Andares Políticos
Benjamín Torres Uballe
Pareciera que Andrés Manuel López Obrador tiene alta posibilidad de triunfar en las elección presidencial de 2018. Diversas encuestas —que deben ser tomadas con extremo cuidado en su análisis— ubican como puntero al dueño de Morena en las preferencias electorales. En este supuesto, es la base social construida por el tabasqueño la que pudiera colocarlo en Los Pinos, con la evidente preocupación del PRI, PAN y la chiquillada que les “aporta” votos al mejor postor.
No obstante, el hasta hoy panorama favorable para el Rayito de Esperanza podría cambiar radicalmente si no termina por comprender que debe corregir el tono y los destinatarios de ciertos mensajes, en los que definitivamente se ha equivocado una vez más. Nadie olvida en el país su desafortunada frase, cuando furibundo mandó al diablo a las instituciones. Aquellas de las que, hoy día se beneficia a través de Morena. Una incongruencia mayúscula, como otras.
Basta precisar que López Obrador se enfrascó innecesariamente en una confrontación con el Ejército, al que señaló como uno de los responsables de la desaparición de los 43 normalistas en Iguala. La respuesta de la institución castrense no se hizo esperar y, sin llamarlo siquiera por su nombre, le “desarmaron” su dicho al conminarlo a que si tiene pruebas de ello, las presente ante las autoridades respectivas. Simplemente quedó exhibido como alguien que acusa sin pruebas.
A la réplica de las Fuerzas Armadas se sumó la avalancha de críticas por parte del oficialismo. Sencillamente aprovecharon el nuevo dislate de Andrés Manuel para tundirle y mostrarlo como el eterno político violento que atenta contra el respeto a las instituciones del Estado. Mas es el propio líder de Morena quien, con su propensión a la respuesta rápida y poco reflexionada, da los argumentos a sus detractores y rivales para el infaltable “golpeteo político”.
Cuando empezaba a ganar terreno la percepción de mesura en el discurso, incluso luego de lograr un acercamiento con empresarios, AMLO se enredó de manera infantil y peligrosa en dimes y diretes durante una visita a Nueva York con uno de los padres de los estudiantes desaparecidos, a quien llamó “provocador”. Luego vinieron las declaraciones en contra del Ejército. Ninguno de estos temas le aportó un ápice de beneficio; por el contrario, lo colocan —ante el beneplácito de aquellos que lo quieren ver otra vez como el constante perdedor— en un derrotero que sólo beneficiaría al Partido Revolucionario Institucional y al Partido Acción Nacional, en ese orden.
Las condiciones sociales y políticas que privan en el país favorecen al aspirante morenista. La gestión del gobierno actual ha quedado muy lejos de las expectativas y necesidades de la población. Así lo demuestran los dos millones más de pobres que se han registrado en lo que va de la administración peñista. El repudio por el alza a los combustibles y gas no es poca cosa. Tampoco el desplome en los índices de aprobación a la tarea presidencial, que sólo confirma el hartazgo ciudadano a todo lo que significa el PRI y los gobiernos surgidos de éste.
Desde luego que la evidente protección —por omisión o acción— a pillos emanados del Revolucionario Institucional —Javier Duarte, Tomás Yarrington y las denuncias en contra de Roberto Borge y César Duarte—, junto a escándalos como el de la Casa Blanca, abonan a favor del Mesías Tropical. Sin embargo, éste no debe perder el piso. Es verdad que determinados sectores de la sociedad lo ven como una opción para ocupar la silla presidencial, pero no por sus méritos democráticos —es de lo que menos puede presumir; basta recordar otra de sus frases célebres: “El movimiento soy yo”—, sino por la complicada situación en que tiene al país el Ejecutivo federal y su gabinetazo. Por cierto, un entorno similar cuando se dio la alternancia PRI-PAN en el 2000.
Quienes realmente tienen la esperanza de que López Obrador atempere sus palabras en temas políticos colocan su deseo en una quimera. Andrés Manuel no cambiará. En su ADN lleva las respuestas a priori, sin medir las consecuencias. Ése es su talón de Aquiles, la irreflexión. Y es esta deficiencia tan marcada —por llamarla de algún modo— su enemigo más letal, el que lo puede vencer por tercera ocasión en su obsesión por hacerse del poder en México.
Mucho insiste Andrés Manuel —en forma irónica— a sus archirrivales —y ex correligionarios— del PRI en que deben “serenarse”, que ya no estén tan nerviosos. Sí, por supuesto, los tiene bastante inquietos. Saben que los pueden echar nuevamente de la residencia presidencial. Sin embargo, el consejo debe aplicárselo el propio López Obrador para acotar su incontinencia verbal, que lo ha metido en graves dificultades ante la opinión pública y los electores.
Andrés Manuel López Obrador está ante la oportunidad real de llegar a la Presidencia de México, pero la puede tirar por la coladera si no cambia de fondo su forma de asumir los retos que conlleva ser un candidato serio y deja de ser el parlanchín bravucón; el “buscapleitos de taberna”, como alguna vez lo etiquetó su entonces compañera en el PRD y presidenta de la Cámara de Diputados, Ruth Zavaleta.
Veremos qué decide AMLO, si ajusta el plan de vuelo o continúa errático en su retórica. Puede llegar, triunfar… sólo falta que lo asuma, pues hoy el verdadero enemigo a vencer es él mismo.
@BTU15