Francisco Fonseca N.
¿Qué pasa en nuestro mundo, el mundo de mis mayores, el que heredarán nuestros hijos y nietos? ¿Qué está sucediendo en mi mundo, tan cercano a mis sentimientos más profundos, a mis sueños, deseos y aspiraciones siempre en contraste?
Estamos llegando al final de la segunda década del siglo 21, del supuesto siglo nuevo. Y los conflictos entre los pueblos y entre los individuos parecen brotar desde el fondo de la tierra para cubrirnos de sombras ominosas. La tendencia es generalizada hacia caídas severas en todos los aspectos. Tal parece que la confusión, el caos, el desorden, dominan cualquier intento de la humanidad por escapar de la oscuridad.
Las antiguas creencias que durante mucho tiempo fueron el sustento del desarrollo social ahora se han convertido en rectoras de la comunidad, de su conducta, de su libre albedrío, de sus convicciones y del poder de sus decisiones. Parece que navegamos en un mar proceloso sin más instrumentos que el miedo, la duda, la desconfianza y la indecisión.
Los psicólogos insisten, -y no les falta razón- en localizar cada problema físico, mental, emocional y espiritual y, por supuesto, cada comportamiento inapropiado, como expresiones arraigadas de las viejas creencias, y admiten que este sistema de crisis continúa operando y saboteando nuestra vida.
¿Cómo ver las cosas de un mundo diferente? ¿Cómo podemos elegir libremente nuevas creencias y mejores modelos de comportamiento social si todo se presta a confusión?
El reconocido maestro Carl Gustav Jung nos dejó esta verdad incontrastable: “Hasta que hagas consciente tu inconsciente, éste dirigirá tu vida y lo llamarás destino”. Habrá que enfrentar, entonces, análisis, excusas, debates, justificaciones, impedimentos, obstáculos, oposiciones, para llegar a la claridad, al orden, a la transparencia, a la luminosidad y a la coherencia en los nuevos objetivos de vida. Tomemos en cuenta que la confusión siempre ha dejado su lugar a la claridad. Es este un beneficio de la evolución.
El hombre de negocios y escritor estadounidense Lester Levenson (1909-1954) decía que si no nos gusta lo que nos pasa en el mundo todo lo que tenemos que hacer es transformar nuestra conciencia, y el mundo exterior habrá cambiado para nosotros. El mismo Levenson padeció problemas cardiacos, renales, úlcera estomacal, migrañas y su doctor lo envió a su casa, probablemente a morir. Muy pronto Levenson cambió. Supuso que su vida había mejorado de forma radical diciendo que había descubierto la felicidad y la libertad, se sintió identificado con cada ser humano y con cada átomo del universo. Veía a Dios en todos y en todo, y se hallaba en un estado de completa armonía. Su dicha no tenía límites. Mejoró de todos sus males y vivió muchos años más.
México está sufriendo de forma indecible. Balaceras en antros y centros comerciales, atentados de homicidio y suicidio en escuelas secundarias. Marchas, mítines y quejas a todo lo largo y ancho del país. El estrés que produce en la población mexicana el arribo al poder de un Presidente impositivo al país del norte. Carestía, carestía y más carestía. Millones de mexicanos necesitan de dos trabajos para sobrevivir. Los salarios se disminuyen día a día. Vuelvo a repetir: México sufre de forma indecible. La confusión es grande.
En este contexto, si estudiamos las teorías de Jung y de Levenson, la claridad aparece como un notable juicio emocional, como un impulso interior que nos guía hacia el futuro, como un nuevo y mejor proyecto de vida, sin limitaciones, acorde a nuestros atributos como seres humanos.