Un muy buen amigo me dijo un día: “El optimista y el pesimista llegan al mismo lugar, pero el optimista se la pasa mejor en el trayecto”. Yo creo que tiene mucha razón, pero hay dos problemas. Por un lado, es muy difícil que ambos lleguen al mismo lugar cuando alguna de estas dos actitudes permea a una gran parte de la población. En este sentido, es más probable que el resultado final esté sesgado hacia la actitud que tuvo un mayor número de seguidores. Por otro lado, Sabina dice que “un optimista es un pesimista mal informado”. Entonces, parece ser que la única forma de ser un “optimista genuino” es adoptar dicha actitud, fundamentando el resultado esperado con información lo más completa y fidedigna posible, incluyendo una probabilidad de ocurrencia creíble para cada escenario contemplado y una estructura lógica de pensamiento. En este sentido, les quiero compartir tres reflexiones personales que considero que pueden fundamentar la adopción de una actitud optimista en este año que se percibe tan retador.
(1) No nos encontramos en una crisis económica. Para empezar, no nos encontramos experimentando tasas de crecimiento negativas, como en el 2009 en plena crisis económico-financiera global (-4.7 por ciento), ni como en 1995 (-5.8 por ciento). Como he comentado con anterioridad en este espacio, considero probable que el PIB de nuestro país sólo crezca 1.1 por ciento este año. Si bien es un crecimiento bajo, es una tasa positiva, similar a la del 2014 cuando se instrumentó la reforma fiscal. Por otro lado, si bien se perciben varias fuentes de presión inflacionaria para este año (e.g. aumentos significativos de los precios de las gasolinas, mayor traspaso del tipo de cambio a la inflación e incremento extraordinario del salario mínimo), nadie está pronosticando una espiral inflacionaria generalizada (inflación en 1995: 52 por ciento). Los pronósticos de inflación para 2017 oscilan alrededor de 4.7 por ciento, con una cota máxima de 5.5 por ciento. Inclusive, regresando al crecimiento económico, es muy probable que el PIB de nuestro país haya crecido a una tasa de 2.2 por ciento el año pasado. Una tasa cercana a la que ha caracterizado el crecimiento de la economía mexicana en los últimos veinte años y que ha recibido el adjetivo de “mediocre”. Sin embargo, considero que el 2.2 por ciento es una tasa “alta” si tomamos en cuenta que la producción manufacturera en EU –nuestro vínculo económico principal con nuestro vecino del norte-, prácticamente no observó crecimiento alguno. No tengo duda que bajo un escenario así, años atrás hubiéramos pronosticado una recesión en México para el 2016, cosa que no sucedió (“Sin reformas estructurales probablemente estaríamos en recesión”, 18 de octubre, 2016).
(2) Algunas medidas proteccionistas de Trump pueden ser una “bendición disfrazada” para México. En mi opinión, hay dos decisiones con alta probabilidad que tome la administración de Trump que podrían tener efectos positivos para nuestro país en el mediano plazo: (a) Salida del Tratado Trans-Pacífico (TPP); y (b) modificación de las normas de contenido de origen para el comercio internacional. Por un lado, con la salida de EU del TPP, China podría entrar al acuerdo. Esto podría beneficiar a México al firmar un tratado con los países miembros del TPP, incluyendo a China, pero manteniendo el TLCAN (aunque probablemente modificado). A su vez, esto le permitiría a México continuar teniendo una relación comercial privilegiada con EU, a la que otros países miembros del TPP ya no tendrían acceso. Asimismo, si las políticas proteccionistas de Trump se vuelcan más hacia redimensionar las reglas de contenido de origen del TLCAN, esto podría también beneficiar a México sobre otros países manufactureros, debido a que un porcentaje mayor de los componentes de los productos que se exportan de México a EU tendrían que ser producidos en nuestro país. Esto podría incentivar la inversión extranjera directa.
(3) Si EU instrumenta un “impuesto de ajuste fronterizo”, México podría verse forzado a mejorar el esquema fiscal de nuestro país. En las últimas semanas se ha estado comentando sobre la posibilidad de que la administración de Trump instrumente un impuesto de ajuste fronterizo (border-adjustment tax o BAT). El BAT sería un impuesto local que se cobraría exclusivamente a los flujos de las empresas estadounidenses, utilizados para llevar a cabo importaciones (en dinero), por lo que sería una especie de IVA que se incorpora al Impuesto sobre la Renta de las empresas. A su vez, el gobierno de EU podría aumentar la deducibilidad de los flujos provenientes de las exportaciones. Esto sin duda ofrecería ventajas fiscales a las empresas para producir en EU. Máxime si esto viene acompañado de una disminución del ISR corporativo, como se comenta que se ha estado planeando. En este sentido, si bien parte del ajuste para México podría ser vía tipo de cambio (i.e. depreciación del peso), el gobierno mexicano podría verse orillado a modificar la estructura fiscal para recuperar la competitividad de las empresas en territorio nacional. Así, el gobierno de nuestro país podría disminuir el ISR para las empresas. No obstante lo anterior, tendría que recaudar de otra forma los ingresos que ya no se recibirían por concepto de un menor ISR y esto podría llevarlo a cabo con la imposición de IVA generalizado. Al final del día, esto aumentaría la base de contribuyentes y habría una mejor distribución de la carga fiscal entre la población, con un aumento de la formalidad.
@G_Casillas
*El autor es Director General Adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte y Presidente del Comité Nacional del Estudios Económicos del IMEF.