Han bastado 100 días para que Donald Trump confirme que no está hecho para gobernar, que lo suyo es despachar desde un casino, con todo lo que significa, pero no en el Salón Oval de la Casa Blanca.
Muchas promesas, ninguna cumplida: desaparecer el Obamacare, empezar la construcción del muro, hacer que México lo pague, modificar el Tratado de Libre Comercio (TLC), cerrarle el paso al avance comercial de China, no intervenir en Siria y dejar a su suerte a Bashar al Assad, bueno, hasta jugar menos golf que el presidente Obama.
En esta realidad virtual en la que vive aislado, bueno, acompañado del coro que le hace segunda, Trump dice que es el presidente que más ha hecho en 100 días, cuando sus logros se pueden sintetizar en dos, la ratificación del juez Neil Gorsuch y la incursión armada en Siria y Afganistán más el errático desplazamiento de un portaaviones hacia Corea del Norte.
En ese trayecto ha golpeado a una de las instituciones más sólidas del país, la libertad de expresión; la ha emprendido contra algunos de los medios más acreditados del mundo, ha descalificado al Poder Judicial por los veredictos de los jueces que le cerraron el paso a su veto migratorio contra ciudadanos de siete países y a la orden ejecutiva para retirarle fondos a las ciudades santuario que se niegan a entregar inmigrantes a la agencia de aduanas y migración.
En el exterior, Trump ha tenido diferencias con el presidente de Australia, choques con México y Canadá y hasta exhibió una penosa falta de tacto con la canciller Merkel.
Qué decir del conflicto de interés en que ha incurrido al mantener bajo su esfera familiar sus negocios, colocar como sus cercanos asesores a su hija Ivanka y a su esposo, Jared Kushner.
Asunto aparte es la investigación sobre la injerencia de Rusia en las pasadas elecciones, cada vez hay más elementos para creer que varios integrantes de su equipo de campaña tuvieron acercamientos con representantes de Vladimir Putin y que la participación de los rusos pudiera haber tenido impacto en el rumbo y definición de la elección.
Como se puede ver, 100 días de turbulencia en los que Estados Unidos ha golpeado su prestigio como actor protagonista en el mundo, en los que se percibe una sombra de pánico por la inestabilidad emocional de su presidente; la rúbrica son las encuestas que lo confirman como el peor calificado en la historia, más de 54% manifiesta no estar de acuerdo con sus políticas.
No parece que en el corto plazo vayan a cambiar las cosas; lo dominan sus impulsos y no acaba de entender que gobernar no es lo mismo que imponer, menos entiende que la política se construye con acuerdos, no con caprichos ni obsesiones.
Trump tampoco entiende que anular el TLC es un proceso, no basta con una orden ejecutiva, hay compromisos entre los tres países y una larga cadena de acuerdos que van más allá de la Casa Blanca.
Pero no es el único, al senador Ted Cruz, quien estuvo cerca de ser el candidato republicano a la Presidencia, se le ocurrió proponer que el muro entre Estados Unidos y México se construya con los bienes que se le confisquen al Chapo Guzmán bajo el supuesto de que sus operaciones ilícitas alcanzaron los 14,000 millones de dólares. Penoso que un político con la experiencia del texano no entienda que una cosa es el producto del trasiego del Cártel de Sinaloa bajo la férula del Chapo y otra, muy distinta, los fondos que realmente se le puedan despojar al capo preso en Nueva York. Alguna vez hubo en México ingenuos que creían que Caro Quintero podía pagar la deuda externa.