Andares Políticos
Benjamín Torres Uballe
Faltan 21 meses para que concluya la administración peñista. El Presidente de México es agobiado por un prematuro desgaste político, que se refleja en la baja aprobación a su labor por parte de la sociedad. Diversos frentes se abrieron en contra del inquilino de Los Pinos. El que más erosionó la credibilidad del mandatario fue el de la Casa Blanca y le siguió el llamado caso Iguala. Ambos lo persiguen hasta hoy y se convirtieron en un pesado lastre del que no supo librarse.
Luego vino el triunfo de Donald Trump y aumentaron los problemas para el mexiquense —y para el país—. Esto ya no cabe en la categoría de “frente”, sino, por sus dimensiones extraordinarias, bien puede ser considerado un auténtico boquete en la línea de flotación del barco que comanda Enrique Peña Nieto. El “dictadorzuelo” que gobierna a la unión americana se convirtió en la peor pesadilla del Ejecutivo federal. La cancelación de inversiones y la indiscriminada deportación de connacionales no tardaron en llegar. Las amenazas funcionaron.
El terrorismo del “peliteñido” tiene en la zozobra al equipo presidencial. Que si abandona el TLC, que si va contra las cuantiosas remesas que envían nuestros paisanos, que si aplica un impuesto a las exportaciones mexicanas, incluso, en el colmo de su evidente senilidad, ya quedó manifiesta su locura de enviar tropas norteamericanas. Sí, la preocupación no es en modo alguno menor.
A lo anterior, hay que sumar otros frentes domésticos que traen de cabeza a Peña Nieto y compañía. Uno de ellos es el delicado asunto de los gasolinazos, cuyo desaseado manejo tuvo alto costo, con fuego puro que está latente, y puede terminar de incendiar el ya de por sí profundo descontento social. Parece que hoy han logrado atenuar el disgusto de la población en este tema, sin embargo, no se descarta que lo estén realizando de manera artificial para apaciguar los enardecidos ánimos. La impericia política del gabinete dio la excusa perfecta para el caos que vimos luego de aplicarse el alza a los precios de las gasolinas.
También está presente en la lista de los frentes abiertos del Presidente el aumento indiscriminado de la deuda pública. “Cuando Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia de México, a finales de 2012, el saldo de la deuda bruta del sector público federal llegaba a 33.9 % del PIB; al finalizar el año 2016 este monto ha aumentado poco más de 15 puntos porcentuales para ubicarse en 49.1% del PIB”, señala el Centro de Estudios Espinosa Yglesias en su análisis “Crecimiento Económico y Empleo en México durante 4 Trimestre 2016, y Análisis de la Deuda del Gobierno Federal”.
Desde luego que éste es un asunto candente por las serias consecuencias que podrían derivar de ello. Tan delicado resulta que ya diversas calificadoras internacionales han alertado sobre el endeudamiento del gobierno y la posible reducción de la calificación crediticia a México. La situación se agrava porque buena parte del dinero prestado no se destina a infraestructura, sino a gasto corriente que nada positivo aporta al desarrollo del país ni al beneficio de la sociedad.
Claro que no se puede obviar el infierno de la inseguridad que cotidianamente azota a la república mexicana. El crimen organizado y el “desorganizado” están muy lejos de ser controlados por las autoridades, que se ven superadas por la“plata o el plomo”. La corrupción es parte de ese pandemónium. La suma de corruptelas e ineficacia redunda en caudalosos ríos de sangre.
Pero, por sobre todos los perniciosos “frentes” con los cuales debe “lidiar” el gobierno federal y su jefe máximo, destaca el de la falta de credibilidad. Actualmente son escasos los ciudadanos que ilusamente confían y aprueban el trabajo del huésped de Los Pinos. Y los motivos son muchos y justificados. La tolerancia —por decirlo de manera suave— que el priista número uno y su partido han tenido para pillos como Javier Duarte, Roberto Borge, César Duarte y Tomás Yarrington, entre otros canteranos del PRI, sólo exhibe ante la opinión pública una condenable e inmoral protección que en nadie pasa desapercibida. Por eso el “mal humor social”, por eso nadie aplaude, por eso se privilegian las malas noticias sobre las exiguas buenas nuevas. La impunidad es una constante.
Resulta sumamente complicado aparentar que el país marcha en el rumbo correcto, que en realidad existe el tan pregonado estado de derecho, cuando los mexicanos nos enteramos cada día del desvío de recursos oficiales —léase saqueo— por gobernadores, dependencias gubernamentales y la alta burocracia. Una muestra es lo que la Auditoría Superior de la Federación concluyó para el Estado de México —la tierra del presidente Peña— gobernado por Eruviel Ávila Villegas (PRI), en el sentido de que no pudo demostrar el destino de mil 943 millones de pesos provenientes de fondos federales (Reforma 27-02-2017).
Nadie quiere, efectivamente, que a nuestra nación le vaya mal, desearlo es dispararse en el pie, a la mayoría de nosotros nos iría mal, no hay duda. Pero, salvo el tema del hitleriano y deschavetado Trump, el resto de los frentes que aquejan al presidente Peña Nieto y su gabinete han sido originados por ellos mismos. Ya lo dijimos: la “Casa Blanca”, el torpe manejo de los 43 normalistas, el despilfarro gubernamental, Javier y César Duarte, Betito Borge, Tlatlaya, incluso las imposiciones de amigos y familiares en puestos públicos, como Eduardo Medina Mora en la SCJN, Raúl Cervantes Andrade en la PGR y el afán de colocar al servil Virgilio Andrade donde se pueda.
Es hora de cerrar todos esos maliciosos frentes, si es que aún le interesa al señor Presidente, para rescatar algo de credibilidad y evitar que se profundice la debacle del PRI en las elecciones de este año y las presidenciales del 2018. Acciones son las que faltan. Palabras, demagogia y soberbia sobran.
@BTU15