Colaboración de Carlos Raúl Navarro Benitez
Llego caída del cielo. Un ángel que impidió la expulsión de muebles varios a la calle. Por la ventana. Acababa de nacer un niño hermoso pero chillón y su madre padecía algo así como depresión post parto. Así lo determinó aquella sabiduría popular. Por lo tanto, tal patología amenazaba con dejar desiertas y pelonas sala, comedor y desayunador.
De muebles y utensilios variados. La ex parturienta se desprendía de ellos con furia. Los expulsaba de su vista. Temíamos que en un arranque de esos saliera expulsado el bambineto con todo y producto chillón. Afortunadamente no sucedió esa tragedia. Volver a fumar tranquilizo ese vendaval resultado de embarazo concluido con final feliz, aunque agitado.
Era apenas una niña, posiblemente escuálida adolescente que contribuyó a criar a aquel chamaco gritón y cagon. Nunca uso uniforme. De ningún tipo. En hogar progre (sista) tampoco se estilaba tal disfraz burgués. Con el tiempo se fue haciendo indispensable. Se casó, pario sin arrebatos de aquellos y nunca dejó de trabajar con los que sumábamos cuatro. Aguanto numerosas mudanzas sin chistar.
La madre de la prole original partió sin rumbo fijo. Ella quedó de manera automática como jefa indiscutible. Compartió tareas con distintas colaboradoras. Que iban y venían. Se fue adueñando de nuestro corazón y por supuesto del inmueble. Vio salir de blanco a la hermana del cagon que compartió destino con abogado que prometía. La pérfida hija intento secuestrarla con innumerables argucias. Hasta ofreciendo triplicar salario y otorgarle vacaciones en Can Cun.
En varias negociaciones salariales amenazo con mudar de patrón sin cumplir ese amago. Más adelante sabrán porque. Cual es su objetivo y destino manifiesto. Tiene manos ligeramente inquietas. Ha demolido infinidad de piezas de vidrio. Las escobas duran poco, se despeinan pronto, por la fiereza con que barre con todo. Es tremendamente metódica y silenciosa. Cada día corresponde a un cúmulo de actividades que ha repetido por décadas. Nunca varía sus rutinas.
Trae bronca con el patrón desde años atrás. Esa azafata de lujo que sería envidia de la mentada Barrales. Aquella, además laborante doméstica, realiza tareas guerrilleras variadas. Particularmente nomas se aproxima revisión salarial y cláusulas contractuales. Cada que se baña el individuo, sea con calor solar o de boiler gasiento, jala agua caliente con cualquier pretexto. Sea para llenar cubetas para trapear o limpiar loza y sartenes percudidos.
El bañista que nunca alcanza a mirar tiburón alguno, gag dedicado al extinto Rigo Tovar, se mea de frío mientras sucede tal extracción acuífera. Que es bien seguido. Mocos sueltos, gripas y pulmonías rondan al susodicho. Que gasta más en anti gripales y gárgaras contra la tos feroz que en los emolumentos mensuales de la torturadora acuosa.
El bote donde se depositan los papeles que pulen el orificio que expulsa las miasmas de la víctima patronal está forrado con bolsa del supermercado. La mayoría todavía no son ecológicas. Estas, amarradas convenientemente para que no se expandan los contenidos pestilentes, son lanzadas con precisión milimetrica desde el primer piso a un patio trasero.
Precisamente en el momento en el que el damnificado sale a dar vuelta a la perilla del calentador. En varias ocasiones esas bombas de mierda y klinex moquientos dan en el blanco. Más bien en la morena humanidad o cabeza del desprotegido jefe de familia, ya escasa. Hay tratamientos heterodoxos que recomiendan untarse de aquellas plastas para la proliferación capilar pero evidentemente no es el caso.
Otra forma de exterminio que practica va directo a las arterias del corazón. Usa cantidades tupidas de aceite como si guisara en perol de bruja. O de pasada a disparar la presión arterial. Es experta en rociar con cantidades de sal voluminosas los múltiples platillos que fabrica. Argumenta en su descargo que son los trozos de sal de mar mal triturados que se compran en tiendas que supone similares a las de la Conasupo donde ella surte la despensa.
En un par de ocasiones empleo técnicas germanas nazis que tampoco le conocía. Posiblemente las miro en algún documental de televisión vetusto y trasnochado de Telerisa. Convirtió el bendito hogar en una cámara mortuoria de gas, con lo carísimo que está el energético peñista, al dejar prendidas las hornillas de la estufa por horas. Es una experiencia religiosa, inigualable toparse con el cuerpo de bomberos invadiendo tu casa, desalojandote para evitar un desaguisado mayor.
Cuando suena el teléfono para ejercer cobros, promociones, encuestas varias, jamás me niega. Antes al contrario, a pesar de su pudor, irrumpe bajo la regadera con auricular en mano tapándose los ojos con el delantal. Por cierto, nada interesante que ver. Nomas me propongo alguna lectura comienza la sesión de lavado. Esa máquina con más de diez años de antigüedad suena y truena cual matraca en ferrocarril destartalado. De los que desmanteló Zedillo.
Y así por el estilo exterminador. Mientras me lea en este espacio quiere decir que todavía sigo vivito y coleando en esta lucha cotidiana a dos de tres caídas, Y que ella como muchos trabajadores en el país que no se animan a practicar la revolución proletaria que prometió el Marx, intentarán deshacerse de nosotros por la vía de chingar quedito. Máscara contra cabellera.