La gran mayoría de los economistas occidentales advirtieron que Estados Unidos estaba a un paso de olvidarse de todos los privilegios y prerrogativas que obtuvo en New Hampshire en 1944 cuando se firmaron los acuerdos de Bretton Woods dentro de los trabajos de la Conferencia Monetaria y Financiera de Naciones Unidas (entonces Sociedad de las Naciones). En esa ciudad, y en un salón del Hotel Bretton Woods se decidió la creación del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, y del uso del dólar como moneda internacional. Esas instituciones financieras, que se volvieron operacionales en 1946, ya no satisfacen a nadie sobre todo ante la actual crisis financiera que hace estragos en la economía mundial.
La crisis financiera que sufrimos en todo el orbe ha hecho que muchos países se muestren inconformes con el sistema neocapitalista comandado por Estados Unidos, y auspiciado, en sus momentos, por Friedrich Hayek, Milton Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Alan Greenspan.
En octubre de 2008, el entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, acompañado de José Barroso, entonces presidente de la Comisión Europea, visitaron al imberbe y saliente presidente George Bush para manifestarle que los acuerdos arriba mencionados debían cesar en sus funciones.
Para que no quedaran dudas, Sarkozy y Barroso dijeron a Bush que tenían el mandato de los 27 países miembros de la Unión Europea para expresar la necesidad de “encontrar una solución correspondiente”, así como “emprender una revisión a fondo del Sistema Financiero Mundial y de los principios básicos del capitalismo mundial”, una alusión directa al desmonte de Bretton Woods, pilar del sistema financiero. Para atenuar esta incómoda situación, los huéspedes europeos le concedieron a Bush la posibilidad de anunciar que Estados Unidos sería la sede de una cumbre financiera mundial destinada a la regulación de la crisis global.
La reunión se celebró a finales de noviembre, después de las elecciones presidenciales que ganó Obama. En esa cumbre se notó cómo cambió la correlación de fuerzas entre el Grupo de los Ocho, es decir, los países más industrializados, más Rusia. Además fueron invitados China, India, Brasil, Australia, Corea del Sur y Arabia Saudí.
Aquí lo importante no fue el declive de Bush o el ascenso del sucesor; lo interesante y a la vez confuso es que los países de Europa creyeron arrebatarle la iniciativa a Estados Unidos, y ya promovían la creación de un Nuevo Orden Económico Mundial en el que incluirían al país del norte, pero sin manejar la batuta en la nueva orquesta financiera global. Y con esas expectativas penosamente Bush abandonó la Presidencia de su país como uno de los ejecutores principales de la posible desaparición definitiva del reinado establecido en Bretton Woods.
Pero los inteligentes economistas no pensaron en las capacidades del nuevo mandatario estadunidense que fortalecería al dólar con sus acciones internas e internacionales. Internamente propició que quienes más ganaran pagaran más impuestos. Internacionalmente se fortaleció con la desaparición de los dictadores en Libia y Egipto, el exterminio de Osama Bin Laden, y otras.
La Unión Europea, por su parte, se desbalanceó y provocó las crisis financieras en Islandia, Portugal, Italia, Grecia, España e Inglaterra. El Brexit fue resultado de esas acciones para desbancar a Estados Unidos. Hoy vemos elecciones en Holanda que se inclinan al liberalismo con Mark Rutte, y además habrá en mayo elecciones en Francia, hasta ahora indescifrables.
Los países de la UE tardarán muchos años para recuperarse.