Las víctimas del delito ya tienen su ley; quién sabe si tendrán justicia.
El dictámen aprobado por el pleno de la Cámara de Diputados parece adecuado, aunque nada garantiza que solo se trate de un compendio gordo, plagado de buenas intenciones… como el camino al infierno.
La norma habla de reforzar la burocracia de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas; ratifica la necesidad de un fondo nacional para otorgar ayuda inmediata y reparación de daños; ordena la instalación de entidades estatales, la conformación de un registro nacional de víctimas y una oficina encargada de la asesoría jurídica…
Lo que no resuelve la Ley de Víctimas es el laberinto administrativo y los vicios de una realidad plagada de gorgojos, que lejos de aliviar, agravia aún más a quienes han sufrido a causa de la delincuencia.
Isabel Miranda de Wallace, presidenta de Alto al Secuestro, es contundente: el apoyo a víctimas ópera de forma perversa, privilegia a quienes violan la norma, y deja en el olvido a quienes deberían ser los principales beneficiarios.
Las víctimas del crimen deben recorrer el viacrucis de cumplir con requisitos engorrosos, esperar peritajes, tocar puertas, colocarse en lista de espera para recibir, si bien les va, una compensación económica mínima.
Todas las víctimas son iguales, aunque hay unas más iguales que otras, sobretodo, aquellas que saben como hacer escándalo en los medios.
Víctima que no es vista no es adorada.
En cambio, los verdugos, víctimas de la autoridad, tienen derecho de piso. Aquellos probables delincuentes sometidos a abusos por los representantes del Estado son atendidos de inmediato; el gobierno teme al ruido internacional por frecuentes violaciones al “debido proceso” y la falta de respeto a los Derechos Humanos.
Es cierto, aquellos que ven violentadas sus garantías también deben ser retribuidos, sin embrago, para las verdaderas víctimas, el pago a los verdugos representa un agravio; suelen ser dos veces víctimas, primero de la delincuencia y segundo, de la impnuidad, privilegio de los malos.
La Ley de Víctimas permite reparar el daño a quienes hicieron daño, aunque los agraviados queden sumidos en pantanos de injusticia, dolor y trauma.
Es el mundo al revés.
Repito, aunque el mecanismo parezca noble, esté escrito con tinta sobre papel mojado.
EL MONJE IZQUIERDOSO: Miguel Barbosa descubre el hilo negro. El senador dice que el partido amarillo cenizo está socavado por sucios vicios; que se ha convertido en un cónclave de tribus sectarias, que pretenden sobrevivir con maña descarada; que el PRD ya no es una opción política ciudadana. Son las razones de Barbosa para armar su propia contracorriente, unido a Carlos Sotelo, del Frente Patria Digna, a José Narro Céspedes, de la Unidad Democrática Nacional, y a la fuerza del Frente de Izquierda Progresista, encabezada por él mismo. Barbosa lanza algo llamado “Militantes de Izquierda” (MiZ); promete acabar con la dominancia de Los Chuchos (Ortega y Zambrano) de Nueva Izquierda, quienes, afirma, han socavado al partido del Sol Azteca; son tiburones que lo han devorado. El senador asegura que este es el momento de enfilar al PRD rumbo al 2018; reconoce su antipatía por El Peje; su gallo es Mancera, siempre y cuando no se ponga “nerviosito”; la gallina para la CDMX es Alejandra Barrales, si desiste en buscar alianzas con los panistas en el Estado de México. Así acaba el año y comienza el hervidero en la olla de los frijoles perredistas. ¿Sin gorgojo?