Es muy difícil entender qué fue lo que pasó, cuando las encuestas y los pronosticadores anunciaban un setenta por ciento de posibilidades de que ganaría Hillary Clinton las elecciones del 8 de noviembre. Se habla del fenómeno del «voto del miedo» o de que habría un «voto oculto» para tratar de explicar los resultados. En el primer, caso se trata de que tal vez los que respondían los sondeos, no lo hacían con la verdad por miedo a que los consideraran racistas; en el segundo, se trata de votantes que no fueron incluidos en las muestras por no haber acudido a votar en elecciones previas y no ser considerados importantes para el sondeo. En todo caso, se trató de que las encuestas, una vez más, fallaron en sus predicciones.
Indudablemente, la forma en que Donald Trump pudo ganar las elecciones fue a través de la construcción de un discurso de odio, xenofobia, prepotencia, demagogia, mentiras y división social. La fórmula de crear un enemigo común ha funcionado muy bien en otras ocasiones, siendo la más reciente y resonante la de la Segunda Guerra Mundial. El aparato discursivo elaborado por Goebbles para culpar a los judíos de todos los males en Alemania, funcionó muy bien para justificar la tragedia humana más grande que ha tenido la humanidad.
De esa misma manera, Trump fabricó un discurso simple, reduccionista, irreflexivo, repetitivo y contundente, que fue fácil de entender por sectores de la sociedad que lograron encontrar resonancia en lo que decía. Así, los obreros de Ohio se identificaron con la idea de los migrantes les estaban quitando sus puestos de trabajo, lo mismo que los trabajadores rurales de Carolina del Norte; los hombres blancos de clase media baja, que se han sentido excluidos por el surgimiento del movimiento «Black Lives Matter», encontraron la autorización de expresar ideas racistas sin remordimientos; las mujeres blancas que son parte de una estructura social que les da seguridad, hallaron la posibilidad de seguir manteniéndose en ella, sin los riesgos del feminismo; los que ven a los mexicanos como intrusos, vieron al muro de Trump como la única posibilidad de protección y aislamiento.
Podríamos desmenuzar aún más el discurso para poder entender el fenómeno de los resultados electorales, pero la realidad es que la mentira le ganó a la cordura y que lo irracional superó la sensatez. El ahora Presidente electo construyó sus mensajes sobre la base de que estaba cansado de lo «políticamente correcto» y que decía las cosas como son, lo cual tuvo resonancia en lo que mucha gente sentía y que no expresaba por las reglas sociales de respeto y convivencia en una sociedad tan diversa como la estadounidense. Esas normas de coexistencia, desde la presencia de Trump en la escena política, han dejado de ser relevantes y ya se permite emitir insultos sin consecuencias.
Por otro lado, los medios de comunicación contribuyeron a darle difusión al mensaje del candidato Trump por ser controversial, por generar interés mediático, por no corresponder con los parámetros políticos y porque les generaba mayor rating. Incluso, le dieron una cobertura mediática gratuita equivalente a un año de anuncios pagados de campaña, debido a sus declaraciones estridentes que generaban interés por lo inverosímil que eran.
Además, en aras de una equidad mediática, buscaban controversias en la candidata Clinton, aunque no correspondieran en una balanza de valores. Construyeron la idea de que los dos candidatos tenían la misma poca aceptación en la opinión pública, colocando a Hillary al mismo nivel que Trump, cuando la primera es una mujer política con la suficiente experiencia para poder gobernar desde el primer día; mientras que el segundo había basado su campaña en la división y el odio, sin experiencia política alguna y que tendría que comenzar por limpiar todo el daño discursivo y social que ha derramado. Para la gente que se identificaba con el discurso de Trump, los escándalos y la comprobación de sus mentiras no tuvieron influencia negativa, mientras que la constante acusación de los emails de Clinton, de lo cual ella había sido absuelta en dos ocasiones, parecieron tener mayor relevancia en las urnas.
Muy probablemente las encuestas no contemplaron el impacto social del discurso de la intolerancia y, en cambio, se basaron en las metodologías establecidas para medir la opinión pública, que no se han actualizado con los cambios poblacionales y la resistencia a las propuestas sociales nuevas. El discurso de la división repercutió en los resultados y no fue vislumbrado por los sondeos. Además, en los estudios de opinión pública sabemos que la divulgación de las encuestas puede influir en la respuesta de los encuestados, sin embargo, el mensaje del candidato Trump condenaba lo que decían los sondeos, lo cual pudo haber tenido el efecto inverso en la opinión pública y las preferencias se fueron en contra de los resultados previstos.
Por lo pronto, el daño producido en la sociedad norteamericana debido al discurso divisorio, puede tomar bastante tiempo en resarcirse. Los seguidores de Trump estarán esperando que cumpla, tanto con respecto al muro, a las deportaciones, a la vigilancia de los musulmanes, a la amenaza de demandar a las mujeres que lo denunciaron, a meter a Hillary Clinton a la cárcel, a cortar los lazos con China, a revocar los diferentes tratados comerciales, políticos y estratégicos. Tendrá que responderles a ellos primero y después a todos los que con su discurso excluyó y colocó como chivos expiatorios de todos los males sociales.
El ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos no es nada menos que lo que llama el editor del New Yorker, David Remnick, «La tragedia americana», pues significa el final de la tradición democrática liberal y la entrada posible de un autoritarismo, permitido por un discurso de exclusión donde están en juego elementos fundamentales de ese país, como la libertad de expresión, la garantía de los derechos civiles y el avance social.
*La autora es académica del Departamentos de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana. Especialista en política y medios de Estados Unidos
Fuente: Reforma