Colaboración de Raúl Navarro
Hasta donde se, Cárdenas de aquí, no tiene nada que ver con el de allá. El hijo del general forma parte de una franquicia política que todavía obtiene dividendos jugosos. Padre, hijo y Espíritu Santo, o más bien el de Cuauhtémoc, fueron presidente, casi primer mandatario defraudado y gobernadores de Michoacán. En la gestión de estos últimos que incluye a Lázaro Junior, el crimen organizado y más específicamente su vertiente de narcotrafico campeo orondo en esa región. Estamos en espera de nietos y bis nietos para que continúen esa estirpe a la que el apellido abre las puertas del cielo político.
Cuauhtémoc se desprendió del PRI cuando no fue postulado por el bloque tecnócrata encabezado por el «renovador moral» Miguel de la Madrid. Las disputas por la nación más encarnizadas pasan por desprendimientos de ese árbol frondoso que tampoco da frutos para todos.
El elegido del dedazo madridista fue Carlos Salinas de Gortari en el entorno de una crisis económica tremenda, de legitimidad y con un hartazgo social mayúsculo. Desde Programación y Presupuesto y la complicidad del cancerbero, cortesano y ujier de Los Pinos, Emilio Gamboa se proyectó a las alturas. Los efectos de la consolidación de este grupúsculo tricolor de «moderniza dores tecnócratas» las estamos padeciendo actualmente.
La corriente democrática populista del priato fue cobijada por una coalición de partidos antes satélites del dominante pero que se ofrecieron como franquicia en una aventura que parecía, casi demencial. La izquierda zurda se sumó a ese bloque así como personalidades de la academia criticona.
Según analistas no alineados al oficialismo, la victoria en 1988 correspondió al michoacano. Pero el sistema de cómputo se cayo, hasta callo, perpetrándose un fraude monumental donde el «Lenin nativo actual», senador hoy, Manuel Bartlett entonces secretario de Gobernación, jugó un papel fundamental en esa maniobra puerca pero efectiva.
Años después en un arrebato de pragmatismo puro o de asociación camaraderil casi delictuosa o cómplice a lo menos, no confesada, Manuel y Cuauhtémoc marcharon juntos y revueltos, hombro con hombro, para protestar por la privatización de la industria eléctrica sin el más mínimo pudor. Desfilar con el verdugo que arrebató la presidencia podía ser una vertiente de síndrome de Estocolmo nacionalista.
La ciudadanía percibió que una vez más su voto había sido trucado, burlado vilmente, se volcó a las calles en demanda de justicia electoral. Las movilizaciones fueron multitudinarias y belicosas. Se proponía y presionaba al «lider moral» que encabezara una revuelta popular para deponer a las autoridades federales fraudulentas y tramposas.
Pero Cuauhtémoc, ante el temor de que le quemaran los pies que le permitían movilidad para brincar de un lado a otro, se hizo el occiso y apago el fuego Insurgente.
Tal y como Manuel López Obrador lo hizo años después cuando le hicieron lo mismo, es decir, le birlaron la presidencia, en otro fraude monumental. One mor taim.
Cárdenas reflexionó en algún momento posterior que se carecía de una organización sólida y extensa que soportara una rebeldía y asonada de tal envergadura. Que se enviaría al populacho a una potencial masacre. Argumento que menos podría esgrimir el tabasqueño en la movilizaciones monumentales de descontento posteriores a la elección robada, trucada en 2004 que incluyeron boicot a las empresas patrocinadoras del fraude y medios de comunicación cómplices.
Lo que siguió para Cárdenas fueron negociaciones con el salinato en lo oscurito que reiteradamente resultaron negadas por el prócer derrotado michoacano con artimañas múltiples, casi todas ilegales. Lo que se obtuvo como pago, compensación, todavía se desconoce pero se puede conjeturar. Se crearon las condiciones para que, modificando el marco legal vigente, y con el debilitamiento y dispersión de PRI capitalino, el derrotado ganara las elecciones y fuera el primer jefe de gobierno no emanado del partido oficial mayoritario, aunque desprendido de ahí.
El populacho ciudadano nunca le perdonó la traición al hijo del expropiador del petróleo. Tampoco su tibieza y titubeos así como las prebendas que obtuvo para mantenerse paralizado. Los votos obtenidos con posterioridad en las candidaturas subsiguientes nunca le alcanzaron para ganar. Es más, fueron magras en su mayoría.
Su desgastada figura se desplazó a convertirse en «líder moral» en distintas coyunturas desde donde se colocó en posición que le redituara capacidad de negociación con liberales y conservadores con tirios y troyanos. Sus concepciones y discurso contienen un tufo añejo plagado de lugares comunes y clichés nacionalistas rancios que por citar un segmento poblacional, no es atractivo por ejemplo para los jóvenes.
La clientela fiel y tradicional que lo entronizó está envejeciendo o de plano su reino ya no es de este mundo. Es figura decorativa en distintos escenarios a los que otorga un matiz de color rabanillo deslavado. Mostrado, usado como gancho, en tiempos presentes, para convocar a los ciudadanos despistados a que marcharon este pasado domingo para construir «unidad nacional» patriotera , meliflua en torno a Peña Nieto pero disfrazándola, la movilización, contra los despropósitos de nuestros ex vecinos del norte. En contraste, los marchantes radicales reiteran la demanda de la destitución del titular de Los Pinos. No crea que refiero al canciller Videgaray.
Algunos panegiristas lo intentan colocar de nuevo, al heredero del Tata, aunque un tanto vetusto, en la antesala de otra candidatura para el próximo 2018. ¡Ahí viene Cárdenas! Promocionan alborozados sus acólitos. Y los rostros de preocupación y risas se multiplican. ¿En qué flanco se alineará este miembro de la franquicia cárdena?
¿Se prestará a restarle sufragios al «rayito de esperanza» como lo menta seguido Cárdenas de acá, quien puntea actualmente?