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Aromas de antaño…

Publicado por
José Cárdenas

Colaboración de Carlos Ferreyra 

 

Dicen que en las primeras horas de la mañana se ven las parvadas que en perfecto orden de combate recorren una y otra vez el vuelo, mientras otras aves lanzan trinos desde los árboles situados a lo largo de los caminos que alcanzan los poblados vecinos.

En la carretera que llega a Cuetzalan, para mi gusto el pueblo más hermoso no sólo de Puebla o México sino del continente, se encuentra el rancho San Martín, donde pasamos unos días de descanso Magdalena, mi esposa, y yo.

Cruzando, están los terrenos limpios, preparados para la siembra. Y a lo lejos sobre un montículo un panorama curioso: como punta de antena se aprecia la iglesia del lugar, Ocotlán, y en forma descendente como anillos, las modestas viviendas de los habitantes del pueblo. En el entronque, un letrero que exige defender el agua. Convoca a todos los ocotlanenses.

A escasos diez kilómetros, en Libres, una improvisada feria ocupa la Plaza de Armas que, claro, aquí conocen como zócalo. Muy raquítica la oferta culinaria, básicamente tacos tostados y tortas tradicionales.

Los juegos apenas colchones inflables para gozo de bebés y algún ejercicio de tino. Quizá lanzar aros a vasos que contienen el premio, elote adicionado de sal, limón y chile piquín.

Toda esta modestia que los locales disfrutan enormemente, se compensa con las compras en ranchos vecinos. Con precios decentes y sin artilugios o añadidos, se adquiere una mantequilla batida a mano… a la vista de sus productoras, las vacas limpias, con ojos ensoñadores y siempre mascando. Rumiando, dicen.

El Paso por el mercado, donde se compran verduras que todavía huelen a campo y que conserva un resto de la tierra donde crecieron, la carne delgada, aplanada, los clásicos bistecs de la matanza matutina.

Y así poco a poco y sin darnos cuenta, luego de tanto tiempo que se dan por perdidos esos sabores, los aromas y los recuerdos de una infancia feliz, empezamos una recuperación que será inolvidable. Sabores legítimos.

En la región elaboran unas gorditas que llaman tlayoyos y que en otras partes son conocidas como tlacoyos. Hacen el molote, extienden la masa, pero con el relleno que puede ser haba o frijol, ambos refritos. El sabor es indescriptible y son tan apreciados que las dos, tres, familias dedicadas a su venta también en Cuyoaco, no se dan abasto para la clientela.

Lo mismo reza para las empanadas de requesón, suaves, dulces sin abusar, crujientes (crocantes señalan los modernos), y que también vuelan en los comercios dedicados a su fabricación.

Así, como no queriendo se renueva el gusto por la cocina no de autor, tampoco con cierta influencia, sino comida auténticamente casera, con sabor a barro, manteca… a campo, pues.

Valió la pena abstraerse del internet y perder las llamadas de los cuates. Novedoso a estas alturas de la vida, recordar una habitación totalmente a oscuras, sin ruidos exteriores y un cielo estrellado que en la mañana es luminoso, azul muy intenso y con nubes que se mueven con majestuosa lentitud,

Un sol alto, altísimo, brillante y que calienta sin quemar. Esta es zona fría, normalmente, por ahora es cálida, amistosa. La planicie que se pierde en el infinito, reverbera y muestra su generosidad que habrá de entregarnos pronto el fruto de su vientre. Los alimentos…
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas