La muerte del “comandante” hace llorar, a unos de tristeza, a otros de alegría.
Difícil desmenuzar la figura del “Comandante” de la revolución cubana, el estadista más longevo del Tercer Mundo, protagonista inevitable de la segunda mitad del Siglo XX, hombre de talento deslumbrante, extraordinario, excepcional, complejo, aplastante y trascendente. También, encarnación de un déspota, recordado con odio y rencor.
Fidel Castro fue patriota porque derrocó a Fulgencio Batista, un crápula que había hecho de Cuba un burdel barato para los gringos; porque derrotó, con valor, al imperio más poderoso del planeta que lo acosó con un bloqueo vengativo y criminal, durante casi seis décadas… y que hasta hoy ahorca a la isla.
Castro fue maestro en la estrategia; veía en las derrotas victorias disfrazadas; aprovechó el caro subsidio proporcionado por la extinta Unión Soviética, a cambio de convertir a su patria en enclave geopolítico, durante la Guerra Fría; por haber hecho de Cuba un laboratorio de la insurgencia.
En su lado oscuro, negro, Fidel fue un soberbio, dictador mentiroso, porque traicionó la democracia prometida a los cubanos al asumir el poder; porque no logró emancipar a su pueblo de la revolución que impuso y mantuvo durante más de medio siglo; porque fue un autócrata armado de horror y terror, que arrasó a sangre y fuego con todas las libertades del pueblo cubano; porque prohibió y condenó la más mínima disidencia; porque la cárcel, la tortura y los fusilamientos de miles de cubanos, luego de juicios simulados, fueron los instrumentos para mantener la dictadura que aún prevalece; porque fue autoritario, al impedir la salida legal de los inconformes, a pesar de lo cual, millones huyeron del “paraíso” a costa de sus propias vidas, con tal de no seguir viviendo en el infierno.
Sin faltar a la verdad en un juicio justo, Fidel Castro muere como un hombre de alto contraste, quien pasa a la historia con luces intensas y sombras oscuras y densas.
En torno al “compañero” Fidel nunca habrá consenso. El complejo “camarada” no merece solo una etiqueta… aunque la tentación, de cómplices y renegados, pueda vencer a la razón.
Bien sentencia Diego Fernández de Cevallos: “A Castro, la historia le tiene reservados dos lugares, el del líder héroe, que merece gloria y cielo, y el del villano, condenado a refundirse en lo más profundo del averno.
¿Usted, dónde pone a Fidel?
EL MONJE FUTURISTA: ¿Qué será de Cuba sin Fidel? Es tiempo de pensar en lo que viene. Más allá del irreversible proceso de renovación política, para México, la desaparición de Castro es gran oportunidad de revivir treinta años de relaciones desvanecidas, desvencijadas, lejanas, frías, casi congeladas desde el sexenio de Carlos Salinas, prácticamente rotas durante el mandato de Vicente Fox, fallidas con Felipe Calderón, pálidas con Enrique Peña Nieto. Trump, enemigo común de ambas naciones, encarna amenazas e incertidumbre; mexicanos y cubanos, somos blanco favorito de la retórica xenófoba del presidente electo de Estados Unidos. Estamos en ascuas. Nosotros, por el temor a la deportación de migrantes, el muro fronterizo, y el destino del Tratado de Libre Comercio. Ellos, porque Trump pretende “apretar tuercas” y tirar a la basura al acercamiento logrado por su antecesor, Barack Obama. Es hora de voltear a ver a los vecinos de nuestra tercera frontera y ubicarnos de nueva cuenta en el olvidado mapa diplomático de Latinoamérica y el Caribe, hoy que México y Cuba estamos en riesgo.