Colaboración de Carlos Raúl Navarro Benitez
Padecemos una convivencia autoritaria. Militarizada civilmente. Más temprano que tarde la instauraremos y avalaremos con las fuerzas armadas. Estamos cagados de miedo. Hoy, hoy, gobiernan y controlan el país. Pero la simiente se ha venido larvando hace décadas. El huevo de la serpiente con uniforme saldrá del cascarón. Empollada por y en cada uno de nosotros. En nuestra mente. No estoy seguro que la conciencia, ni individual o colectiva, tenga claridad para rechazarla. Antes al contrario.
Hace apenas unas horas caminaba por una calle empedrada colonial en el sur de la Ciudad de México. Conforme avanzaba, se mostraban bardas coronadas con alambradas de púas y círculos metálicos de sierras de esas que desgarran la piel adornadas de bugambilias y enredaderas. Como las que se implementaron en la Primera Guerra Mundial en las trincheras o resguardan la potencial fuga de reos en penitenciarias. O de aquellas que rodeaban campos de concentración nazis.
Las casas son vigiladas por cámaras y otros artilugios defensivos. Espiamos a quienes nos visitan. Ejércitos de polecias, así redactado, improvisados patrullan condominios horizontales y de los otros. Practican rondines permanentes. En los fraccionamientos, te revisan la cajuela y exigen identificación vigente, válida. Te fotografían. A los pobretones casi les desnudan y hurgan sobre sus pertenencias. Hay horarios y zonas donde tampoco se puede circular. Estado de sitio camuflado. Retenes varios se instalan con civiles de uniforme variopinto mutados de auto defensas.
Cuando éramos jóvenes, hace varias décadas, se estilaba enviar a los hijos inadaptados o simplemente rebeldes a escuelas militarizadas. Para que les quitaran la comezón inquieta, disonante. Había algunas ilustres en el país. Creo que el Colegio Militar y la escuela Militarizada México entre muchas. Otros que podían, los trasladaban forzadamente a gringolandia. A aprender inglés, justificaban. Cuna del militarismo actual en el mundo. Trump la mece peligrosamente en la actualidad. Tengo cuñado de academia militarizada que alardea de que al tender su cama puedes arrojar moneda que rebota poco.
En mi escuela marista de antaño, y la de José y Adolfo, nos formaban en el patio para escuchar instrucciones. Rendir pleitesía al himno que por cierto canta a los mexicanos al grito de guerra y refiere al extraño enemigo. Estar formaditos firmes y alineados. Por estaturas. Tenías que mostrar pelambre en riguroso casquete corto so pena de ser retornado a casa. Castigos múltiples como de pan y agua, exponerse al sol, extender manos para recibir reglazos y recoger calificaciones reprobadas del cesto de basura previa humillación pública.
Unos regresaban vacunados y se comportaban de estilo contrario anarquista, libertario. Otros, la mayoría amamantados de esa disciplina la imponían férreamente una vez que tenían oportunidad de construir un hogar. Emitir órdenes que debían ser cumplidas sin chistar. O en sus empresas. La terminología que prevalece en ese sector admite que se uniformen los trabajadores. Incluso las femeninas. Su conceptualizacion incluye considerar a los competidores como «enemigos a vencer». Usar armas, pertrechos, atacar y defenderse.
Se despliegan tácticas y estrategias, se conmina a vencer y aniquilar, se invaden territorios comerciales y así por el estilo belicista y guerrero. Los gerentes de cuello blanco aunque verdoso se lanzan a la conquista. Espían a sus rivales, los torpedean, o someten a guerras psicológicas de exterminio disfrazadas de publicidad y propaganda. Las arengas motivacionales para confrontar en mercados de todo tipo son despiadadas.
La estructura piramidal, autoritaria, jerárquica de muchas instituciones son copia fiel de las de la milicia. ¿Qué fue primero, huevo o gallina? Note usted las de las religiones. En la iglesia católica, por citar una, existen tremendamente rígidas. No permiten desacato y menos disidencia. Sus discursos incluso evangelizadores condenan y castigan. El diablo, vaya a saber a qué refieren, es un «enemigo» declarado. El castigo supremo en otra vida sería el infierno. Ya no es ahí. Es en este mismísimo Valle de lagrimas. Pregunté a los familiares de los 43 de Iguala donde el ejército participó cómplice.
Las peores torturas las aplico esta jerarquía. Rememore la santa Inquisición o los tribunales eclesiásticos. ¿Que fue primero? La guerra con sus acólitos y ejecutores o el andamiaje social y jurídico, cultural, que dispersa miedo, terror , insensibiliza, anula y somete sin misericordia. Carente absoluto de empatía, comprensión. Hay que seguir órdenes sin chistar. Aceptar jerarquías inadmisibles. Formarse en colas interminables en el banco, transporte público o incluso en espectáculos de esparcimiento.
Hay una moda que se instauró hace años. Vestirse como militar. Imitarles grotescamente. Portar pertrechos castrenses de toda índole. Pantalones de cargo con manchas vegetales, chamarras camufladas de selva, chalecos de bolsas múltiples, gorras que semejan la jungla, insignias hasta alemanas, suasticas, vehículos blindados y así por el estilo castrense. Nuestros narcos usan transportes artillados. No tardamos los comunes corrientes en imitar lo mismo por el congestionado Periférico.
En el Acapulco popular, playas tupidas de grasitas, se estila sacarse fotos sonrientes con marinos hastiados, armados hasta los dientes, que circulan en destacamentos brincando toallas ocupadas de cuerpos colorados, por el solazo no se inquiete. Helicópteros que muestran ametralladoras apuntando a bañistas vuelan sorteando parachutes tal y como en películas antiguas de Viet Nam o contemporáneas del Medio Oriente. En la costera hay trincheras apostadas en los portones de centros comerciales. No tardan en vender entre montículos de arena en lugar de lentes, tatuajes y cocadas, chalecos anti balas, cascos y botas inteligentes para sortear minas.
Hay cierta imagen que genera mis pesadillas. Por años asistir al desfile militar por Reforma era premio y festividad. Mirar por aquellas cajitas de cartón lechero que asemejaban periscopio submarino. Estar atento de que los aviones militares al colisionar no te cayeran en la cabeza. Que tampoco te zurrara un caballo charro de contingente que desfilaba agregado.
En cuanto lo pensé bien, atisbo de conciencia, deje de asistir y llevar a los hijos a que miraran. Tampoco desde la pantalla casera. Mi nieto fue trasladado al desfile anterior recientemente por su cruda madre. Un soldado de rostro desfigurado que semejaba un espectro fantasmal similar a los que juegan de plástico como «súper héroes» acompañado de ametralladora, fusil de asalto que casi excedía su tamaño alargó la mano para tocar la de Julian que candorosamente se la extendía.