Dada la hostilidad anti mexicana del gobierno de Trump, la visita de los secretarios de Estado, Rex Tillerson y de Seguridad Interna, John F. Kelly, sale sobrando, pero como no hubo manera de cancelarla, por lo menos esperamos alguna medida que muestre el disgusto del gobierno que nos representa, frente a esos vecinos incómodos que entran a nuestra casa luego de tirar la puerta a golpes, embarrar la alfombra, quemar las cortinas… y escupir en la mesa.
Como ya es costumbre, la víspera de la visita, los gringos nos recetan tremendo descontón, para poner al presidente flojito y cooperando. Ya van varias veces que se la hacen… y no aprende.
El martes, trascendió que habrá una nueva orden ejecutiva para abrir la puerta a detenciones y deportaciones masivas, lo cual constituye un acto de crueldad contra las comunidades de todos los migrantes en Estados Unidos. En particular afecta a México porque todos los indocumentados que hayan cruzado ilegalmente a Estados Unidos, a través de nuestra frontera, sin importar origen y nacionalidad, serán expulsados a territorio nacional. Trump no tendrá que acudir al Congreso para pedir permiso; las reglas simplemente ordenan una aplicación más estricta de las leyes existentes.
“El documento envía un mensaje de miedo a muchas comunidades de inmigrantes en Estados Unidos, no sólo a los 11 millones de ilegales, sino a esposas, hijos y otros parientes, aun cuando vivan legalmente en la Unión Americana. Las políticas de la administración Trump perjudicarán a las personas que viven pacíficamente”, denuncia un editorial del diario The Washington Post.
–¿Y nosotros qué hacemos?
Preocupa la actitud del gobierno federal que no parece dispuesto a tomar represalias, como, por ejemplo, inundar de juicios migratorios al sistema estadunidense para provocarle una crisis ante la incapacidad de procesar a la enorme cantidad de inmigrantes perseguidos y detenidos.
Una respuesta así colocaría a nuestro país en una posición de fuerza. México tiene la oportunidad de dejar claro –a Trump– que no puede aceptar oleadas de migrantes que no sean mexicanos; incluso podría negarse a aceptar a aquellos paisanos que no cuenten con documentos que acrediten su nacionalidad.
La secretaría de Gobernación no ha pronunciado palabra alguna sobre lo que podrá generar una crisis humanitaria en la frontera norte. Si acaso el canciller Luis Videgaray advierte ante diputados que México no acepta decisiones unilaterales de otros gobiernos, y promete acudir ante organismos multilaterales, particularmente la ONU, para denunciar estas acciones.
Pero…
Mientras pasamos de los dichos a los hechos, el gobierno recibe con oropel a los prominentes enviados de Trump; el gabinete de Seguridad Nacional los invita a cenar, y el presidente los apapacha en Los Pinos, algo que ni en sueños se compara con el trato que recibieron el Canciller y el secretario de Economía, en Washington.
Con estos “cuates”, serenidad y prudencia se leen como debilidad.
EL MONJE VOLADOR: Cuando Emilio Lozoya Austin tomó las riendas de PEMEX, decidió darse vida de jeque árabe, sí, la de esos que nadan en petróleo. El señor Lozoya –sobre quien pesan sospechas de corrupción por el escándalo de la empresa brasileña Odebrecht– viajaba en helicópetro, dos veces diarias, de la casa a la oficina. Tan confortable prestación costó al erario 64 millones de pesos, según documenta la Auditoría Superior de la Federación; despilfarro indigno para una empresa en quiebra. ¿Se acuerda usted del ex titular de Conagua, David Korenfeld? Lozoya lo superó… y con madre.