Benjamín Torres Uballe
En una entrevista televisiva, el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, insistió este lunes que el gasolinazo no fue tal, sino una “circunstancia”. Durante las justificaciones, el funcionario insistió una y otra vez que el factor causal del alza a los combustibles es externo. Para Meade, el aumento en los costos internacionales de esos energéticos y el encarecimiento del dólar son los culpables.
Desconocemos cuántos millones de mexicanos, de todos los sectores sociales afectados por la referida “circunstancia” pudieran estar de acuerdo con el encargado de las finanzas nacionales.
Resulta innegable que las dos variables señaladas por el titular de Hacienda incidieron definitivamente en la decisión de asestar el gasolinazo. No obstante, desde luego que no son las únicas. Exprimir a Pemex hasta habérselo acabado es otro elemento que no se puede obviar. Tampoco el enorme y desproporcionado incremento en la deuda externa que alcanzó niveles peligrosos y de lo cual ya alertaron desde hace tiempo diversas calificadoras en el mundo.
Como se ve, intentar achacar los motivos del mencionado gasolinazo sólo a elementos exógenos es tendenciosamente parcial. El pobre crecimiento económico nacional, más la exorbitante deuda (50% del PIB), aunados al pernicioso derroche y la corrupción gubernamental, junto con la añeja y peligrosa dependencia de los Estados Unidos, forman un conjunto de hechos cuyo manejo y control es responsabilidad absoluta del gobierno y que también forman parte del lesivo coctel del gasolinazo.
Incluso existen acontecimientos evidentes que han incidido quizá en menor medida, pero no menos importante. La falta de un estado de derecho auténtico, el infierno que la población debe soportar cotidianamente con los niveles de violencia imperantes en la mayor parte del país, una burocracia patológicamente obesa e ineficiente y los eternos abusos de la clase política están conectados irremediablemente de alguna manera a la aplicación del multicitado gasolinazo.
Bien lo ha definido el propio Consejo Coordinador Empresarial (CCE) —por cierto, uno de los firmantes del Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar—: “Hay un elemento común en las movilizaciones y protestas que se han dado en todo el país por parte de los más diversos sectores y grupos, suscitadas por los aumentos en los precios de la gasolina: el elemento común es el hartazgo frente a la corrupción y el dispendio en el manejo de los recursos públicos en México; el clamor para que haya un cambio efectivo y a fondo en ese sentido”. No hay vuelta de hoja. El aumento de las gasolinas es multifactorial. Está a la vista.
Por eso resulta poco creíble la teoría —en virtud de que no se puede comprobar de manera fehaciente— de que es una “circunstancia” la que nos recetó el incremento y que, además, está circunscrita al encarecimiento de la gasolina que se importa y a la tendencia alcista de la divisa verde. La versión y los argumentos oficiales no checan con la realidad que hoy nos golpea sin piedad.
Y no puede llamarse “circunstancia” al conjunto de omisiones, descuidos, ineficacia y avalancha de corruptelas y derroche que nos “obsequia” de manera persistente la actual administración federal, y las que le precedieron. Por lo tanto, aunque se le cambie de nombre al gasolinazo, las causas reales que lo provocaron están a la vista de todos. Negar la realidad no la cambia en modo alguno.
Una mejor actitud del gobierno federal sería reducir de forma estructural los excesos presupuestales y eliminar los vergonzosos privilegios —que rayan en la inmoralidad— de la alta burocracia, legisladores, directores de organismos públicos, los ministros de la SCJN y del TEPJF, así como de los abusivos señores del INE, empezando por su consejero presidente.
Así que resulta ocioso adornar las excusas con palabras que simplemente están de más. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Es un buen comienzo. La gente está saturada de la insufrible demagogia y los deslumbrantes tecnicismos que no hacen sino exasperar el repudio y exacerbar el hartazgo de la sociedad, cansada de cuanta arbitrariedad se le ocurra a la clase gobernante.
Fingir que no se tiene culpa en la zigzagueante conducción del país en nada ayuda. Jugar al “yo no fui”, al “es culpa del otro”, sólo confirma la percepción de los habitantes de este maravilloso México: la administración peñista no sabe con precisión lo que está haciendo, y en esa ignorancia nos está llevando a todos al despeñadero. Por lo pronto hoy, por la “circunstancia”, a los ciudadanos de a pie nos está costando más abastecer el tanque de nuestro auto compacto, pagar el taxi, las tortillas, el huevo, la carne, el pan y ver cómo el dólar llega a 22 pesos.
@BTU15