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Los coleccionistas

Publicado por
José Cárdenas

Colaboración de Carlos Ferreyra

 

Del cuarto de azotea saco el baúl con trebejos entre ellos, uno de mis escritos iniciales en los medios: una especie de comentario sobre el explorador francés, Jacques Costeau, su batiscafo y la descripción de las maravillas que vio en un descenso a las simas oceánicas a donde nadie había llegado.

Se publicó en Atisbos, periódico de breve existencia cuyo director, René Sacristán Garza, era conocido como el Presidente de los Cristeros. En el gremio, lo supe mucho tiempo después, lo llamaban “Sacristán Farsa”.

Ver impreso mi mamotreto en las páginas de análisis político seguido de otros, me entusiasmó a tal grado que me propuse ser periodista sin importar lo que costara.

Con tal sueño a cuestas fui a un cafetín que estaba o está en lo que era la parte trasera del Hotel Regis. Allí, me dijeron, se reúne todos los días el periodista Roberto Blanco Moheno con sus amigos. A tal y cual hora y se sienta en determinada mesa.

Junto al lugar en que se aposentaba el aplaudidísimo escritor, autor de Cuando Cárdenas nos dio la tierra y de alguna obra que parecería una gracejada, pero que condenaba la deshonestidad, la corrupción en el medio político, había una mesa situada sobre un piso elevado un metro. Ideal para orejear.

Esperaba abrevar de lo que consideré que sería una gran enseñanza. Y de hecho lo fue. Acompañado por cuatro sujetos malencachados, Blanco Moheno luego de las chanzas acostumbradas entre amigos, les respondió una curiosidad: narró como a un gringo pachanguero al que se le venció la visa y el permiso para su coche, un Cadillac de súper lujo, le advirtió que las autoridades lo buscaban para encarcelarlo y echarlo del país.

El gringo se asustó, le pidió ayuda y dinero para regresar a su país  porque, dijo, no tenía ni para gasolina. El periodista, generoso, le entregó suficiente para adquirir el pasaje y le ofreció hacerse cargo del vehículo. Así fue y así se hizo por centavos del ostentoso carromato que sin dilación le fue legalizado.

Un poco traumática la experiencia pero no me quitó las ganas de ser periodista. Los caminos seguidos para lograrlo son otra historia y no tan desagradable. Hasta que años después encargado de la corresponsalía de la agencia cubana en México, empecé a conocer a quienes en ese tiempo eran las vacas sagradas. El más notable de todos, pero también el más asqueroso, en opinión de Julio Scherer, Carlos Denegri.

A este señor se le atribuye la invención en México de la columna política. Era chantajista, abusivo, alcohólico perdido, pero el mejor reportero de la época, pionero de las noticias en televisión, dicen sus biógrafos que “Fue la pluma más vendida. Fue un cosmopolita declarado. Fue un provinciano redomado. Fue un exquisito. Fue un salvaje. Popularizó la frase Dios mediante. Pero no tenía Dios. Ni Diablo. Ni santos. Fundó la columna política… pero institucionalizó el vil chayote… cayó muerto a tiros, frente a un crucifijo colgado en la pared”.

Los citados eran coleccionistas de billetes, insaciables. Acumularon cuentas bancarias y propiedades. Summum de la deshonestidad.

Hubo quien los superó en el afán de coleccionar: tiene nombre de premio cinematográfico, fue director de El Universal quien invitó a su casa en el Pedregal a un periodista extranjero; el agasajado recuerda que tras la pretensiosa comilona, con meseros uniformados y hasta un catador de vinos, lo llevó a recorrer su nada modesto hogar.

En la recámara principal le mostró los atuendos que colgaban de un sistema como en las tintorerías: apretabas un botón y desfilaban el traje completo –a veces con chaleco—la camisa y corbata apropiada, los calcetines, calzoncillos, camiseta y zapatos correctos. Eran equipos completos, no había que perder tiempo para armar conjuntos.

En la segunda parte del recorrido, pasaron a la Sala de Armas donde en aparadores cerrados se contemplaba una colección enorme de pistolas, rifles, revólveres de época y modernos, con candados en los gatillos. Y registro de la Secretaría de la Defensa.

A los anteriores ejemplares, hoy sumamos al ex director de La Prensa, Martín Mauricio Ortega, un aficionado a los chunches deportivos. Por conocido su más reciente episodio, no lo repetiremos pero diremos que gracias a ellos, sí “de  colección”, el oficio está tan demeritado.

Y puede creerse que son más los periodistas buenos, los que laboran por un resultado profesional… sólo que no satisfacen los complejos de tuiteros y feibuqueros que además de cuestionar porque sí, dan clases de periodismo. O se comportan muy correctos para formar mayoría.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas