André Malraux, político y novelista francés (1901-1976), decía que “el siglo 20, frente al anterior, parece un renacimiento de la fatalidad”. Es tan interesante este aserto y es tan desquiciante la actual historia del mundo que bien se podría aplicar al siglo 21, nuestra época, nuestra vida. Dicen los diccionarios que la fatalidad es la desgracia, la infelicidad, la calamidad, la tragedia, rematadamente mal.
Este renacimiento de lo fatal cubre hoy a toda la tierra. Malraux se expresaba así teniendo la certeza de que los vaivenes del siglo 20 eran infinitamente superiores a lo conocido de la centuria anterior. Hubo dos guerras mundiales.
¿Qué comentario expresaría el francés si tuviera una visión somera de lo que estamos padeciendo tan solo en las primeras décadas del tercer milenio? ¿Y concretamente lo que sufrimos en México con nuestra corrupción y con el vecino del norte?
El mundo cruza por la más desquiciante crisis económica de la historia; solamente un sujeto tuvo la desvergüenza de birlar más de 50 mil millones de dólares a la humanidad. Esta cantidad impensable de dinero no la vieron jamás los aguerridos conquistadores de la historia que cruzaron los grandes océanos, los desiertos y extensiones gigantescas para ir en busca de la riqueza para sus soberanos. Egipcios, chinos, macedonios, romanos, ingleses, españoles, franceses, portugueses, belgas, et al. Y este siglo, Bernard Madoff, el estadunidense defraudador da la campanada de la fatalidad. Fatalidad que es sinónimo de desgracia, desdicha.
Esta fatalidad está aquí también, en México, heredada, por lo menos de los últimos cinco sexenios. Hoy todo se ha vuelto rumor malintencionado, comentario agraviante, sospecha que lastima, verdades a medias en un juego esquizofrénico en el que se libra la batalla de todos contra todos, y no aparecen por ningún lado la cordura, la definición, el respiro necesario para que los mexicanos podamos retomar el rumbo correcto: el de la dignidad, el de la verdad, el de la esperanza, el de la ley y la justicia social. Estamos desamparados y desnudos del alma, del espíritu.
Además hay un caos informativo. Acusaciones y contraacusaciones hasta la saciedad están alimentando al mundo de los lavaderos, donde la gente menor, la de propósitos mezquinos, trata de limpiar inútilmente el cochambre de la ropa percudida por el abuso y el desgaste de los años de tormenta y de lodo.
¿Qué está pasando en México que no logramos salir delante de la confusión generalizada? ¿Dónde está la ley de la razón y hasta dónde llega la mentira que agudiza el desánimo popular y mutila conciencias? ¿Quién permitió que, hace 35 años, los atracadores vieran en México un botín inagotable y permanente? ¿Quién autorizó a los depredadores insaciables a despojarnos de nuestra herencia social, ganada con sacrificios sin fin a lo largo de la historia? Una espesa cortina de silencio, disimulo, ignorancia y complicidades, todo lo cubre de espaldas al pueblo.
Este renacimiento indeseable se recrudece a partir de la toma de posesión del presidente estadunidense y sus esbirros que hoy nos desdeñan, nos desprecian, y nos atacan sin percatarse que nuestra vecindad les ha permitido crecer y colocarse a la cabeza de las naciones occidentales. ¿Qué hubiera hecho la nación norteamericana sin nuestros valiosos productos comerciales, sin nuestra barata mano de obra, sin el territorio que injustamente se apropiaron, sin nuestro petróleo y nuestro gas, sin el filtro que tenemos para impedir que más connacionales y centroamericanos se introduzcan a su suelo? ¿Qué hubieran hecho sin Bernard Madoff?
André Malraux hablaba con justeza.
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