuncian con una o dos semanas de anticipación la huída de “el jefe”. Les matan a su jefe de escoltas que es enterrado con música de banda y un concierto de balazos que duró horas. Camiones repletos de flores lo acompañaron y las autoridades dicen que no saben dónde fue enterrado.

Los niños disfrutan de sus bien ganados recursos, ya se sabe, matando lenta y sin interrupción a niños y jóvenes que envician. No los tocan ni mucho menos a su dinero ni al de la abuela, asaltada en su mansión por desconocidos en un poblado cercano a Badiraguato. Los nietos habían sido víctimas de secuestro exprés unas semanas antes.

El juego es limpio, después de todo. Si no te agarramos o aún si eso sucede, garantizamos que tu familia no quedará desprotegida. Y eso incluye a quienes, desde el poder, todo lo controlan. El gobernador de Veracruz, denunciado, mostrado con sus bienes malhabidos, se dedica a escribiente de juzgado criminal. Y espera con paciencia el momento en que haya que saltar a La Grande.

Decida el lector, ¿es corrupción con ADN, cultural, política y social?

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas