Colaboración de Carlos Ferreyra
No todas las señoras que se apiñan en torno a los lavaderos dedican su tiempo a limpiar el mugrero de sus hijos y de sus maridos. Las de mayor edad hacen reminiscencias, platican a las más jóvenes cómo era México que dicen, como es usual, que todo pasado fue mejor.
Ante los escándalos citadinos, quejas por falta de seguridad, malísimo transporte urbano, aumentos indiscriminados a predial y otras gabelas imaginadas por los financieros del gobierno de la capital, preguntan si existían las raterías de las que se acusa a los tricolores. La fama, dicen, es que cuando el PRI era partido único hacía y deshacía sin darle cuenta a nadie.
De allí, la frase emblemática del ex presidente Emilio Portes Gil, sobre la “comalada sexenal de millonarios”. Lo dijo cuando un millón era todo el dinero del mundo. Una casa en las Lomas apenas rebasaba los 50 mil pesos de valor.
Si, admiten las matronas. Pero era diferente, había pudor, los robos no eran tan cínicamente abiertos ni tan descaradamente presumidos por sus perpetradores. Un caso, por mencionar lo más estúpido que ha pasado en México recientemente, la señora a la que le plantan en una bodega una libreta de ejercicios caligráficos con expresiones idiotas: sí merezco bienestar…
Y para que aquede claro, comparan los segundos pisos de don Peje, las calles vendidas o concesionadas por el mismo ex gobernador capitalino y luego por Marcelo Ebrard, el primero a la Iglesia vía Basílica, y el segundo a la empresa que quería ampliar su estacionamiento de carga y descarga de mercancía en plena calle esquina con Insurgentes sur.
El punto de referencia fue el regente de hierro, Ernesto P. Uruchurtu, quien se caracterizó por la siembra de gladiolas en los camellones de la ciudad, favoreciendo el enriquecimiento de un empresario amigo que tenía invernaderos. Y la pavimentación a troche y moche con la compra de cemento a la viuda de Nicanor Arvide, que hasta colonia tiene donde estaba la fábrica.
Este caso es de constancia personal. Como funcionario de Relaciones Públicas del Banco Internacional, me ordenaban acompañar a la señora a entrevistarse con Uruchurtu. El funcionario nos recibía sin dilación, entregaba el cheque correspondiente al producto utilizado, salíamos, abordábamos la limusina Cadillac negra charol con chofer uniformado y nos íbamos a la casa de la señora, en Puente de Alvarado o Rivera de San Cosme, no recuerdo a qué altura.
Posteriormente tramitaba el depósito en la cuenta de la señora Arvide a la que con majadera curiosidad le pregunté por qué el regente del DF nos recibía tan diligentemente y se preocupaba por tener al día los pagos, si había una Tesorería encargada de tales asuntos.
La señora me explicó que cuando empezaron a hacer negocios con Uruchurtu, acostumbrados como estaban a la comisión por los productos vendidos, el funcionario decidió cambiar las reglas del juego. Rechazó las comisiones pero advirtió que el 10 por ciento de las acciones de la empresa pasarían a su propiedad.
Listo, ya no se trataba de un porcentaje sobre determinado insumo, sino sobre todo lo que la empresa de Cementos Arvide comercializaba. Y eso quedaba para hoy, mañana y cuando dejara de ser funcionario público.
Todo en forma tan discreta, que nunca hubo problema ni con él ni con nadie. Eso era válido mientras no lesionara el interés popular. Uruchurtu no lo entendió y a pesar de larguísimos años en el cargo, de reconocimientos públicos, inclusive de homenajes que le fueron realizados, un día se metió con unos marginados que invadieron tierras deseadas por ciertos capitales.
Mandó a sus fieras huestes munidas con tractores, buldóceres, palas, picos y muchos granaderos de respaldo. La paliza que dieron a hombres, mujeres y niños quedó registrada en los periódicos del día siguiente que además debieron abrir sus páginas para registrar la renuncia forzada del gobernante. Petición del Presidente de la República.
Si, admiten las señoras mayores, se robaba pero con discreción y sin lesionar el interés de los sectores marginales. Claro que no lo dijeron así, pero en síntesis era la teoría antes de mencionar los segundos pisos de Andrés Manuel, con reserva de información por doce años, los estacionómetros y las grúas concesionadas por Marcelo a su hermano, las locuras bicicleteras actuales, las carreras de automóviles que piensa que contagian de prestigio al país, los absurdos programas llevados a otras naciones como Colombia, el médico en casa.
En fin, locura y media sin que se resuelva el asunto del narcomenudeo, los asaltos que ahora se hacen en vivo y en directo gracias a las inútiles cámaras de video, las obras que se prolongan y se enlazan unas con otras sin que se sepa de qué se trata, las imposiciones ilegales como la advertencia de que las fotomultas seguirán aunque la ley diga otra cosa, que las contingencias continuarán a pesar de los amparos y las decisiones de la Tremenda Corte.
El derribo de árboles seguirá bajo la premisa “sembramos diez por cada uno que tiramos” pero sin decir dónde los colocan. La locura absoluta, el desorden sin posibilidad de corrección. En Cuajimalpa hicieron tres “puentes deprimidos”, dos que conectan Huixquilucan y otro que cruza la carreta y une a Santa Fe; está en proceso uno más, a tres calles del segundo y cuatro de los primeros. Nadie sabe a dónde llevará este nuevo “puente deprimido”. Y a nadie le preocupa informarlo porque “de que va, va…”