Una señora con un libro sobre el Brexit en la mano se encaraba esta tarde con uno de los empleados del Metro de Londres en la estación de metro de Waterloo, una de las más cercanas al Parlamento británico. «¿Por qué dicen los altavoces que la estación de Westminster está cerrada por una alerta de seguridad, cuando se trata de un acto terrorista?», inquiría en un tono algo agresivo la mujer de mediana edad. Impertérrito, el empleado cogió su altavoz para advertir a los usuarios de la próxima llegada del tren con destino a Stanmore.
La calma de este trabajador es reflejo de la actitud de la mayoría de los londinenses. Casi todos han seguido con sus respectivas ocupaciones tras conocer el ataque (sucedido a las 2,40 de la tarde hora local) y quienes se ven afectados por el bloqueo de toda la zona que rodea el Parlamento han buscado alternativas para regresar a casa al acabar su jornada. En la estación de metro de Embankment, un grupo de jóvenes franceses de viaje de estudios en Londres (algunos compatriotas suyos han sido heridos en el atentado) esperaba con tranquilidad, bajo protección de dos policías, a que su autobús pudiera salir de la zona acordonada para llevarles al hotel. En la City de Londres, tras una reacción inicial de susto, los inversores no cambiaron la tendencia de la libra y la Bolsa de Londres.
Detrás del cordón formado por la Policía para impedir el paso a la zona donde se produjo el atentado, apenas había nadie que no fuera periodista o fotógrafo. Solo un exaltado se acercaba a las cámaras para dar su opinión del atentado, pese a la ausencia de datos sobre la identidad del terrorista o sus motivaciones. «La realidad es que el Islam está en guerra, es una ideología fascista y violenta que promueve atentados como éste. Y los políticos y los medios dejan que esto pase, dejan que estas personas entren y salgan», clamaba sin que nadie más le hiciera eco. «Luego dicen que la amenaza es el Brexit…».
Con un tono más calmado, los parlamentarios que iban saliendo de Westminster tras una jornada dramática en la que se les obligó a permanecer encerrados relataban sus experiencias. «Ha sido un intento de ataque a nuestra democracia», decía la diputada laborista Mary Creagh, a quien el ataque le sorprendió caminando entre el Parlamento y la estación de metro de Westminster, donde pidió a los empleados que cerraran los accesos.
Otros londinenses recordaban hoy lo sucedido en la dramática jornada del 7 de julio de 2005, cuando las explosiones de varias bombas en metros y autobuses de Londres mataron a 52 personas. «Si la ciudad superó aquello, lo mismo haremos ahora».
Fuente: expansión.com
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